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– Pareces cansada, ¿te apetece una taza de té? -le preguntó John solícito. Ella asintió agradecida, contenta de poder tirarse en el sofá durante un rato mientras escuchaba los mensajes. La noche anterior había sido corta, ninguno de los dos había dormido mucho. John pidió té para dos y se sentó relajadamente con Fiona. Hablaron de los tres desfiles que habían visto ese día y ella le felicitó por haber asistido a los más importantes acontecimientos de la alta costura de la semana-. Te estoy muy agradecido. Ni siquiera se me ocurre cómo describir lo que he visto. Ha sido increíble. -Se inclinó entonces hacia ella y la besó-. Y tú también lo eres. -No había sido tan feliz desde hacía muchos años, y jamás había conocido a alguien como ella. Era mágica y emocionante y misteriosa, todo a la vez. Era como un hermoso animal en su hábitat salvaje, corriendo en libertad, pero absolutamente hermoso y atrayente cuando se detenía para mirarte. Se había enamorado de ella de la cabeza a los pies y no hacía más que unas pocas semanas que la conocía. La cuestión temporal tenía anonadada a Fiona, y a John también. Ella también estaba perdiendo la cabeza por él. Pero temía que se tratase de un fenómeno asociado a París y toda la excitación asociada al viaje. Temía que una vez de vuelta en casa se rompiese el hechizo, y así se lo dijo a John mientras tomaban té.

– No seas tan cínica, Fiona -la reprendió él-. ¿Acaso crees que es imposible enamorarse teniendo nuestra edad? A la gente le pasa constantemente. A gente mucho mayor que nosotros. ¿Por qué tendría que ser esto una fantasía?

– ¿Y qué pasa si lo es? -dijo con auténtica preocupación. Ella no quería que lo fuese. Más de lo que había querido nada desde hacía mucho tiempo. Ella tampoco había conocido a nadie como él. Fuerte, sólido, sensible, afectivo, cariñoso, inteligente, amable, razonable y, por otra parte, parecía tolerar a la perfección la locura ocasional asociada a su carrera, incluso durante la semana de la alta costura. Le gustaba Adrian, que para ella era un puntal en su vida. No estaba totalmente segura de cómo sería la relación entre John y Sir Winston en el futuro, pero tenía posibilidades de funcionar. Todo lo demás le parecía perfecto, aunque era muy poco lo que sabía en realidad. Pero, a simple vista, lo parecía. John parecía atesorar todo lo que ella había deseado encontrar en un ser humano. Su príncipe azul no solo era guapo, también era elegante y sexy, y muy inteligente. Entre ellos había una química evidente.

– No te las des de gatita asustada -dijo en confianza. Él también quería que ella conociese a sus hijas. Estaba convencido de que las chicas iban a quererla, aunque solo fuese porque él la quería.

– Voy a echarte de menos cuando esté en St. Tropez -dijo mordisqueando una galleta. Ahora no le apetecía lo más mínimo ir a St. Tropez. Iba a sentirse sola y a aburrirse como una ostra sin él. Además, había recibido un mensaje el día anterior de los amigos con los que tenía que encontrarse. En él le decían que estaban retenidos con su barco en Cerdeña debido al mal tiempo, y que por eso habían decidido quedarse allí. Así que iba a tener que quedarse sola en el hotel Byblos en St. Tropez.

– Podríamos hacer algo al respecto, si te apetece. Porque no quiero inmiscuirme en tus vacaciones, Fiona. Las necesitas. Y solo vas a descansar durante dos semanas. -A él también le parecía una eternidad.

– ¿Qué has pensado? -le preguntó intrigada.

– Es un poco una locura, pero si te parece bien, yo podría cambiar algunas citas. En esta época del año, la mayoría de la gente está de vacaciones. Y mis hijas están ocupadas. Si quieres, podría ir contigo. Pero si prefieres que no, lo entendería. Tengo trabajo para estar ocupado durante las próximas dos semanas. -Pero ella ya le estaba sonriendo.

– ¿Lo harías? ¿Podrías hacerlo? -Era una locura, lo sabía, pero no le importaba. Le encantaba que estuvieran juntos, y quería ir con él a St. Tropez si podía arreglarlo.

– Puedo hacerlo y me encantaría. ¿Te parece bien?

– Me parece genial -le aseguró.

John llamó a su secretaria media hora más tarde, mientras Fiona se duchaba y se vestía para la noche. Salió del baño con unos pantalones de seda beige y un pequeño suéter también de seda beige que era casi transparente, aunque solo casi. Siempre se las ingeniaba para estar sexy y elegante, y llevaba unas sandalias sin tacón de seda roja para la informal velada que tenían pensado pasar en el Bateau Mouche.

– ¿Ha podido arreglarlo todo? -preguntó Fiona, como si de una niña que espera la Navidad se tratase, refiriéndose al cambio de planes. Él se echó a reír.

– No le he dado oportunidad, le he dicho que tenía que hacerlo, sin más. Es una locura, pero qué demonios, Fiona, solo se vive una vez. Quién sabe cuándo tendremos otra oportunidad de hacerlo, siempre estamos tan jodidamente ocupados. Tú ya tenías planificadas tus vacaciones, lo mínimo que podía hacer era conseguir que mi agenda coincidiese. -Ella le sonrió sentándose en la cama del dormitorio de su suite y le rodeó con los brazos, agradecida de haberlo encontrado, de estar con él.

– Eres absolutamente increíble. -Pero era él quien creía que ella lo era.

Una hora después, estaban en el Bateau Mouche comiendo bistec y patatas fritas para cenar, deslizándose por el Sena, observando las luces y los monumentos de París. Era algo muy cursi y propio de turistas, pero la idea les había resultado atrayente a los dos, y les encantó llevarla a cabo. Hablaron de lo que harían en St. Tropez y John propuso llamar a un conocido suyo que alquilaba barcos para ver si podía conseguir uno para un día o dos. A Fiona le pareció increíblemente romántico, y mientras tanto disponían de la habitación en el Byblos, lo cual también sería divertido. Cada vez que le miraba se sentía como si estuviese inmersa en un sueño.

Después dieron un paseo por la orilla izquierda, tomaron una copa de vino en la terraza del Deux Magots y él le compró un pequeño cuadro absurdo pintado por un artista callejero, como recuerdo de su primera estancia juntos en París. A medianoche regresaron al hotel, casi corrieron para llegar a la habitación, e hicieron el amor durante horas. Fue tal la pasión que ella se quedó dormida a la mañana siguiente, y no se despertó hasta que Adrian llamó a la puerta de su suite para despedirse/Salía hacia el aeropuerto. Había acabado su trabajo en París.

– Creía que estarías trabajando -dijo con tono acusador, aunque ella sabía que no lo decía para molestarla.

– Estaba… Quiero decir que ahora me… Estaba agotada -se excusó.

– Yo también. Me he estado dejando las cejas desde las seis, y ahora son las diez y media y tú seguías durmiendo.

Cuando sea mayor, quiero tener tu trabajo. -Al decirlo, se fijó en un par de zapatos de hombre, muy bien colocados bajo la mesita de café. Le sonrió abiertamente-. A menos que te hayan crecido los pies, o que te vaya el travestismo, doy por hecho que has dejado de ser virgen.

– Métete en tus asuntos -dijo suavemente. Había cerrado la puerta del dormitorio, porque John seguía durmiendo. No se habían ido a dormir hasta las cuatro de la madrugada, pero había merecido la pena trasnochar. -¿Qué me das para que no se lo diga a Sir Winston? -dijo Adrian con malicia.

– Toda mi fortuna.

– ¿Y tu brazalete turquesa? Podría hacer que lo ajustasen a mi muñeca -dijo con un deje perverso.

– Ni lo sueñes. Ya puedes ir a contárselo.

– Tal vez lo haga. ¿Todavía tienes pensado ir a St. Tropez? -Nunca antes la había visto de esa guisa, y le encantaba. Deseaba que Fiona fuese feliz. Le había gustado John desde el primer momento que lo vio. Se dijo que era estupendo para ella. Según su punto de vista, ambos habían tenido suerte, y ella se lo merecía. En todos los años que hacía que la conocía, ninguno de los hombres que había compartido su vida con Fiona había resultado de su agrado. En particular, el arquitecto londinense casado. Adrian pensaba que era repulsivo. Y siempre había creído que el director de orquesta que le había propuesto matrimonio era tonto. John era el primer hombre que él consideraba digno de Fiona.