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– ¿Crees que será suficiente? No podrás aguantar hasta la hora del almuerzo con unas pocas uvas y una taza de café. Te vendrás abajo, Fiona. ¿Qué te parece una tortilla? -Ella dudó durante unos segundos y después asintió-. ¿Te gusta que tengan algo?

– Setas -le dijo con una sonrisa. A él pareció gustarle la respuesta.

– Me parece bien. Pediré que nos lo sirvan a las ocho y media. ¿En mi habitación o en la tuya? -Intuyó la respuesta antes de oírla. Estaba empezando a conocerla.

– Mejor en la mía. Es posible que me llamen por teléfono. Estoy trabajando.

– De acuerdo. Te veré por la mañana, Fiona. Esta noche me lo he pasado de maravilla. Gracias por invitarme. No olvidaré lo que he visto esta noche, aunque no creo que nadie me crea cuando lo explique. Creo que lo que más me ha gustado han sido los guerreros Masai.

– Cómo no. -Le dedicó una sonrisa-. Cosas de chicos.

– ¿Qué es lo que más te ha gustado? -preguntó intrigado.

Ella sintió el incontrolable impulso de decir: «estar contigo», pero no lo dijo; realmente se sorprendió de sus propios pensamientos.

– Posiblemente, el vestido de novia, o las faldas teñidas. -Iba a escribir sobre ellas en la revista y esperaba que los fotógrafos las hubiesen captado como merecían.

– Los tigres y los leopardos tampoco estuvieron nada mal -dijo John con un tono un tanto infantil. Estaba deseando contarle a sus hijas lo que había visto. Sabían que estaba en París, pero no estaban al corriente de lo que había ido a hacer. Siempre les comunicaba adonde iba, especialmente desde la muerte de Ann.

– Tendría que haberte llevado al Museo de Historia Natural o al zoo en lugar de al desfile de Dior -se burló Fiona, y los dos rieron.

Era un curioso modo de regañarle por su irreverente visión del asunto y por su falta de interés en la moda, pero sabía de sobra que se lo había pasado bien y eso era lo que realmente importaba. Permanecieron inmóviles durante un momento, sintiendo la presencia del otro sin decir nada, y después él la besó cariñosamente en la frente y se fue a su habitación tras despedirse con la mano. Fiona se sintió hechizada por él cuando lo vio alejarse por el pasillo. Era muy atractivo, responsable y normal, sensible e innegablemente masculino. Durante unos extrañísimos segundos, quiso echar a correr tras él, pero no se le ocurrió qué haría una vez llegase a su altura. Estaba intentando mantener la cabeza despejada a pesar de estar tan cerca de él, pero de repente le pareció un trabajo durísimo. Se sentía atraída por él más allá de lo razonable. Por fortuna, a esas alturas ya había cerrado la puerta de su habitación y se sintió aliviada por haber logrado mantener el control de sus actos. No tenía ningún sentido enrollarse con él, se dijo. Había tomado la decisión en el curso de la noche. Era muy guapo, le atraía mucho físicamente, pero no había que ser un sabio para darse cuenta de que eran demasiado diferentes. Ella ya no era una niña, después de todo, y sabía que algunos regalos, por irresistibles que resultasen, era mejor dejarlos envueltos y no abrirlos nunca. Lo único que tenía que hacer era limitarse a dejar pasar los próximos días entre desfile y desfile y mantener el control. Estaba totalmente dispuesta a no sucumbir a los encantos de John, por exquisitos que fuesen. Y cuando de lo que se trataba era de mantener el control, Fiona era toda una profesional.

5

Cuando John llamó a la puerta de la habitación de Fiona a la mañana siguiente, tenía al camarero del servicio de habitaciones a su espalda. Cuando Fiona abrió, parecía totalmente despierta, llevaba un albornoz con el logotipo del Ritz de color rosa con zapatillas a juego. Se había lavado los dientes, se había peinado y le dijo a John que llevaba colgada del teléfono desde la siete de la mañana. Adrian y ella habían estado conversando sobre el desfile de Dior de la noche anterior, y habían llegado a ponerse de acuerdo sobre cuáles habían sido las prendas más destacadas. Ambos iban a estar presentes en el desfile de Lacroix de esa mañana. Adrian se había pasado por los talleres y estaba absolutamente entusiasmado respecto a lo que iban a enseñar. Para cuando John llegó a su habitación, Fiona estaba ya inmersa en asuntos de trabajo.

– ¿Has dormido bien? -le preguntó solícito. Llevaba unos pantalones grises y una camisa azul con el cuello abierto. En los pies calzaba unos Gucci negros impecablemente brillantes. Cuando ella le miró fue consciente de nuevo de lo atraída que se sentía por él.

– Sí, gracias. -Le sonrió mientras el camarero dejaba el desayuno sobre la mesa redonda y colocaba dos confortables sillas para ellos. Había un periódico doblado a cada lado y un pequeño jarrón con rosas rojas sobre la mesa. Era el desayuno perfecto-. Siempre duermo bien. Aunque tengo que admitir que, después de unos días, echo de menos los ronquidos de Sir Winston. Es un poco como el sonido del mar -dijo al tiempo que se sentaban y echaban un vistazo a los periódicos. Eran dos ejemplares del Herald Tribune. Así pues, durante unos minutos, estuvieron sentados en silencio, comiendo, perdidos en sus propios pensamientos, mientras contemplaban la mañana.

– Entonces, ¿qué es lo que voy a ver esta mañana? ¿Más leopardos y tigres o algo más relajado?

– Hoy vas a ver arte en vivo. -Le miró con una sonrisa-. Poesía en movimiento. Esculturas humanas. Los vestidos de Lacroix son como si las mujeres llevasen puesto cuadros, con diferentes elementos integrados, telas sin relación aparente y colores vibrantes. Creo que te gustará mucho.

– ¿Algo que ver con lo de ayer? -preguntó con interés recostándose en el respaldo de la silla sin quitarle ojo de encima. Le gustaba el aspecto que tenía esa mañana, con el pelo suelto sobre los hombros. Le hacía parecer más joven. Ella pensó que su aspecto limpio y recién afeitado hacía de John un hombre elegante y distinguido, e incluso desde el otro lado de la mesa podía notar que olía de un modo delicioso.

– Será completamente diferente -dijo respondiendo a su pregunta-. Será tranquilo, distinguido, sorprendente y, sobre todo, muy elegante. Galiano es un showman y lo suyo es el teatro, pero Lacroix es un genio y crea arte.

– Me gusta tu descripción -dijo John pasando a la sección de economía del periódico y echándole una ojeada a los resultados de la bolsa. Tras comprobar que todo estaba como tenía que estar, volvió a centrar su atención en Fiona-. Me estás enseñando muchas cosas. -No estaba muy seguro de la utilidad que iba a darle a esos conocimientos, pero le gustaba que ella compartiese sus experiencias con él. Resultaba de lo más divertido verla desenvolverse en su mundo y conocerla mejor.

Fiona se comió la tortilla que John había pedido para ella, la mitad de las uvas y, después de pensarlo dos veces, también dio buena cuenta del pain au chocolat y de dos tazas de café.

– No voy a quedar más contigo, John-dijo Fiona dejando la taza a un lado y mirándole directamente a los ojos un tanto asustada.

– Qué repentino. -Se preguntó si habría alguien más en su vida. Eso explicaría la distancia que sentía entre ellos en algunos momentos. Había creído que se trataba de autoprotección, y ahora se preguntó si se debía realmente a otra relación. Odiaba admitirlo, pero se sintió desilusionado-. Y eso, ¿por qué?

– El desayuno. Si sigo viéndote, me pondré como una vaca. Tú me engordas. Como demasiado cuando estoy contigo. -La miró asombrado y aliviado a la vez, después sus labios dibujaron una amplia sonrisa. Y su voz sonó medio avergonzada cuando respondió.

– Había creído que lo decías en serio. Durante un minuto me preocupé de verdad. -Se sintió vulnerable al aceptarlo.

– Lo digo en serio. No puedo permitirme el lujo de estar gorda con el trabajo que tengo. Parecería tonta. Lo que quiero decir es, ¿qué elegancia transmitiría una editora de una de las revistas de moda más famosas del mundo que pesase ochenta kilos? Me echarían sin contemplaciones, y todo sería culpa tuya. -De acuerdo, en ese caso, deja de comer. Nunca más volveré a insistir en ese tema, y si hoy te veo tocar el almuerzo, llamaremos al doctor para pedirle que te haga un lavado de estómago. Personalmente, creo que podrías ganar unos kilitos, pero ¿quién soy yo para pedirte que arriesgues tu puesto de trabajo por comerte una tortilla?