Su secretaria le recordó diez minutos después que había quedado con John Anderson media hora más tarde, y ella gruñó. Había olvidado la cita, y debido al calor, la falta de aire acondicionado y el ratito que había pasado dentro del ascensor no se sentía de humor. Anderson era el nuevo jefe de la agencia de publicidad que la revista había contratado. Se trataba de una compañía sólida y con solera que, gracias a él, había sabido llevar adelante toda una serie de nuevas ideas realmente interesantes. La propuesta del encuentro había sido cosa de Fiona, pues se había visto con casi todos los miembros de la agencia excepto con él. El trabajo que esa empresa estaba desarrollando, así como su trayectoria, hablaban por sí mismos. El encuentro era en sí una mera formalidad, conocerse personalmente. Estaba reorganizando la redacción de Londres cuando decidió contratar los servicios de esa compañía, y ahora que había vuelto a la ciudad, decidieron conocerse. Él le sugirió que quedasen para comer, pero ella no disponía del tiempo necesario, así que le propuso que quedasen en la redacción con la idea de que el encuentro fuese lo más breve posible.
Devolvió una docena de llamadas telefónicas antes de que llegase su cita, y Adrian Wicks, su editor más destacado, estuvo con ella cinco minutos para comentar los desfiles de moda parisinos. Adrian era alto, delgado y elegante, un hombre negro ligeramente afeminado que se había dedicado durante años al diseño de ropa antes de empezar a trabajar en Chic. Era tan listo como ella, lo cual a Fiona le encantaba. Adrian se había licenciado en Yale, tenía un master en periodismo de la Universidad de Columbia, había trabajado diseñando ropa y, finalmente, aterrizó en Chic para, formar, junto a ella, un impresionante equipo. Él había sido su mano derecha durante los últimos cinco años. Era tan moreno como pálida era Fiona, tan adicto a la moda como ella e igualmente apasionado en todo lo relativo a la revista y a sus propias ideas. Aparte de eso, era su mejor amigo. Le invitó a que estuviese con ella cuando llegase John Anderson, pero Adrian había quedado a las tres con un diseñador y en cuanto salió de su oficina, la secretaria le dijo a Fiona que el señor Anderson acababa de llegar. Ella le dijo que le hiciese pasar.
Levantó la vista de la mesa y miró hacia la puerta, vio entrar a John Anderson y se levantó para saludarle. Fiona sonrió cuando sus miradas se cruzaron. Se estudiaron durante unos segundos. Era un hombre alto, de constitución recia, cabello canoso impecablemente peinado, brillantes ojos azules y rasgos juveniles que casaban a la perfección con la actitud que transmitía. Todo lo que ella podía tener de llamativa él lo tenía de conservador. Sabía por el material biográfico del que disponía, así como por los informes que le habían proporcionado amigos mutuos, que era viudo, que acababa de cumplir cincuenta y que tenía un M.B.A. de Harvard. También sabía que tenía dos hijas en la universidad, una en Brown y otra en Princeton. Fiona siempre recordaba esa clase de detalles personales, los encontraba interesantes, y a veces resultaban muy útiles para hacerse una idea de con quién estaba tratando.
– Gracias por venir -dijo ella amablemente mirándole a los ojos. Era casi tan alta como él encaramada en lo alto de las sandalias Blahnik de tacón, que había vuelto a ponerse justo antes de que él entrase en su despacho. Le encantaba estar descalza mientras trabajaba; aseguraba que le ayudaba a pensar con claridad-. Lamento lo del aire acondicionado. Hemos sufrido varios apagones esta semana. -Sonrió con simpatía.
– Nosotros también. Al menos aquí pueden abrirse las ventanas. Mi oficina es poco menos que un horno. Me parece bien que decidiésemos vernos aquí-dijo con una sonrisa al tiempo que le echaba un vistazo al despacho, un ecléctico batiburrillo estético con cuadros de jóvenes y prometedores artistas, dos conocidas fotografías de Avedon, regalo personal a la revista, y diseños para próximos números apoyados en las paredes. El sofá estaba cubierto casi por completo de joyas, accesorios, ropa y muestras de tela, que ella tiró al suelo sin contemplaciones cuando su ayudante entró cargada con una bandeja con limonada y un platillo de galletas. Fiona le hizo un gesto a John indicándole que tomase asiento en el sofá y, después de entregarle un vaso de limonada helada, ella misma se sentó en el otro extremo-. Gracias. Me alegro de que finalmente podamos conocernos -dijo él cortésmente.
Ella asintió y su rostro adquirió seriedad durante unos segundos mientras le observaba. No esperaba que fuese un hombre tan convencional, ni tan bien parecido. Parecía una persona tranquila y conservadora, pero al mismo tiempo había en él algo innegablemente eléctrico, como si una corriente invisible alimentase su organismo. Ella lo sintió así porque era del todo tangible. A pesar de su serio aspecto, transmitía algo parecido al apasionamiento. Ella tampoco tenía el aspecto que él esperaba. Era más sexy, más joven, más llamativa y más informal de lo que había supuesto. Había imaginado a una mujer mayor, más al estilo de un dragón. Tenía una temible reputación, no por ser desagradable sirio por ser dura, dura e implacable, en los negocios, toda una fuerza de h naturaleza a tener muy en cuenta. Y para su sorpresa, cuando le sonrió por encima de su vaso de limonada, creyó ver en ella un gesto casi infantil. Pero a pesar de ese aspecto aparentemente amistoso, en cuestión de minutos se centró en el tema que había motivado su encuentro y fue muy clara y concisa respecto a las expectativas de Chic en lo tocante a su relación profesional. Quería una buena y sólida campaña de anuncios, nada demasiado moderno o exótico. Chic era la revista más establecida del sector, y ella esperaba que los anuncios lo dejasen patente. No quería nada salvaje o alocado. A John le alivió escuchar aquellas palabras. La revista era una gran cuenta para su empresa, y él había empezado a mirar un poco más allá en su trato directo con Fiona Monaghan. De hecho, mientras se tomaba un segundo vaso de limonada, coincidiendo con que el aire acondicionado empezó a funcionar otra vez, decidió que le gustaba. Le gustaba su estilo, así como su manera directa de tratar los asuntos y de exponer sus necesidades. Tenía ideas muy claras respecto a la publicidad, y también las tenía respecto a su negocio. Cuando se puso en pie para marcharse, casi lamentó tener que poner fin a aquel encuentro. Le había gustado hablar con ella. Era dura, pero también objetiva. Era muy femenina y fuerte al mismo tiempo. Era una mujer temible y admirable.