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– ¿Cómo crees que se lo tomaría Sir Winston? ¿Crees que tendríamos que preguntárselo antes?

– No te preocupes. Haré un trato con él. Y a ti, ¿qué te parece la idea?

– Creo que es una idea excelente. Es difícil llevar adelante mi casa sin la señora Westerman. No tengo a nadie más que haga la limpieza. Hay alguien que viene una vez a la semana, pero lo lleva ella. Tu casa parece un poco menos problemática, con Jamal, y para ti las cosas son más sencillas con el perro… Lo siento…, quería decir tu hijo, o sea, Sir Winston.

– Eso está mejor -le dijo con una sonrisa. Le gustaba mucho el arreglo. Pero entonces, de repente, al pensar en los armarios, le entró pánico. No disponía ni de un solo centímetro libre en ellos, y tendría que hacerle un hueco a John lo antes posible. Se preguntó si le importaría tener que bajar al piso de abajo, a la habitación de invitados, para dejar su ropa. Allí guardaba sus abrigos de piel y la ropa para esquiar, pero seguramente podría conseguir algo de espacio para él. Tal vez. O… tal vez en el armario del despacho, pero no tenía nada para colgar ropa… El armario del lavabo… estaba lleno de camisones y batas y ropa de playa, y también algunos vestidos viejos. Tendría que pensar en algo. Era un hombre de muy buen talante. Así lo había demostrado en el viaje, cuando alguna cosa no salía bien, aunque pocas cosas no salieron bien. Se había mostrado amable y resolutivo en todo momento, y a ella le encantaba que fuese así. No parecía tener arranques de mal carácter, sino que siempre se mostraba dispuesto.

Esa noche fueron ya directos a casa de Fiona. Jamal la había dejado de punta en blanco para ella, y había colocado jarrones con flores en todos los rincones. La nevera estaba llena de todo lo que a ella le gustaba. Había incluso una botella de champán, que abrió para compartir con John, y brindaron de pie en el salón. Sir Winston llegaría al día siguiente, y ahora sí tenía ya ganas de verlo. A la mañana siguiente, John preparó el desayuno para ella. Hizo una tortilla de queso y panecillos ingleses. Salieron de casa al mismo tiempo para acudir a sus respectivas oficinas. Jamal llegó justo cuando ellos se iban y miró a Fiona con cara de sorpresa. Algunos hombres habían pasado la noche en aquella casa a lo largo de los años, y el director de orquesta había vivido con ella, pero hacía mucho tiempo que no veía a un hombre en la casa por la mañana. No sabía si se trataba de un asunto temporal o de alguien a quien iba a tener que acostumbrarse a ver. Las palabras de Fiona, por lo tanto, le dejaron con la boca abierta.

– Este es el señor Anderson, Jamal. Quiero una llave para él -dijo sin miramientos; tenía una reunión importante en la redacción y no tenía tiempo para remilgos-. Haz una copia y déjala en mi despacho. -Le recordó que tenía que estar en casa cuando trajesen a Sir Winston a las cuatro de la tarde. Tras ese breve encuentro, ella y John detuvieron dos taxis, se besaron en medio de la calle y se fueron a trabajar.

Habían quedado en verse en casa de Fiona por la noche. Él tendría que pasar primero por su apartamento para recoger algunas cosas. Así de sencillo. Como por arte de magia, iba a vivir con un hombre en su propia casa. Al menos, durante el verano. Hasta que sus hijas y su ama de llaves regresasen. Suponía que una vez las chicas se marchasen a la universidad, él volvería a instalarse con ella. Al menos, eso era lo que ella deseaba. Lo deseaba con todo su corazón. Quería que su relación funcionase, más de lo que había querido cualquier otra cosa en su vida. Estaba realmente enamorada de él, y creía que John era un hombre extraordinario. Y sabía que él sentía lo mismo por ella. Menuda suerte.

– ¿Qué tal por St. Tropez? -le preguntó Adrian con una sonrisa de reconocimiento cuando ella cruzó la puerta cargada con una pila de papeles y carpetas y revistas que se había traído de París. Tenían mucho de que hablar.

– Ha sido fabuloso. -Le sonrió. Él se fijó en sus ojos. Nunca antes la había visto tan relajada.

– ¿Y dónde está él ahora?

– En su oficina.

– ¿Dónde ha pasado la noche? -preguntó Adrian burlón. Era como un hermano para Fiona y a ella no le importaban sus puyas. Tenía muy pocos secretos para él, si es que tenía alguno.

– No es asunto tuyo.

– Yo creo que sí. ¿Se lo has dicho ya a Sir Winston?

– Le daremos la noticia esta noche.

– Llama al veterinario y dile que le dé un Valium. Será duro.

– Lo sé. -Entonces bajó la voz-. Tengo un serio problema, y no sé qué hacer al respecto.

Adrian cambió el gesto. Se preocupó al instante.

– Nada demasiado serio, espero.

– Podría serlo, Adrian. Necesito espacio en el armario. En mis armarios no queda espacio más que para un pañuelo.

– ¿Va a irse a vivir contigo? -Adrian parecía impresionado. Las cosas estaban yendo muy rápido. Pero las cosas sucedían de ese modo en ocasiones. Y esta era una de ellas.

– Algo así. Durante lo que queda de verano. Hasta que regrese su ama de llaves. Te juro que si se presenta con algo más que un par de pijamas me pondré a gritar. Anoche revisé todos los armarios, Mis abrigos de piel están en la habitación de invitados, mi ropa de verano en el piso de arriba. Mis vestidos de noche, mis camisones, mi ropa de trabajo… Dios, Adrian, tengo más ropa que una tienda. No tengo espacio para un hombre.

– Será mejor que hagas un poco de espacio lo antes posible. A los hombres no les gusta tener que rebuscar sus calzoncillos en el cajón de tus panties, o tener que pelearse con tus camisones para sacar la americana. Si no le va el travestismo, te enfrentas a un problema serio.

– Pues no le va.

– Estás jodida. Vende tu ropa.

– No seas ridículo. Tienes que imaginar algo mejor.

– ¿Yo tengo que imaginar algo mejor? ¿Acaso tengo pinta de policía de armarios? Él no va a mudarse a mi casa, va a instalarse en la tuya.

– ¿Tú qué harías? Tienes tantos trastos como yo.

– ¿Qué te parecería alquilar un tráiler y aparcarlo en la acera para guardar tu ropa? -Le divertía el problema al que tenía que enfrentarse Fiona, pero ambos sabían que era un agradable problema al que enfrentarse.

– No tienes gracia.

– No, pero tú sí. Saca todas tus cosas de uno de los armarios y, si no hay otro remedio, déjalas en la habitación de invitados, o cuelga la ropa en una de esas perchas con ruedas y llévala de un lado para otro de la casa.

– Buena idea. -Parecía aliviada-. Hazme un favor, ve a Gracious Home a la hora del almuerzo y cómprame un montón de perchas. Haz que alguien las lleve a mi casa. Le diré a Jamal que las deje en la habitación de invitados, y yo vaciaré uno de los armarios esta noche para John.

– Perfecto. Lo ves, la gente se equivoca. Creen que el reto con lo de las relaciones es el tema del sexo o del dinero. No es cierto. El problema clave son los armarios. Yo tuve que pedirle a mi último amante que se fuese. Era él o mis Blahniks. Me sentí fatal, pero en el fondo me sentía más atraído por mis zapatos. -Ella también le conocía de sobra y sabía que su último amante le había sido infiel, y que Adrian se había sentido hundido, lo había echado de casa y había llorado durante semanas. Era un tipo decente, pero su novio no lo había sido. Había estado muy cerca de romperle el corazón.

– Eres un genio. Cómprame las perchas. Intentaré irme a casa temprano y empezaré a vaciar uno de los armarios para él. Me siento tan tonta por tener tantas cosas.

– Te sentirías algo más que tonta si, teniendo el trabajo que tenemos, fueses mal vestida. Las cosas por su nombre.

– De acuerdo, pues entonces somos personas superficiales y terriblemente consentidas. Y tienes razón. Tal vez debería alquilar un apartamento solo para mi ropa e ir cambiándola con el cambio de estación. De ese modo solo necesitaría la mitad de los armarios.

– Primero comprueba si la relación funciona. Por cierto, ¿cómo va la cosa? Supongo que debe de ir bien si vas a permitirle que se instale en tu casa contigo.