– No si hace que las chicas se sientan como en casa. Primero gánatelas, después podrás llevar el retrato a su habitación.
– No quiero que tengan una habitación.
– Te has casado con un hombre que tiene hijas. Tienen que tener su propia habitación. Tienes que alojarlas en alguna parte -dijo Adrian implacable. Quería que su relación funcionase y estaba empezando a preocuparse. Y ella también.
– Esto es muy duro para mí -dijo tras sonarse de nuevo la nariz. De repente, todo era estresante… para los dos.
– Para él también es duro. Cede en algo. Lo perderás si no lo haces. -Ambos sabían que no era eso lo que ella quería, pero tampoco quería cambiar nada. Quería que él se acostumbrase, eso era todo. Y quería que sus hijas desapareciesen, pero eso no iba a suceder. Si quería a John, tenía que aceptarlas en su casa, sin importar lo ingratas que fueran con ella-. Nada de fotógrafos en casa -le advirtió Adrian-. Al menos, prométeme eso. Y cómprale a Jamal un par de zapatos de hombre decentes. -Ella no se atrevió a decirle a Adrian que ya lo había hecho y que él los había tirado a la basura porque creía que eran horribles.
– De acuerdo, te lo prometo. -Esa era la parte sencilla. El resto era mucho más duro, y todavía le estaba dando vueltas en la cabeza cuando llegó a casa esa noche y se encontró una nota de John. Se había ido a su apartamento a pasar unos días para encontrar algo de paz. Le llamó allí y fue la señora Westerman la que respondió. Dijo que había salido, pero Fiona no la creyó. Le llamó a su teléfono móvil y le salió el buzón de voz. Se sintió como si él le hubiese dado con la puerta en las narices y sintió pánico. Tal vez Adrian estaba en lo cierto y tenía que hacer algunos cambios lo antes posible.
Sintió como si el destino estuviese conspirando contra ella. Tenía que irse a Londres dentro de un par de días debido a una emergencia con una de las sesiones fotográficas. Tenía algo que ver con la familia real británica. No tenía elección. Tenía que ir. Y en esta ocasión iba a estar fuera durante dos semanas. Solo pudo hablar con John en dos ocasiones mientras estuvo en Inglaterra. Parecía estar demasiado ocupado para hablar con ella y siempre saltaba el buzón de voz cuando lo llamaba al móvil. Cuando regresó a la ciudad, él seguía instalado en su apartamento. Le había dicho que no quería estar en su casa mientras ella estuviese fuera. Sus chicas habían tenido unos días de fiesta en la universidad y habían estado en casa con él. Y dentro de dos semanas volverían otra vez pues acababa el curso. Dejó alucinada a Fiona cuando le comunicó que tenía pensado irse de vacaciones con ellas, solo. Iban a ir al rancho de Montana, adonde tantas veces habían ido con Ann. Allí estarían mientras ella viajaba a París para los desfiles de alta costura.
– Creí que vendrías conmigo -dijo ella con gesto de decepción y sintiéndose realmente asustada.
– Quiero pasar más tiempo con ellas -respondió él con tranquilidad. Y después fue como si le clavase un puñal en el corazón cuando le dijo-: Fiona, esto no está funcionando. Nuestras vidas son demasiado diferentes. Tú vives inmersa en un caos y una confusión constante, en una situación enloquecida. Fotógrafos que toman drogas y se traen a prostitutas a casa es solo la punta del iceberg -dijo sin inmutarse. Para él aquello había sido la gota que colma el vaso, especialmente después de que se emborrachase en la cena, de los zapatos dorados de Jamal…, y también de los de color rosa. Todo aquello parecía frívolo y poco importante, pero para él era demasiado.
– No es justo. Solo ha ocurrido una vez -replicó lastimera.
– Con esa vez fue suficiente. No quiero que haya gente como esa alrededor de mis hijas. ¿Qué habría pasado si mis hijas hubiesen estado aquí cuando a ese loco se le ocurrió montar una orgía en el salón? ¿Qué hubiera pasado si hubiesen llegado en ese momento?
– Si las chicas hubiesen estado aquí, no le habría permitido quedarse. Es uno de los fotógrafos más importantes con los que he trabajado y no quería perder la sesión. -Pero igualmente la había perdido. Y ahora lo perdía a él.
– Jamal es un tipo simpático. Pero tampoco quiero que se relacione con las chicas. Hay un montón de gente rara en tu vida, y a ti te gusta. Es parte de tu mundo. Pero no puedo vivir con toda esa locura en casa. Nunca sé qué voy a encontrarme cuando llego. Lo único seguro es que tú no vas a estar. Desde que nos casamos, apenas has aparecido por aquí. -John estaba empezando a creer que lo hacía a propósito, para evitarlo.
– He tenido muchos problemas en la revista -dijo sintiéndose infeliz.
– Yo también los he tenido en la agencia. Pero no los he volcado en ti.
– Sí que lo has hecho. Ha sido una época difícil para los dos.
– Más dura de lo que crees -espetó con pesar-. Ni siquiera tengo sitio para colgar mis trajes.
– Te daré otro armario. Podemos comprar una casa más grande, si quieres. La mía es muy pequeña para dos. -Y menos aún para cuatro, si las chicas se instalaban también allí. Dios no quisiera.
– En tu vida no hay espacio para dos personas. O tal vez sea demasiado extraña.
– Si querías a una mujer más remilgada y correcta, ¿por qué te casaste conmigo? -dijo justo en el momento en el que empezaron a rodarle las lágrimas.
– Porque te amo. Te amaba entonces y sigo amándote. Pero no puedo vivir contigo. Y no es justo esperar que cambies. Así es como tú quieres vivir. Me equivoqué obligándote a casarte. Ahora lo entiendo. Habías hecho lo correcto siendo libre durante todos esos años. Sabías lo que estabas haciendo. Yo no. Supongo que quería formar parte de tu vida. Era emocionante. Pero ahora comprendo que es demasiado emocionante para mí.
– ¿Qué estás diciendo? -Estaba destrozada. No podía creer lo que estaba oyendo. Él le había dicho que iba a ser para siempre. Y ella había confiado en él.
– Lo que pretendo decir es que quiero el divorcio. Voy a divorciarme. Ya he hablado con mi abogado. He hablado con las chicas de ello durante las dos últimas semanas.
– ¿Has hablado con ellas antes de hablarlo conmigo?
– Parecía una niña a la que hubiesen abandonado en la calle, que era exactamente lo que él iba a hacer. Pero ella no era una niña, era una mujer. Y él tenía derecho a marcharse.
– Despediré a Jamal. Quédate con todos mis armarios. Tiraré mi ropa. Tus hijas pueden instalarse aquí. Y jamás volveré a traer un fotógrafo a casa. -Le estaba suplicando. No quería perderlo. La mera idea de perderlo le revolvía las tripas empujándola a la desesperación.
– Nunca funcionaría. Y la línea divisoria la marca el hecho de que no quiero perder a mis hijas. Y las perderé si sigo contigo.
A pesar de que se hubiesen comportado de un modo horrible con ella, seguían siendo sus hijas, y él las quería. Más de lo que la quería a ella. Y bajo la maléfica influencia de la señora Westerman, habían estado presionándolo y chantajeándolo emocionalmente para que la dejase. Y debido a todas las dificultades surgidas entre ellos, se había creado un terreno fértil para que esa clase de fuerzas hostiles se abriesen paso. Habían triunfado. Habían acabado definitivamente con su resistencia. Fiona tenía que apartarse.
– No tienen derecho a hacer esto. Y tú tampoco. -Lloraba a lágrima viva. No podía creer lo que estaba sucediendo. Por debajo de la oleada de rabia sabía que, al menos en parte, era culpa suya. Tal vez incluso algo más que en parte. Pero también él era responsable. Y había hecho un trato con sus hijas. Finalmente, ellas habían ganado. Iba a perder al hombre que amaba. Adrian estaba en lo cierto. Ella no se había comprometido lo suficiente. Se había sentido tan segura que había ignorado todos los avisos. Y ahora él iba a pedir el divorcio con el fin de congraciarse con sus hijas. Pero ella no solo había compartido errores.
John no volvió a aparecer por la casa. El primer lote de papeles llegó dos semanas después. Su relación había durado un total de once meses de principio a fin. Casi un año. Ni siquiera un año. Tiempo suficiente para amarle y para sentir que le habían robado el alma cuando se fue. Habían estado casados casi seis meses. Se divorciarían en Navidad. Todo el asunto resultaba inimaginable. Él había hecho una promesa. La amaba. Se habían casado. Pero no había significado nada. El matrimonio era lo único que ella no había deseado. Y ahora era lo único que quería. Menuda jugarreta.