Dos semanas después de recibir los papeles que notificaban que él había puesto en marcha el proceso, Fiona se fue a París para los desfiles de alta costura.
Como siempre, Adrian fue con ella. Él fue quien le ofreció su compañía en esta ocasión, en lugar de John. La arrastró de un lado para otro. Parecía un fantasma. Estaba totalmente ida, era como si pudiese verse a través de su cuerpo. Adrian estaba muy preocupado por ella. Era como si Fiona, la mujer a la que conocía, quería, con la que se reía y trabajaba hubiese desaparecido.
12
Fiona no fue a las Hamptons en todo el verano. Se quedó en casa, lamiéndose las heridas, pasando sola las noches, acudiendo a la redacción y llorando con frecuencia. Era como si la vida al completo, todo el disfrute, la ilusión y la pasión, se hubiesen esfumado. Se sentía como si estuviese metida en un túnel sin luz, perdida en la oscuridad. Todo en lo que había creído y amado y confiado se lo habían quitado. Y cada vez que se fijaba en Jamal correteando de un lado a otro de la casa, se culpaba a sí misma por todos los errores que había cometido. Con razón o sin ella, se culpaba de todo. John le había mostrado algo que ella había deseado toda la vida, algo que no creía poder alcanzar jamás, pero cuando ella no fue capaz de entender por completo su significado, él se lo quitó de nuevo. Nunca nada en toda su vida le había causado tanto dolor, ni siquiera la muerte de su madre, por no hablar de la ruptura con otros hombres. La finalización del matrimonio que había compartido con John suponía la muerte de la esperanza para ella. Se sentía como una niña mala a la que hubiesen castigado. Debido a su mala cabeza y su falta de juicio, la habían sentenciado en tanto que adulta, una sentencia de muerte, o al menos así lo sentía ella. No merecía el castigo al que él la había sometido, ni la flagelación que ella se había auto infligido desde entonces, y nada de lo que nadie le dijo la ayudó. Se arrastró todo el verano camino de septiembre, apenas pudo trabajar. Y durante el fin de semana del día del Trabajo, bajo un calor asfixiante, la tragedia volvió a cebarse en ella. Sir Winston sufrió un ataque al corazón y tuvieron que mantenerlo bajo vigilancia asistida durante dos semanas.
Lo visitaba dos veces al día, antes y después del trabajo. Lo acariciaba, le besaba las patas y se sentaba en silencio a su lado. Y, finalmente, roncando y con un beatífico aspecto, cerró los ojos una noche y se sumió en el sueño eterno. Fue una muerte muy pacífica. Y para ella otro durísimo golpe. Había sido un querido y fiel amigo.
Dos días después, tenían un importante encuentro con la agencia de publicidad y no había modo de que Fiona se librase de asistir. Lo discutió con Adrian, pero él le dijo que tenía que estar presente de todas formas, por muy duro que le resultase. No había tenido noticia de John en todo el verano. Él había puesto punto y final sin medias tintas. El tiempo pasaba y el divorcio sería efectivo dentro de tres meses. Su matrimonio había sido breve, no tendría por qué haber sido tan duro para ella, pero incluso Adrian era consciente del calvario que estaba siendo.
Había abierto para él lugares recónditos de sí misma que jamás habían estado expuestos a la luz, que jamás habían sentido el roce humano. Así que cuando él le cerró la puerta a esa parte de Fiona, creó heridas que ella se iba a pasar toda su vida intentando sanar. Peor aún: había reabierto todas las heridas que ella había tenido en alguna ocasión e incluso había creado alguna nueva. Había generado una devastación absoluta en su interior, por eso no podía sentarse a una mesa con él. La mañana de la reunión, se dispuso a llamar por teléfono para decir que estaba enferma. Pero entonces se lo pensó mejor. Adrian tenía razón. Aunque solo fuese por una cuestión de dignidad y respeto hacia sí misma, tenía que ir. Pero además había otro detalle: quería verlo.
John Anderson acudió a la reunión luciendo un estupendo aspecto, estaba moreno y parecía en forma. Llevaba un traje azul oscuro, camisa blanca que casaba a la perfección, y una de sus clásicas corbatas azul marino de Hermès con puntitos rojos y pañuelo blanco en el bolsillo. Estaba imponente. Y Fiona se sentía una pura piltrafa.
Para todos los presentes en la reunión, sin embargo, Fiona tenía aspecto de mujer competente, tranquila y tan elegante como siempre. Se mostró controlada y diligente, y cuando se dirigió a John lo hizo en tono amable y educado. Nadie tenía la más mínima sospecha de lo que le estaba costando estar allí, o charlar con él unos pocos minutos cuando ya iban a salir.
– Tienes muy buen aspecto, Fiona -dijo él con corrección. Pero cuando ella le observó vio que había erigido una especie de muro protector a su alrededor; en sus ojos apreció un escudo de hielo. No iba a permitir que ella entrase de nuevo en su vida, y nadie de los que los vieron allí habría llegado a imaginar que habían estado casados o que uno de ellos, o los dos, seguían enamorados. Ambos se comportaron de un modo completamente profesional, aunque él apreció lo delgada y pálida que estaba. Llevaba un estrecho vestido negro de lino de Yoghi Yamamoto que acentuaba su extrema delgadez, y su rostro era del color de la nieve mientras hablaban-. ¿No has salido durante el verano? -No daba la impresión, y de haberlo hecho debía de haber sido bajo una roca. Su piel era tan blanca que parecía casi translúcida.
– He estado trabajando en esta campaña de publicidad -respondió con aire distraído-, y siempre cerramos el número de diciembre en agosto. Me he pasado todo el mes trabajando. -Sin embargo, desde que John la había dejado, se sentía seca como un hueso, creativamente hablando, y no había tenido una idea decente desde hacía meses. Se sentía vacía-. ¿Qué tal tus hijas?
– De maravilla. Hilary empieza el último curso y Courtenay ha ido a cursar el primer ciclo en el extranjero. Está en Florencia, así que supongo que iré a verla en cuanto pueda. -Hablaban como dos viejos conocidos que no se ven desde hace tiempo, en lugar de dos personas que han estado casadas y que se han amado. Él la había apartado por completo de su vida. Y un minuto después, se separaron.
Adrian los había estado observando y le habló a Fiona con voz queda cuando llegó hasta su lado.
– ¿Cómo ha ido? -le preguntó con gesto de preocupación.
– ¿Cómo ha ido el qué? -replicó fingiendo que no sabía de qué le estaba hablando. -Te he visto hablar con John. -Pues bien -dijo volviéndose para hablar con otra persona. Después volvió a su despacho y logró, con éxito, olvidarse de John durante lo que quedaba de tarde. Cada vez que Adrian se asomaba por su despacho para hablar de algo, ella fingía estar ocupada o hablando por teléfono. No podía hablar con nadie, ni siquiera con él. Estaba hundida.
Le costó otro mes empezar a ponerse de nuevo en marcha, tras varios pequeños desastres en la revista, que supusieron una especie de señal de alerta que le indicaba que no podía desatender ni su vida ni su trabajo. En todos los frentes, en todos los puntos de su vida, las cosas pendían de un hilo. Ni siquiera tenía ya a Sir Winston cuando llegaba a casa. No tenía a nadie, no tenía nada, y el tipo de vida divertida, alocada y libre que antes tanto le gustaba, ahora ya no le atraía lo más mínimo. Odiaba ir a trabajar todos los días, y todavía más odiaba tener que volver a casa todas las noches.
Presentó la dimisión en Chic a principios de octubre, y ella supo que era el momento adecuado para hacerlo. Les dio la noticia con un mes de adelanto, lo cual no era mucho tiempo, y mediante una carta personal al presidente recomendó vivamente a Adrian para cubrir su puesto. Afirmaba dejar el trabajo por motivos personales y de salud, y porque había tomado la decisión de pasar un año o dos fuera del país, lo cual era una absoluta mentira. Estaba tan deprimida que ya no funcionaba, por lo que había decidido alquilar la casa e instalarse en París durante unos meses. Había pensado que, cuando se sintiese mejor, intentaría escribir un libro.