Ambos pidieron la ensalada de setas que ella siempre pedía y ella se debatió un rato entre pedir hígado o sangre frita mientras él componía un gesto de desagrado. Fiona se echó a reír.
– Menuda cosa para comer en Acción de Gracias. Tendrías que comer al menos alguna clase de ave. -Finalmente, Fiona se decidió por la ternera y John por el steak tartare. Estuvieron de acuerdo en compartir las pommes frites, porque él sabía que allí las preparaban de un modo delicioso. Y entonces le preguntó por su libro.
Hablaron del tema durante una hora, y a John todo le pareció fascinante.
– ¿Podrías pasarme una copia? Me gustaría muchísimo leerlo.
– No tengo ninguna copia ahora. -Todavía se mostraba cautelosa con él, pero le había contado muchas cosas sobre el libro. Por cómo se lo describió, John entendió lo mucho que había ahondado en su interior para escribirlo y lo doloroso que había tenido que ser-. Te regalaré un ejemplar cuando se publique, si es que se publica algún día.
– ¿Y el nuevo de qué va? -Pasaron otra hora hablando sobre la nueva novela. Cuando acabaron, estaban compartiendo ya profiteroles.
– ¿Cuántos días vas a estar aquí? -le preguntó mientras engullía la última delicia de chocolate con la pasión de una niña pequeña. John sabía lo mucho que le gustaba el chocolate, y todavía comió más cuando el camarero les trajo los pequeños granos de café cubiertos de chocolate que siempre servían al final de las comidas.
– Dos días. He pasado un tiempo en Londres y tengo trabajo aquí mañana. Me voy el sábado. Mi oferta para cenar sigue en pie si te parece que me he comportado correctamente durante la comida. -Ella sonrió.
– Lo has hecho bien -admitió-. No quería venir.
– Lo sé. Lo supuse cuando hablamos por teléfono. Pero me alegro que hayas venido -dijo amablemente-. Lamento todo lo que ocurrió. Me comporté fatal. -A ella le sorprendió su honestidad. En cierto sentido, reivindicaba su punto de vista.
– Sí, te comportaste fatal. Pero yo también hice un buen puñado de estupideces. Que el fotógrafo montase una orgía con su camello en el salón fue definitivamente el punto más bajo de mi carrera. Siento que sucediese, y también lamento un montón de cosas más. Te alegrará saber que tiré la mayor parte de mi ropa cuando me mudé. No sé por qué me mostraba tan posesiva respecto a mis armarios. Creo que estaba obsesionada con mi vestuario. Aquí todo es más simple. Apenas me compro nada. -Aunque había comprado unas cuantas cosas, principalmente en Didier Ludot-. Mi vida es mucho más sencilla. Y quiero que siga siéndolo. -Parecía convencida de lo que decía.
– ¿Qué quieres decir? -Sentía curiosidad. Fiona parecía otra persona. A un tiempo más frágil y más fuerte, más profunda y más tranquila. A pesar de que había sufrido mucho. En gran medida por culpa de John, y él lo sabía. Pero también había sabido enfrentarse a sus viejos demonios, como el abandono de su padre, la muerte de su madre, los problemas de su niñez, los abusos de su padrastro, algo de lo que ni siquiera había hablado con John; solo su psicólogo tenía conocimiento de ello. Todo eso había quedado reflejado en el libro. Había pasado un buen puñado de años acudiendo a terapia para tratar el incidente con su padrastro, y estaba en paz con ello desde hacía mucho.
– Me he librado de un montón de cosas -se limitó a decir-. Gente, ropa, objetos, posesiones. Un montón de cosas que ni me importaban ni necesitaba. Eso ha hecho que la vida resulte más simple. Y, de algún modo, más clara también. -Le miró a los ojos-. Siento mucho haberme comportado tan mal con tus hijas.
– No hiciste nada malo, Fiona. Ellas te trataron fatal. Tendría que haber sabido llevar la situación mejor de lo que lo hice. No sabía qué hacer, así que salí corriendo.
– Tendría que haberme esforzado más con ellas. Aunque tampoco sabía qué hacer. No soy muy buena en esos temas. Supongo que ha sido mejor que no haya tenido hijos.
– ¿Lo lamentas?
– No. Creo que no habría sabido tratarlos. Mi propia infancia fue demasiado extraña. Lo único que lamento es no haber logrado que lo nuestro funcionase. Seguramente ha sido el fracaso más destacado de mi vida. Estaba metida en un montón de chorradas sin sentido, estaba demasiado interesada en mí misma, en cómo quería hacer las cosas, y en mi trabajo. Supongo que creía estar en la cresta de la ola, y ahora pienso que todo era una mierda. Por eso corté con todo de raíz.
A él le gustaba el resultado de ese corte. En muchos sentidos. Pero también le había gustado cómo era ella antes. Ella le había hecho caer a sus pies, y todavía podía hacerlo con una relativa falta de esfuerzo. Pero ella iba a tener mucho cuidado de no hacerlo. No era consciente del efecto que causaba en él. Estaba demasiado ocupada resistiéndose a la atracción que sentía por él.
– ¿Echas de menos tu trabajo? -Le interesaba especialmente esa cuestión.
– No. Creo que ya había cumplido con ese ciclo. Era el momento de cambiar. Y Adrian lo está haciendo de maravilla. -Ella también lo había hecho-. Hice lo que tenía que hacer. Y ahora me encanta escribir libros. -No había nada que ella no pudiese hacer, o al menos así lo creía John.
– Me encantaría ver tu apartamento -dijo John como si nada mientras pagaba la cuenta, y Fiona le miró como si hubiese sentido el impacto de un rayo.
– ¿Por qué? -Parecía aterrorizada.
– Relájate. Simple curiosidad. Tienes muy buen gusto. Conociéndote, es muy posible que sea estupendo.
– Es muy pequeño -dijo a la defensiva. Ya le había permitido llegar demasiado lejos-. Pero me gusta. Va conmigo. Ni siquiera estoy segura de si quiero mudarme, pero creo que lo haré. Ojalá los propietarios me vendiesen toda la casa. Viven en Hong Kong y nunca están aquí. -Le había dicho a su agente inmobiliario que tantease el asunto, y él le escribió una carta a los propietarios, pero todavía no habían respondido. El lugar era perfecto y la casa era adorable. Comprarla sería poco menos que un sueño hecho realidad.
John tenía un coche con chófer en la puerta, y al caer la tarde había refrescado. Fiona se estremeció debido al viento a pesar de su suéter de visón, y él se volvió hacia ella con una cauta sonrisa. Le había encantado comer con ella. Y, en cierto sentido, ella se alegraba de haber ido. Había estado bien poderse pedir disculpas, admitir que los dos habían cometido errores. Tal vez John estaba en lo cierto y pudiesen ser amigos, aunque ella no las tenía todas consigo. Tendría que pensarlo.
– ¿Permites que te lleve? -le ofreció. Ella dudó, pero después asintió. Se sentó al lado de John y le dijo al chófer la dirección.
John se quedó impresionado cuando se detuvieron en la calle a la altura del edificio. Era un imponente inmueble del siglo xviii, pero la verdadera joya era el patio trasero, donde ella vivía. Ella se lo explicó cuando le señaló donde estaba el terrado. Apenas podía verse su casa desde la parte de atrás. Y entonces, con una cauta mirada, le preguntó si quería subir.
– Solo un minuto. Tengo que ponerme a trabajar -precisó. Y él asintió.
La siguió al atravesar la enorme puerta en la fachada principal, por la que en un tiempo pasaron carruajes, y llegaron al patio, que a él le pareció un lugar mágico. Era propio de Fiona haber encontrado algo así. Y la casa en la que vivía era tan encantadora como le había dicho. Usó la llave y el código, apagó la alarma y él le siguió escalera arriba. Segundos después estaban en el apartamento, y tal como él había sospechado era adorable, y estaba bellamente decorado. Ella lo había llenado de orquídeas, había colgado algunos cuadros y también había comprado unos cuantos muebles. El efecto que destilaba era de comodidad y calidez, y tenía su inimitable toque exótico. Era Fiona al cien por cien. Subieron un tramo más de escalera hasta llegar al estudio con el jardín del tejado en el que trabajaba, y John sonrió ampliamente cuando lo vio.