A Jessie se le llenaron los ojos de lágrimas. Cuando estaba tan disgustada, normalmente iba a ver a Seth, pero ¿cómo iba a molestarlo? Seth estaba sufriendo por la muerte de su padre. Paul, su tío Paul, el mejor amigo de su familia. La misma persona de cuyo asesinato habían acusado a su padre.
En el colegio, sus compañeros cuchicheaban a sus espaldas, y sus amigas la evitaban. Por eso, después de las clases se había ido directamente a casa. Sin embargo, allí no tenía nada que hacer. Su abuela estaba en el piso de abajo, aprendiendo a hacer punto, y Robin había vuelto a la universidad hasta el fin de semana. Sólo quedaba Molly.
Jessie la odiaba, aunque odiar fuera una palabra demasiado fuerte, según decía la comandante. Jessie detestaba el modo en que su padre miraba a Molly. Y detestaba que Molly se llevara bien con todo el mundo de la casa salvo con ella. Incluso el guacamayo hablaba con Molly, y aquel pájaro idiota sólo hablaba con los que le caían bien. Jessie no veía en su hermanastra nada que le agradara.
Sacó un pañuelo de papel de la caja y se enjugó las lágrimas, aunque sabía que se estaba emborronando la máscara de pestañas. En el fondo, sabía que estaba siendo mala con Molly y que les estaba dando motivos de enfado a Robin y a su abuela. No le importaba. Nada iba bien.
Se dejó caer sobre la cama al mismo tiempo que sonaba el timbre de la puerta.
– ¡Seth! -exclamó.
Saltó de la cama corriendo. No podía ser nadie más. Muy contenta por verlo, abrió de par en par la puerta de su dormitorio y bajó de dos en dos los escalones. Necesitaba un amigo en aquel mismo momento.
Sin embargo, en el umbral se encontró cara a cara con un extraño.
– Oh.
Si la comandante se enteraba de que había abierto sin preguntar quién era, le daría con el bastón en la cabeza, así que Jessie cerró la puerta inmediatamente en las narices del hombre.
El timbre sonó de nuevo.
– ¿Quién es? -preguntó Jessie.
– Daniel Hunter -respondió el visitante.
Jessie no conocía a nadie llamado Daniel Hunter, así que él seguía siendo un extraño. Miró hacia atrás, pero no parecía que ni su abuela ni Molly se acercaran a ver quién era.
– Soy amigo de Molly -dijo él en voz alta.
Bueno, aquello era otra cosa, pensó Jessie, y abrió la puerta.
– ¿Y por qué no lo has dicho antes?
– Me has cerrado la puerta en la cara antes de que pudiera hacerlo -dijo él. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y sonrió.
Jessie sintió un cosquilleo en el estómago, como cuando el chico más guapo del instituto le guiñaba el ojo al pasar por delante de su taquilla. Sin saber qué decir, lo miró con atención. Llevaba unos vaqueros oscuros, una cazadora de cuero y, tras él, Jessie vio una moto en la acera. Vaya. No conocía a nadie que tuviera una moto.
El visitante la observó también, mirándola durante tanto tiempo que consiguió ponerla nerviosa. Tenía los ojos castaños, casi dorados, y era guapo, para ser tan mayor. No sólo guapo. Guapísimo.
– ¿Está Molly? -preguntó él por fin, y a Jessie se le quitó el cosquilleo del estómago.
Molly. Jessie se había olvidado de por qué estaba allí. Siempre era todo cuestión de Molly.
– Sí -respondió con reticencia. No le gustaba que aquel tipo tan mono preguntara por su hermanastra.
Se volvió hacia las escaleras.
– ¡Eh, Molly, aquí hay un señor mayor que quiere verte! -gritó, porque cuando había pasado por delante de la habitación de invitados, la puerta estaba cerrada. No quería pensar que fuera la habitación de Molly. Ella no iba a quedarse para siempre. Al menos, Jessie esperaba que no.
– ¿Un señor mayor? -preguntó él con una carcajada.
Jessie se ruborizó.
– Mayor que yo -dijo, avergonzada.
Molly comenzó a bajar las escaleras.
– ¿Quién es?
– Un señor llamado Daniel que lleva una cazadora de cuero y tiene una moto. A mí me parece demasiado cool como para ser tu amigo.
– No conozco a nadie que tenga moto y se llame Daniel… ¡Hunter!
– Eso es lo que he dicho. Se llama Daniel Hunter y es evidente que lo conoces -dijo Jessie.
Lo dijo porque su hermana se había quedado con los ojos muy abiertos, y de repente se pasó las manos por el pelo como si le importara qué aspecto podía tener. Jessie miró después al hombre de la cazadora y después a Molly otra vez. Él no podía apartar la mirada de su hermana, ni su hermana de él.
Muy interesante.
– ¿Vas a aceptar el caso de mi padre… de nuestro padre? -le preguntó Molly.
Jessie abrió y cerró la boca.
– ¿Éste es el abogado? ¿El tipo con el que…?
– No lo digas -le advirtió Molly en un tono de severidad que Jessie nunca había oído en boca de su hermana.
– No te preocupes, no iba a decir nada… -respondió Jessie, dando un paso hacia Molly.
Por algún motivo, no quería enfadarla en aquel momento. No estaba segura de por qué, pero quería saber qué ocurría entre aquellos dos. Era mejor que un episodio de Anatomía de Grey.
– ¿Es que no te parezco un abogado? -le preguntó Daniel.
Jessie se volvió hacia él.
– No he visto muchos como tú -respondió ella, ruborizándose.
– Me lo tomaré como un cumplido -dijo él, y le lanzó de nuevo aquella sonrisa que hacía que se sintiera especial por dentro.
– Entonces, ¿vas a llevar el caso de mi padre? -le preguntó Jessie. Quizá aquel tipo no pareciera abogado, pero tenía mucha confianza en sí mismo, y Jessie estaba segura de que era bueno en su profesión.
– Tu… hermana y yo vamos a hablar de eso.
Jessie alzó las manos hacia el cielo.
– Entonces, ¿lo que decidas depende de ella? Estupendo.
Aquel tipo tan guapo arqueó una ceja.
– ¿Problemas en el paraíso?
Molly suspiró.
– Ella me odia, como tú -le dijo a Daniel-. Y los dos tenéis un buen motivo, pero, en este momento, lo único que me importa es limpiar el nombre del general. Sólo te pido que dejes a un lado tus sentimientos personales, que escuches los hechos y que representes a mi padre. Después de que hagas eso, no tendrás que verme nunca más. Nunca.
– ¿Y yo puedo hacer el mismo trato? -le preguntó Jessie esperanzadamente.
Molly se volvió hacia ella. No habló. No tenía que decir nada. La desilusión de su rostro valía más que mil palabras.
Hunter había tardado algunos días en organizar las cosas en el trabajo y reasignar sus casos para liberarse y poder pasar una temporada en Connecticut. Y tomarse aquel tiempo para poner en orden su vida también le había servido para erigir muros de defensa contra Molly Gifford.
O eso había pensado él. Como había pensado que conocía todos los estados de ánimo de Molly. Sin embargo, la combinación de dolor y exasperación con la que ella miraba a su hermanastra hizo que se le encogiera el corazón. No le gustó que, pese a su promesa de permanecer indiferente hacia ella, pudiera sentir también su dolor. No le gustaba que, cada vez que la miraba, todos los viejos sentimientos se le avivaran. Tenía que superarlo, y lo haría. Se prometió que acabaría con aquellas emociones de una vez por todas.
Finalmente, Molly se dio la vuelta hacia él.
– Has venido -le dijo con asombro.
Hunter asintió.
– Tenemos que hablar.
– Lo sé -respondió ella. Miró a la adolescente, que a su vez los estaba observando con sumo interés. No parecía que la chica tuviera intención de dejarlos a solas-. ¿Jessie? -le preguntó Molly, en tono significativo.
– ¿Sí? -preguntó la chica, echándose la larga melena oscura hacia atrás con la mano.
– Vete. Ahora.
– Bonita manera de hablarle a tu hermana -dijo Jessie con sarcasmo.