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«Él te ofreció pasar al otro lado y tú lo rechazaste», le recordó una vocecita.

– Bueno, he reservado una habitación en un hotel, pero dejé mi número de tarjeta de crédito para conservarla, así que no tengo prisa. Me encantaría quedarme a cenar -dijo Hunter-. Conocer a la familia me ayudará a formar una estrategia de defensa. Gracias por la invitación, comandante.

– Es un placer. Espero que te guste la carne asada, porque es lo que he preparado.

– Me encanta.

Molly estaba segura de que Hunter lo hacía a propósito, que quería hacérselo pasar mal y que se retorciera en el asiento como venganza por el dolor que ella le había causado. Cenar con la familia no servía para ayudar a su padre. Lo que de verdad ayudaría sería demostrar que era inocente encontrando otros sospechosos. Hunter y ella debían tener una larga charla al respecto en cuanto hubiera ocasión.

– Oh, ¿y has mencionado un hotel? -dijo Edna entonces, atrayendo la atención de Molly-. Eso no es necesario. Tenemos un sofá cama muy cómodo en el estudio.

Molly intentó captar la mirada de su abuela, pero no lo consiguió. Como Hunter, Edna estaba evitando mirar a su nieta.

En el caso de la comandante, eso significaba que tenía algún motivo para invitar a Hunter a que se quedara. Molly nunca hubiera pensado que su abuela era una casamentera, pero aquel día se había llevado varias sorpresas.

Intentó poner final al entrometimiento de Edna.

– Hunter necesita espacio para trabajar, y además, no sabemos cuánto estará en la ciudad. Pueden pasar semanas o meses, dependiendo de cuánto dure esta farsa. Pienso que estará más cómodo en un hotel.

– Tonterías -dijo la comandante, dando un golpe en el suelo con el bastón-. Ésa es la razón por la que debe quedarse aquí. El sofá cama está en el despacho de tu padre. Hunter tendrá un lugar perfecto para trabajar sin tener que desplazarse.

– El motel está a cinco minutos -dijo Molly.

Hunter carraspeó.

– No quisiera desplazar al general de su estudio.

– Aún está en la cárcel -dijo la comandante-. ¿Puedes creerlo? El idiota de su abogado no ha sido capaz de sacarlo todavía.

Hunter hizo un gesto de preocupación. Era evidente que no se había dado cuenta de lo difícil que era la situación. Bien, pues ya lo sabía. Seguramente, se iría directamente a su hotel a trabajar.

– Eso lo remediaremos mañana a primera hora -le prometió Daniel a Edna-. Como seguramente tendré muchas preguntas cuyas respuestas necesito para conseguirle una vista, quizá sea mejor que me quede aquí.

– Excelente -dijo Edna-. ¿No es excelente, Molly?

– Magnífico -respondió ella.

Molly se quedó sorprendida de que su abuela no comenzara a aplaudir.

Capítulo4

Teniendo en cuenta que Hunter no estaba en su propia casa y que había pasado la noche en un sofá cama bajo el mismo techo que Molly, tenía que admitir que había dormido bastante bien. Su primer objetivo de trabajo aquel día sería sacar a su nuevo cliente de la cárcel. No tenía ni idea de por qué estaba todavía entre rejas el padre de Molly, pero aquello era inaceptable. Se había levantado temprano y había hecho una lista de cuestiones sobre las que tenía que hablar con el general cuando se reunieran. Además, había dejado un mensaje en su oficina para que llamaran al abogado defensor de oficio que le habían asignado. Él debía enviarle a Daniel copia de toda la documentación, por fax, lo antes posible. Su primera parada de aquella mañana sería la cárcel del condado.

Oyó un ruido de alas moviéndose y se acercó a la jaula, que estaba cubierta con un paño. Edna le había dicho que no molestara al pájaro, porque los guacamayos necesitaban doce horas de sueño ininterrumpido. Sin embargo, como había salido el sol y Hunter tenía curiosidad por su compañero de cuarto, alzó el paño por una esquina, y el pájaro abrió un ojo. No dijo nada por el momento.

– Sigue así y nos llevaremos muy bien -le comentó Daniel al guacamayo.

De repente, el pájaro movió las alas azules y sobresaltó a Daniel con el ruido y la envergadura de su cuerpo.

– ¡Rock and roll! -graznó.

Hunter se echó a reír.

– No está mal para empezar el día -le dijo.

Después, se sacó el teléfono móvil del bolsillo. No le había contado sus planes a Ty y ya era hora de enfrentarse a la reacción de su amigo. Cuando Ty respondió a la llamada, Daniel habló rápidamente.

– Estoy en Connecticut. Voy a aceptar el caso, y no me digas que ya me lo dijiste.

La risa de su amigo retumbó en el teléfono.

– Está bien, no lo haré. ¿Cómo está Molly?

Hunter cerró los ojos.

– Es Molly.

– Y tú todavía estás enganchado.

– Estoy esforzándome por superarlo.

– ¿Puedo preguntarte por qué has cambiado de opinión?

– ¿Aparte de por todas las cosas que Lacey y tú me dijisteis la otra noche? Lacey tenía razón. Le debo una a Molly

– Vaya. Eso no me lo esperaba.

– Bueno, odio decir que me he equivocado y no me resulta fácil decir que Lacey tenía razón. Durante todo el tiempo, Molly decía que Dumont no era el responsable de los intentos de asesinar a Lacey, y yo me negué a reflexionar sobre ello. No confié en su buen juicio. Me puse de vuestro lado y en contra de ella.

– Entonces, ¿piensas que puedes compensarla aceptando el caso de su padre?

– En parte. Y ayudarla ahora me facilitará las cosas cuando me marche. Me marcharé cuando todo esto termine.

Ty se rió.

– Mira, eres muy contradictorio. Hace un minuto estabas maldiciéndola por haberte dejado, y al siguiente te estás culpando por no haberte puesto de su lado. ¿Crees que ése es el motivo por el que te dejó el año pasado?

– No me importa el motivo, sólo lo que hizo. Quiero que las cosas terminen limpiamente entre nosotros esta vez -dijo Daniel. De ese modo, él podría volver a su vida y dejar de maltratarse a sí mismo. Sería capaz de seguir adelante.

– Buena suerte, tío. Algo me dice que vas a necesitarla.

Ty colgó rápidamente antes de que Hunter pudiera decir la última palabra.

– Típico -murmuró Hunter, sacudiendo la cabeza.

Sin embargo, sabía que sí iba a necesitar tener suerte, porque se había dado cuenta de otra cosa durante los últimos días: no iba a permitir que ninguna mujer le estropeara la vida. Por desgracia, también había descubierto que no había superado lo de Molly.

Aquel año pasado había sido una regresión de la que no estaba orgulloso. De niño, había sido defensivo y protector consigo mismo. Necesitaba que alguien lo guiara, y no lo había conseguido.

Después de pasar por hogares de acogida de personas peligrosas algunas veces, y en otras ocasiones negligentes, a los dieciséis había llegado a la casa de la madre de Ty, donde su vida había cambiado a mejor. Ty y Lacey se habían hecho amigos suyos, y le habían enseñado a respetarse a sí mismo durante el año que habían pasado juntos.

Entonces, el tío de Lacey, Marc Dumont, había decidido inesperadamente que quería que ella volviera a su casa, a sufrir sus malos tratos. Los tres amigos habían fingido la muerte de Lacey; la habían enviado a Nueva York para evitar que tuviera que volver a la pesadilla que había sido su vida.

Aquella supuesta muerte le había negado al tío de Lacey la oportunidad de reclamar su fondo fiduciario, y él se había puesto furioso. Dumont no podía demostrar que Ty y Hunter hubieran tenido nada que ver con la muerte de su sobrina, pero de todos modos había decidido castigarlos.

Con sólo mover unos hilos, había conseguido que mandaran a Hunter a un reformatorio juvenil, donde había causado tantos problemas que lo habían enviado a un programa especial en la cárcel. Él había entrado en la prisión con chulería, con fanfarronería de adolescente, pero en cuanto había oído cerrarse las puertas tras él, había estado a punto de orinarse en los pantalones.