Le transmitió unas imágenes antiguas y ella volvió a verse una pequeña niña temeraria que exploraba los sótanos del castillo, entre los fantasmas. Él era uno de ellos, pálido y luminiscente, diferente de los demás. En aquel momento, no entendió que no era un aparecido.
– Ahora recuerdo.
– Formamos una cadena en torno al mundo y cada vez somos menos numerosos. Hoy he venido a hablar a Helena Petrovna Blavatski para despertar su espíritu. Anubis te puso cara a cara ante la muerte. Voy a mostrarte el camino de la vida.
Se oyó un ruido de pasos en el sendero. Un hombre con levita pasó a su lado y se detuvo cerca de ellos.
– Nos vigila -dijo Kut Humi.
– ¿Sí?
En un momento de pasión la había tuteado, pero volvió a retomar el usted.
– A usted particularmente. Su zar tiene medios, y su amistad con la reina de Inglaterra facilita las cosas. Los hombres del gobernador general, lord Dalhousie, la perseguirán por todo el Imperio británico, y tampoco es fácil entrar en el Tíbet.
– ¡En el Tíbet! Pero si es el sitio más apartado del planeta. Un occidental nunca ha conseguido entrar en el reino de Buda.
– Ya he avisado a unos hombres. Irá usted hasta Lhassa, donde se revelará ante el mundo. En lo más alto de las nieves eternas está la Vía.
– Nunca he tenido la visión de un camino así. El Tíbet estaba lejos de mis pensamientos, y lo sigue estando.
– Va a ser un viaje muy difícil, mucho más que cualquier cosa que haya vivido hasta ahora. Al cabo de una larga estancia en este país, volverá usted a la India, donde se sumergirá en una sociedad altamente espiritual cuyo objetivo es guiar a los hombres a un plano superior de la conciencia. La muerte la acechará en cada paso que dé, y sus enemigos no serán sólo humanos, Helena.
– ¿Por qué tengo que irme tan lejos?
– La verdadera enseñanza está allí, y hay que merecerla. Antes de poder estudiar filosofía, metafísica, magia, medicina y las escrituras sagradas de los maestros Tsen Gnid, Gyud, M'en y Do, tendrá usted que enfrentarse a guerreros, tempestades, bestias salvajes, a brujos nga gspas, a hadas asesinas kandhomas, a demonios león sindongmos y a usted misma. Tendrá a la opinión pública en contra. Cuanto mayores sean sus progresos, más numerosos serán sus enemigos y sus detractores. Sea fuerte física y espiritualmente. Todavía tiene que enfrentarse a lo que vendrá de los mundos demoniacos. Debe tener una única nieta: el Tíbet.
Helena miró al hindú con un resplandor desafiante en la mirada. Pensó que el Tíbet no tenía un acceso más difícil que las montañas Rocosas. Era una mujer de acción que amaba el peligro. Estaba segura de que lo conseguiría en menos de seis meses.
– Diez años -corrigió Kut Humi, que leía sus pensamientos.
– Dentro de seis meses estaré en la cima del mundo y hablaré con Buda -replicó ella.
– Dentro de seis meses, una mujer chapoteará en el fango de un río en la frontera nepalí y recordará lo que le he predicho.
– No todo está escrito definitivamente. Se puede influir en el destino.
– Diez años de sufrimientos y de lágrimas. Ése es el precio que hay que pagar para elevarse y purificarse. Como los lamas, tendrá que conocer ciento ocho lagos, ciento ocho montañas y ciento ocho bosques antes de que los sabios la admitan. Tendrá que desprenderse de las cosas terrenales. Llegue hasta lo más lejos en el descubrimiento de la naturaleza, cruce fronteras y acceda al conocimiento, pero no olvide nunca, Helena, que el conocimiento sin amor y el amor sin conocimiento no alcanzan nunca el final. Ahora tenemos que irnos y, cada uno por nuestro lado, obrar de un modo que armonice este mundo. Ésa es nuestra misión.
– Pero…
– Ya está todo dicho.
– ¿Cuándo volveré a verlo?
Kut Humi se fue sin responder. El hombre de la levita le siguió mirando de reojo a Helena. Un obrero apareció en el camino. Parecía estar interesado en ella. La angustia se apoderó de Helena. Sintió unas ganas locas de huir. Se imaginó perseguida por las policías secretas de Rusia e Inglaterra, prisionera y cargada de cadenas en un barco, y entregada a Nicéphore en un muelle de Odessa.
Esa opción aterradora la decidió a abandonar Londres lo antes posible. La idea de ir a la India y partir a la conquista del conocimiento se concretaba.
¡Dentro de seis meses, entraría en el Tíbet!
55
Los seis meses habían empezado. Helena se había pasado treinta y ocho días en el mar. Treinta y ocho días y treinta y ocho noches en los que había entendido por qué seguía errando, a pesar de las revelaciones de Kut Humi Lal Sing. Había trazado sus planes para el futuro en un continente del que no sabía nada.
Al cabo de ese largo viaje por mar, había admitido que sólo era un instrumento al servicio de una fuerza superior. Pero no era Dios quien la usaba, de eso estaba segura. En secreto, deseaba el final de las grandes religiones monoteístas inventadas, como decía ella, por los hombres para esclavizarse unos a otros. No había compartido sus puntos de vista con sus dos compañeros de fortuna, los aventureros William Brown, filósofo en Liverpool, e Indranath Sagori, un hindú apasionado por la magia y el ocultismo.
– ¡Bombay!
El grito entusiasmado de William la sacudió. Para ser filósofo, y además inglés, el señor Brown era excesivamente extrovertido. Helena no había visto aparecer la costa.
– ¡Deje de soñar, Helena! Ya tendrá tiempo para eso. Mire esta maravilla que se ofrece a nuestros ojos. La capital del Maharashtra es una perla colocada entre siete islas. No tendrá ocasión de descubrirla bajo un sol igual que éste. ¡Gracias a Dios, la época del monzón ya se ha acabado! No tendremos que soportar las inundaciones. ¿Ve usted como tenía razón cuando retrasé nuestra partida una semana? Sabía que llegaríamos con un tiempo ideal… ¡Mire a los parsis en la grava!
William cogió a Helena del brazo. La apresuró y la exasperó. Debería haber ignorado a «ese amigo» que la había convencido de unirse a él. Ahora dudaba de que pudiera mantener la sangre fría ante el peligro. Podía sentirlo. Poco a poco había desvelado los secretos de su personalidad.
A pesar de tener la corpulencia de un luchador de feria y una voz estentórea, William era un gran paquidermo febril y cobarde. El quinto día de su travesía, durante un golpe de viento que había sacudido el barco, lo había visto hundirse miserablemente en el puente, y rogar e implorar el auxilio de Dios. Era completamente opuesto a Indranath, en cuya frialdad había algo inquietante. Helena desconfiaba de él.
– Aquí fue encerrada la Trimurti -dijo Indranath con voz tranquila.
El hindú se había acercado a ella hasta rozarle el lóbulo de la oreja con sus labios carnosos. Helena retrocedió violentamente. A menudo, aquel hombre tenía gestos y actitudes que inducían a error. Siempre la miraba por encima del hombro, con los párpados entreabiertos. Esa mirada se filtraba a través de las largas pestañas sedosas y la incomodaba. Sabía que ese hombre falsamente devoto la codiciaba como a una chica de burdel. Como la mayoría de los hindúes, no tenía a las mujeres en muy alta estima.
– ¿Qué es la Trimurti? -preguntó ella cuando se repuso.
– Shiva, bajo sus tres formas. Una cabeza enorme con tres caras que representan al dios trascendente, al destructor Bhairava y a la fuerza creadora Shakti. Ya aprenderá a conocer a Shiva en sus diferentes aspectos. Él la ayudará. Su cólera cósmica destruye a los demonios, y también es el portador del amor.
Helena se volvió. Ya había oído bastante. No deseaba oír un discurso cuyo único fin era seducirla. Indranath ya le había hablado de amor y de erotismo.
Ahora ya sabía algo sobre Shiva. Indranath se había divertido describiéndole el lingam y el yoni, el órgano sexual en erección que penetraba el sexo de la mujer elegida. Ese hindú era perverso. Sintió de nuevo su aliento en el cuello. Seguía a su lado.