– ¿Y qué fue lo que te tomaste? -La miró ofuscado-. ¿Heroína? ¿Y qué ha hecho Jamal? ¿Estaba fumando crack mientras se vestía? ¿Qué demonios creía estar haciendo cuando se puso esos zapatos?
– ¿Los dorados o los de color rosa? -Estaba intentando concentrarse en lo que decía John, pero seguía estando muy ebria debido a la mezcla de las pastillas y el champán. Cinco minutos más tarde, a pesar de todos sus esfuerzos por prestar atención a lo que le decía, volvió a dormirse sin remisión.
Al día siguiente tenía una resaca de caballo y no podía recordar nada de lo sucedido durante la cena, pero durante el desayuno, y con un tono de voz helado, John la puso al corriente. Después de lo ocurrido, John estuvo de morros con ella durante una semana. En cualquier caso, consiguió la cuenta, para su sorpresa, pero aun así llamó a Madison al día siguiente para disculparse por el comportamiento de su esposa, manifestándole su deseo de que no hubiese causado daño irreparable alguno en el vestido de Sally al verterle el champán. Matthew Madison se mostró sorprendentemente comprensivo al respecto, y John le explicó que Fiona había mezclado, con muy poca fortuna, aspirinas para el dolor de cabeza y champán. Mientras lo decía entendió que era la clase de excusa que cualquiera podría inventarse para justificar a una esposa alcohólica. Sin lugar a dudas, al tiempo que abril dejaba paso a mayo, lo ocurrido esa noche pasó factura en su relación. John seguía enfadado, a pesar de que Fiona se había disculpado un millar de veces. De todas las veces que Fiona podía haber experimentado mezclando pastillas y alcohol, esa era la noche menos indicada; así lo entendía John.
En mayo, por otra parte, durante una importante sesión fotográfica que duró una semana, un fotógrafo de fama mundial fue expulsado de su hotel por discutir con el director. Había llevado a su habitación a cinco prostitutas a la vez y eso había incomodado a otros clientes. Fiona no tuvo más remedio, a pesar de sus reparos, de llevarlo a casa e instalarlo en la habitación de invitados; lo cual conllevó que todas las perchas con ruedas fuesen a parar al salón. El caos se había apoderado definitivamente de la casa cuando John llegó de su oficina y se topó con el fotógrafo, dos prostitutas y el camello que le pasaba la cocaína practicando sexo en el salón. Fiona todavía estaba en la revista. John perdió los estribos, con toda razón, y los sacó a todos a la calle. Temblaba de rabia cuando llamó a Fiona a la redacción. Ella no le culpó por lo que acababa de hacer, también estaba enfadada, pero el fotógrafo era uno de los nombres más importantes de su profesión y no quería que se marchase, aunque él igualmente lo hizo al día siguiente, volando de vuelta a París. Fiona no tenía ni idea de cómo completar ahora el número de julio. Estaba sentada tras su escritorio, llorando a lágrima viva, cuando Adrian entró en su despacho y ella empezó a gritarle.
– Si vuelves a decirme una vez más que me comprometa, te mato. Ese idiota de Pierre St. Martin montó una orgía en mi salón anoche y John le echó de casa. Ahora se ha marchado y ha destrozado por completo el maldito número de julio. Y hace tres semanas me emborraché a base de mezclar champán y unas pastillas francesas para el dolor de cabeza en una cena de trabajo que John montó en casa. Nos estamos volviendo locos. El retrato de su mujer cuelga de mi salón, sus hijas me odian y una de ellas me culpa por haber tenido que abortar. ¿Y qué demonios voy a hacer con el número de julio? Ese hijo de perra se ha largado y me ha dejado tirada después de que John lo echase a patadas, y que conste que no le culpo por ello. Se lo estaba montando con dos putas y su camello cuando John llegó de su oficina. Yo también me habría subido por las paredes. Y eso se añade a que todavía no me ha perdonado por lo de la borrachera. Tenía migraña. Y Jamal se puso mis Blahnik dorados de doce centímetros de tacón de la temporada pasada. -Toda una letanía de lamentos.
– Oh, Dios mío, Fiona. John te matará como siga teniendo que lidiar con mierdas como esa. Tu vida está fuera de control.
– Lo sé. Le amo, pero no puedo sobrellevar lo de sus hijas, y él espera que las quiera. Son unas niñatas desagradables y malcriadas, y las odio.
– Pero son sus niñatas desagradables y malcriadas, y él las quiere -le interrumpió Adrian-. Y ahora también son tus hijas, y las quieras o no, tendrás que sobrellevarlas porque le quieres a él. Y no vuelvas a llevar a ningún otro fotógrafo a tu casa, por el amor de Dios.
– ¿Y ahora qué? -dijo hundida mientras se sonaba la nariz.
– Tal vez deberías deshacerte también de Jamal y contratar a alguien normal.
– No puedo. Ha estado conmigo desde siempre. No sería justo.
– Tampoco es justo esperar que John viva con un tipo que va corriendo por la casa medio desnudo o con pantaloncitos de lame dorado, sin contar que también se pone tus zapatos. Para él debe de resultar muy incómodo. ¿Qué pasaría si llevase a alguien de la oficina a casa? -A ella le preocupaba esa cuestión, por eso le compró un uniforme. Pero sabía que Jamal la necesitaba, y siempre había sido cariñoso y fiel con ella. Le parecía cruel despedirlo. No podía entender por qué John no lo aceptaba sin más-. No le estás poniendo las cosas muy fáciles a John, Fiona -la reprendió Adrian al tiempo que ella se recostaba en la silla y dejaba escapar un suspiro.
– Él tampoco me lo está poniendo fácil. Él sabía cómo era mi vida antes de casarnos. Vivía conmigo, por el amor de Dios.
– Sí, pero las cosas son diferentes una vez contraes matrimonio. También es su casa.
– Sigue teniendo su apartamento. ¿Por qué no lleva a la gente allí si no quiere que vean a Jamal? -A pesar de todo, había sido ella la que le había sugerido que preparasen la cena en su casa, pues le había parecido la mejor opción. Y lo habría sido de no haber tenido migraña, tomado aquellas pastillas y haber pillado una buena cogorza como resultado.
– ¿Por qué tendría que ir a su casa? Creí que me habías dicho que tenía pensado vender su apartamento.
– Así es, y quiere que las chicas se alojen con nosotros, lo que significa que perderé la habitación de invitados, y tendré en casa a esos monstruos y a su perra asesina.
– Por todos los santos, Fiona, no es más que un chihuahua o algo así. ¿Qué raza es? -Parecía distraído. Él también estaba un poco enfadado.
– Es una pequinesa. ¿Y se puede saber por qué siempre estás de su parte?
– No es cierto -dijo Adrian con calma-. Estoy de tu parte, porque sé que le amas. Y si no haces nada por solucionar todo esto, vas a perderle. Y no quiero que eso pase.
– Eso era exactamente lo que yo temía, y por eso nunca me había casado. No quiero tener que dejar de ser quien soy con el fin de ser suya.
– No tienes por qué. Jamal no eres tú. Tienes que librarte de algunos detalles. No tienes por qué dejar de ser tú misma.
– ¿Y de qué va a prescindir él?
– Si seguís así, de su cordura y de su vida contigo. Míralo desde su lado. Quiere que sus hijas se sientan cómodas cuando estén contigo. Tienes a un tipo de lo más extraño que corretea por la casa medio en bolas. Poco importa lo dulce que sea, hace que John se sienta incómodo. Tienes un viejo perro maloliente que duerme en tu cama y ronca todas las noches. Tienes un trabajo que te obliga a viajar por todo el mundo constantemente. Tienes unos amigos de lo más raro, como yo mismo. Y llevas a casa a un lunático fotógrafo francés que alquila el servicio de unas prostitutas y trae a su camello a tu casa, y se enrolla con todos ellos en medio de tu salón. ¿Qué te parecería si alguien te obligase a vivir con todo eso? Honestamente, te quiero, pero me volvería loco si tuviese que vivir contigo.
– De acuerdo, de acuerdo, lo arreglaré. Pero el retrato en el salón es un poco excesivo, ¿no te parece?