– Fiona, si tú estás de acuerdo, me gustaría venirme a vivir contigo este fin de semana, después de llevar a Courtenay a Princeton. Hilary se va a Brown el viernes por la noche. No voy a quedarme en el apartamento con esa mujer. No hay razón alguna para que me quede allí. Quiero estar aquí, contigo. -Miró al bulldog dormido sobre la cama, que apenas si había notado su presencia, y sonrió-. Y con Sir Winston. Las chicas tendrán que acostumbrarse. Me alojaré en mi casa cuando ellas estén de vacaciones o cuando vengan algún fin de semana. Y, finalmente, espero que tú también puedas venir conmigo. Mantendremos a salvo tus tobillos y llevaremos una pistola aturdidora para protegernos de la señora Westerman y de la perra. ¿Te parece bien? -le preguntó casi con tono humilde. Ella se echó a llorar. Estaba tan convencida de que iba a decirle que lo suyo se había acabado… No quería perderle. Lamentaba tanto que sus hijas la odiasen. El ama de llaves no le importaba, y la perra era una pequeña bestia. Pero las chicas le preocupaban de verdad.
– ¿Seguro que es eso lo que quieres? -le preguntó Fiona con cara de preocupación.
– Sí -afirmó tajante. No tenía dudas al respecto. Y nunca antes había estado tan enfadado con sus hijas, o tan decepcionado.
Ella no pudo dejar de llorar al mirarlo. Él la abrazó de nuevo. Había sido una noche infernal.
– Me encantaría que te vinieses a vivir conmigo -dijo con los ojos anegados en lágrimas. Se debía tanto a lo que había experimentado durante las últimas horas como al alivio de saber que él no quería acabar con su historia.
– Entonces, ¿por qué lloras? -preguntó con cariño.
– Porque voy a tener que hacer más espacio en mis armarios -dijo echándose a reír entre gimoteos al mismo tiempo que él.
9
Fiona estaba sentada tras su escritorio a la mañana siguiente cuando Adrian fue a verla después de una reunión. Estaba estudiando unas fotografías en la caja de luz, y la hizo rotar sobre su eje cuando él entró.
– ¿Cómo fue? -Había pasado la noche muerto de curiosidad, y no había tenido ni un solo minuto en toda la mañana para verla, y cuando lo había tenido habían estado rodeados de gente.
– Fue interesante -dijo de forma evasiva.
– ¿Y eso qué significa?
– Bueno, el ama de llaves me odia y, probablemente, tenía pensado envenenarme, pero achicharró la cena de tal modo que no llegué a probarla. Las chicas afirman odiarme, pero no han hablado con su padre desde que el sábado les habló de lo nuestro. Se negaron a dirigirme la palabra tras decir que nuestra relación era algo detestable, y después se fueron a sus respectivas habitaciones porque, en cualquier caso, no había nada para cenar. A modo de colofón, su perra me atacó. -Al menos pudo contárselo con una sonrisa en los labios. No había perdido su sentido del humor.
– Espero que estés exagerando. Al menos en lo relacionado con la perra. En serio, ¿tan mal fueron las cosas? ¿Las chicas acabaron aflojando un poco?
– No. Y te aseguro que no estoy bromeando respecto a la perra. Me dieron ocho puntos.
– ¿En serio? -Parecía realmente sobrecogido. Para reafirmar sus palabras, Fiona apoyó la pierna encima de la mesa y la dejó allí, luciendo el aparatoso vendaje.
– Me pusieron la vacuna del tétanos y me dieron antibióticos. La única buena noticia fue que vi a John tan afectado que creí que iba a romper conmigo. Pero en lugar de eso me ha dicho que quiere instalarse en mi casa a partir del fin de semana. -Dio la impresión de sentirse encantada. Adrian, por su parte, no apartaba los ojos de su pierna.
– Oh, Dios mío. ¿Qué vas a hacer con los armarios?
– Tendré que idear algo. Tal vez convierta el comedor en un gigantesco armario. O es posible que coloque una carpa en el jardín. Quién sabe, pero tendré que hacer algo. Al menos sigue enamorado de mí. Virgen santa, Adrian. Las chicas no fueron simplemente desagradables. Se comportaron como monstruos, principalmente con él, pero conmigo también. Y el ama de llaves es idéntica a la de Rebeca, o a la de alguna otra película de terror. Creí que iba a matarme. Pero no fue ella sino la perra la que me atacó. Gracias a Dios que no tenían un pit bull.
– ¿De qué raza era? -Parecía preocupado. A pesar del tono distendido de Fiona, se trataba de un relato espantoso. Y las hijas de John daban la impresión de ser auténticas brujas.
– Pequinesa, gracias a Dios. La maldita perra no quería apartar los dientes de mi pierna. John tuvo que tirarle una jarra de agua encima.
– Dios del cielo, Fiona, ¡menudo bicho! -Adrian se puso a reír porque ella hacía que sonase muy gracioso, pero sin duda debía de haberlo pasado muy mal.
– La cosa no fue muy bien -admitió con pesar-. Supongo que no iré a su casa el Día de Acción de Gracias.
– Puedes tomarte el pavo conmigo. Mis perros te adoran. -Tenía dos hermosos perros pastores húngaros, y realmente les gustaba Fiona. Se tiraban encima de ella en cuanto la veían, pero para cubrirla de besos.
– No sé qué va a hacer John. Tal vez el tiempo lo arregle todo. Sus hijas van a ser un problema, eso te lo aseguro. O al menos lo son de momento. Creen que está traicionando la memoria de su madre.
– Eso es ridículo. Me dijiste que habían pasado dos años. ¿Qué es lo que esperan? Es un hombre joven. No puede enterrarse vivo con ella.
– Lo sé. Pues ellas no lo ven así. Supongo que quieren a su padre solo para ellas, pero ni siquiera viven con él. Van a la universidad.
– Lo superarán. Como mínimo, él no ha permitido que le condicionen, o que le vuelvan contra ti.
– Al contrario, cuando volvimos del hospital me dijo que quería instalarse en mi casa. Y eso también me da un poco de miedo. Ha sido todo un poco rápido. Solo llevamos juntos dos meses y medio. Yo habría esperado bastante más, pero por otra parte me gusta vivir con él. Y me he acostumbrado a su presencia. Le he echado mucho de menos durante el fin de semana.
– ¿Puede soportar esa vida de locos que llevas? ¿Jamal, el perro, las visitas, yo, toda la gente que te rodea, las sesiones fotográficas hasta las tantas, los cierres de la revista, todos esos chiflados amigos tuyos? Parece un tipo bastante conservador. Asegúrate de dejarle espacio personal para no volverlo loco. No puedes seguir viviendo como si estuvieses sola, Fiona. Tendrás que hacer algunos ajustes, especialmente si va a instalarse en tu casa de verdad y no solo «va a quedarse» contigo, tal como dijiste.
– Esa es su intención. Y no va a librarse de su apartamento, siempre podrá pasar un día o dos en él si necesita un respiro -dijo con tono práctico, pero Adrian negó con la cabeza.
– No le lleves al punto de necesitar un respiro. Sé cómo eres. Te gusta hacer las cosas a tu estilo. Se trata de tu casa, tu vida y tu perro. Yo soy igual que tú y he cometido siempre el mismo error en mis relaciones. Me olvido de llegar a un acuerdo y adaptarme, y tarde o temprano les obliga a los otros a coger la puerta. Será mejor que lo tengas en cuenta, Fiona. -Era una advertencia solemne, y ella sospechaba que, además, estaba en lo cierto.
– Lo sé, lo sé -dijo con una sonrisa-. A veces es difícil hacerlo. Siempre voy a mi aire.
– Eso no es excusa. Todos podemos adaptarnos. Y sería una estupidez que lo perdieses. Creo que esta vez es algo que te convendría hacer de verdad. -Tenía razón, y ella lo sabía.
– Yo también lo creo. No quiero perderle. Pero te aseguro que no sé qué hacer con sus hijas.
– Deja que él lo arregle. Es su problema. No estás casada con él. -Y entonces se le pasó una idea por la cabeza y la miró con extrema atención a los ojos-. ¿Tienes pensado casarte con él?
– No. ¿Acaso debería? No quiero hijos. No necesito estar casada. Se lo dije desde el primer momento.
– ¿Y te creyó?
– Creo que sí -respondió pensativa.