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Lo principal era que eran felices juntos, que se sentía mejor de lo que jamás se había sentido con nadie. Adrian estaba encantado por ellos. Y, finalmente, Fiona decidió pasar ese fin de semana en la ciudad, en lugar de ir a Martha's Vineyard como hacía cada año. Habían salido todos los fines de semana, y estando John en California, Fiona quería decidir y zanjar algunas cuestiones en su casa. Había estado muy ocupada durante todo el mes y pensó que estaría bien simplemente quedarse en casa y relajarse. La primera noche, ella y Adrian fueron al cine. Y la noche siguiente invitó a cenar a su casa á su antiguo mentor. Resultaba agradable disponer de algo de tiempo libre. Disponía de menos tiempo ahora que vivía de manera no oficial con John. Habían estado juntos todo el rato, viviendo el momento como dos tortolitos. Incluso Adrian se había quejado de no poder quedar con ella. Pero era lo que cabía esperar ahora que vivía con un hombre. Cómo habían cambiado las cosas…

La primera señal de que las cosas no estaban transcurriendo en San Francisco según lo planeado fue cuando John la llamó por teléfono. Parecía un tanto nervioso y le dijo que no tenía por qué ir a buscarlos al aeropuerto. Tomarían un taxi y la vería al día siguiente.

– ¿Algo va mal? -le preguntó con un nudo en la boca del estómago. Su instinto le decía que así era.

– En absoluto -dijo con calma-. Las chicas quieren pasar algo más de tiempo con papá, y estarán cansadas después del vuelo. Quieren conocerte cuando estén en condiciones. -¿En condiciones? No parecía la manera más adecuada de decirlo, no venían precisamente de Tokio, pero Fiona no quiso replicar. Lo comentó con Adrian cuando quedaron para tomar un brunch al día siguiente. Se sentaron en el jardín para hablar de cosas de la revista y ella se lo mencionó.

– Probablemente no esperaban que él encontrase pareja seria tan pronto. Yo tampoco. -Adrian le sonrió.

– ¿Pronto? No había tenido relaciones con nadie desde hacía dos años -exclamó enfática Fiona.

– Lo sé. Lo sé. Supongo que todos esperamos que nuestros amigos siempre estén disponibles, que no tengan nada que les ocupe. Siempre sorprende cuando alguien encuentra pareja y desaparece.

– Yo no he desaparecido -le tranquilizó apretándole la mano.

– Lo sé. Pero es posible que sus hijas no sean tan maduras como yo. Además, eres una mujer, así que cabe la posibilidad de que te vean como una amenaza. Y que les confirme que su madre ha desaparecido para siempre. La gente suele negarse a ese tipo de cosas, en especial los hijos.

– ¿Cómo sabes tanto del tema? -Entendió muy bien su razonamiento.

– No sé. Me limito a suponer. Veamos qué dice John cuando vuelva.

Pero cuando se encontró con John para desayunar juntos el martes por la mañana, no dijo gran cosa. Y parecía tenso. Ella le preguntó cómo había ido el viaje y él respondió:

– Estupendo.

Pero a ella no le convencieron sus palabras. La besó, pero no parecía contento de volver a verla. Más que otra cosa, parecía nervioso y estresado. Le dijo que quería que fuese a su apartamento para cenar. Iba a quedarse allí durante esa semana; las chicas volverían a la universidad el fin de semana. El sábado llevaría a Courtenay a Princeton en coche y la dejaría en la residencia de estudiantes. Hilary iba a instalarse con unos amigos en una casa.

– ¿Y qué pasa con la señora Westerman? -preguntó Fiona sin segunda intención. John la miró con expresión de terror.

– Está bien -dijo vagamente, y cambió de tema.

Cuando Fiona se fue a la redacción, parecía asustada al encontrarse con su amigo.

– Algo va mal -le dijo a Adrian-. Creo que se ha desenamorado de mí durante el fin de semana. Parece como si se le hubiesen cruzado los cables.

– Es posible que haya pasado algo con sus hijas. Dale una oportunidad, Fiona. Te lo contará todo cuando las cosas se calmen un poco. ¿Volverá a instalarse en tu casa cuando las chicas regresen a la universidad?

– No me lo ha dicho. -Sintió una oleada de pánico, pero intentó mantener la calma. Adrian, sin embargo, nunca la había visto así antes.

– Será mejor que despejes los armarios. No creo que quieras que vuelva a sentirse cómodo en su casa. ¿O sí? -preguntó Adrian con toda intención. Ella negó con la cabeza, apenada. Le aterrorizaba la idea de perder a John… Pero no podía haber pasado tan rápido. No tenía ningún sentido.

– No -respondió-. Quiero que vuelva.

– Entonces relájate y dale un poco de espacio. Estará bien. Está enamorado de ti, Fiona. Eso no cambia de la noche a la mañana.

– Se enamoró de mí de la noche a la mañana, tal vez se haya desenamorado con la misma rapidez.

– Tienes que adaptarte y comprometerte. Tenéis que daros tiempo para crecer en el seno de vuestra relación. Por otra parte, los dos habéis estado viviendo en una especie de tierra de Nunca Jamás todo el verano. Ahora sus hijas vuelven a estar presentes. Habéis vuelto a la realidad. Tenéis que adaptaros a eso, al menos hasta que las chicas vuelvan a irse. Esperad acontecimientos.

– Voy a cenar con ellos esta noche -dijo Fiona con un tono de voz que denotaba su miedo. En todos los años que llevaban siendo amigos, Adrian nunca la había visto así. A Fiona nunca nada le daba miedo; nunca se lo había dado, al menos, dos muchachas. Nunca le habían dado miedo los hombres. Pero eso se debía en gran medida a que nunca había temido perder a uno. Hasta ahora, se había sentido feliz estando sola. Hasta que apareció John. Ahora tenía miedo. Tenía más que perder.

– ¿ A qué hora has quedado?

– A las siete y media. En su casa. Su ama de llaves está preparando la cena. Nunca he ido a su apartamento. En todo el verano, él solo ha pasado un par de veces para coger algo de ropa, y yo no me he molestado nunca en ir con él. Aunque tampoco me invitó a hacerlo. Ojalá hubiese ido. Una casa nueva. Gente nueva. Unas reglas de juego nuevas. Mierda, Adrian, estoy asustada.

– Relájate. Todo irá bien. -No podía creerlo. La mujer que tenía en un puño a la mitad de la industria de las revistas, si no a la industria al completo, sentía un absurdo miedo de un ama de llaves y dos jovencitas. -Ni siquiera he visto a su perra. -Por amor de Dios, Fiona, si él puede resistir a tu perro, tendrías que ser capaz de trabar amistad con un pit bull. Dales una oportunidad. Tómate un Valium o algo por el estilo. Todo irá bien.

No tuvieron oportunidad de volver a hablar del tema en toda la tarde. Estuvieron ocupadísimos, con reuniones interminables y un millar de crisis inesperadas y problemas surgidos de la nada. Al menos pudo hablar un par de veces con John entre las reuniones, y su voz volvió a parecerle normal en esas ocasiones. Le dijo abiertamente que estaba nerviosa debido a la cena, y él la tranquilizó diciéndole que la quería. Después de eso, ella se sintió algo menos preocupada. Se debía a la novedad de todo el asunto. Nunca había conocido a las hijas de nadie, ni tampoco se había preocupado por ello. Estaba sentada en la sala junto a Adrian y otros cuatro editores al final de la jornada, cuando de repente él la miró. Fue él quien dio la impresión de sentir pánico en ese momento al mirar el reloj.

– ¿A qué hora se suponía que tenías que estar allí?

– A las siete y media. ¿Por qué? -Fiona estaba pálida. Se había recogido el pelo con tres lápices.

– Son las ocho y diez. Sal pitando de aquí.

– ¡Oh, mierda! -Su rostro adquirió el mismo gesto de pánico que el de Adrian. Los otros editores la miraron sin entender de qué iba el asunto-. Quería pasar por casa y cambiarme.

– Olvídalo. Lávate la cara y píntate los labios en el taxi. Tienes buen aspecto. ¡Vete! ¡Vete! -La sacó de la sala agarrándola por el brazo y ella echó a correr, se disculpó vagamente y llamó a John con el teléfono móvil desde el taxi. Eran ya las ocho y veinticinco. Llegaba casi una hora tarde, por lo que se disculpó efusivamente y dijo que había perdido la noción del tiempo en una reunión urgente de última hora sobre un tema muy importante relacionado con el número de diciembre. Él le dijo que no se preocupase, pero su tono de voz fue tenso y parecía molesto. Y cuando llegó al apartamento comprendió por qué.