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Gracias a Dios, no había sido estúpido. Había escuchado todo lo que le habían contado los presidiarios, y había prestado mucha atención. En aquel momento había decidido que de ningún modo terminaría como aquellos hombres que le estaban contando la historia de sus vidas.

Se había concentrado en sus palabras y había recordado a Lacey y a Ty, las dos personas que creían en él. Había visto aquello en lo que se había convertido. Había imaginado su decepción y había oído la voz de preocupación de Lacey.

De alguna manera, ellos dos habían estado con él durante aquel programa, mientras él pagaba por sus actos, mientras se aseguraba de que sus antecedentes penales se borraban en su cumpleaños décimo octavo, tal y como le había prometido el juez que llevaba su expediente. Habían estado con él mientras se ganaba las becas de estudios que le habían permitido comenzar la universidad. Ellos eran su familia.

Así que el año anterior, cuando Molly, que no conocía su pasado, le había dicho que el tío de Lacey estaba a punto de conseguir que la declararan legalmente muerta y de exigir la entrega de su fondo fiduciario, Hunter había enviado a Ty a Nueva York a encontrarla.

Y cuando alguien había intentado matarla varias veces después de su sorprendente resurrección, ellos habían culpado al tío de Lacey, el que pronto iba a ser padrastro de Molly. Hunter estaba seguro de que Marc Dumont era culpable, pese al afecto que le tenía Molly.

Sin embargo, Daniel nunca le había vuelto la espalda a Molly, y siempre había estado allí para ella. Le había ofrecido su vida, su alma, su amor, todo lo que nunca le hubiera dado a ninguna otra mujer, y ella lo había rechazado. Todo lo que él había tratado de conseguir después de salir del sistema de acogida estatal, llegar a ser alguien, se había desmoronado cuando ella lo había dejado. Molly le había demostrado que el peor de sus miedos era cierto.

Con buena ropa, bebidas caras y cubertería de plata no cambiaría quien era por dentro. Ella había confirmado su creencia de que ninguna mujer podía querer al verdadero Daniel Hunter, y él se había pasado todo el año anterior emborrachándose y trabajando como un demonio para olvidar. Sin embargo, Hunter había trabajado demasiado duramente para llegar a ser algo en la vida como para permitir que su tendencia autodestructiva lo venciera.

Lo cual le llevaba de nuevo hacia su plan para olvidar a Molly. Necesitaban cerrar aquel círculo. Al menos, él lo necesitaba, aunque eso conllevara ablandarse con Molly mientras trabajaba en el caso de su padre.

Dejaría que la naturaleza siguiera su curso, pensó con ironía mientras miraba al pájaro. Había deseado a Molly durante demasiado tiempo como para negar aquel deseo, sobre todo, porque parecía que iba a pasar una buena temporada en aquella ciudad. Aquellos casos nunca terminaban con rapidez. El hecho de concederse permiso para intimar con Molly le producía una buena sensación.

Muy buena.

Al pensarlo se puso de buen humor. Podría sonreír un poco más y disfrutar del tiempo que iba a pasar allí, trabajando en un caso que prometía ser un desafío, y de Molly. Siempre y cuando, en aquella ocasión, fuera él quien la dejara. El juego podía comenzar.

Molly volvió de su carrera matinal con su amiga Liza, una chica a la que había conocido casualmente en una cafetería, y gracias a la cual había comenzado a trabajar de voluntaria en un centro de mayores de la ciudad. En cuanto entró en casa, fue directamente a ducharse antes de que Jessie se despertara y ocupara el baño durante una hora.

Después de la ducha entró en su habitación, se secó el pelo, se vistió y se maquilló. Y, cuando salió al pasillo, se topó directamente con Hunter, que evidentemente también acababa de ducharse. Llevaba unos vaqueros y un polo de color verde, e iba silbando mientras se secaba el pelo con una toalla.

Se detuvo justo antes de chocarse con Molly.

– ¡Buenos días! -dijo, sorprendentemente contento de verla.

– Buenos días -respondió Molly con cautela-. ¿Has dormido bien en el sofá cama?

– Bastante bien -dijo Daniel, y apoyó un hombro contra la pared, dispuesto a charlar un rato-. He dormido lo suficientemente bien como para comenzar a trabajar en el caso de tu padre con la cabeza bien clara.

– Vaya, me alegro.

– ¿Y tú? ¿Qué tal has dormido?

«No tan mal, teniendo en cuenta que el hombre de mis sueños está bajo el mismo techo que yo», pensó Molly.

– He dormido muy bien -mintió.

Y, como si le hubiera leído el pensamiento, Hunter sonrió de una manera atractiva y sensual, y la miró fijamente.

Para evitar retorcerse, Molly se cruzó de brazos, irguió los hombros y le devolvió la mirada. Pasó los ojos por todo su cuerpo, lentamente, para evaluar aquello con lo que se estaba enfrentando.

Sin duda, se estaba enfrentando a un hombre guapísimo. El olor a jabón y a champú que él desprendía la envolvió como una niebla húmeda. Aquello la excitó, y notó que el cuerpo se le tensaba de deseo.

Carraspeó y se movió para disimular su nerviosismo.

– ¿Y cuál es el plan del día?

– Me gustaría ver a tu padre en la cárcel y conseguir una vista para solicitar la libertad bajo fianza en cuanto sea posible.

Molly abrió mucho los ojos debido a la sorpresa.

– Haces que todo suene muy fácil -le dijo.

– No debería ser difícil. He pedido a mi oficina que den aviso al tribunal de que yo seré su abogado de ahora en adelante, y que consigan una copia de todo el expediente y de la documentación que tiene entre manos el defensor de oficio. Me lo van a enviar. Gracias a Dios que existen el fax y el correo electrónico -dijo él con una carcajada.

¿Estaba riéndose? Ella lo miró con los ojos entrecerrados. ¿Dónde estaba el hombre que había llegado el día anterior con una actitud furiosa?

– ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer hoy? -le preguntó Daniel.

– Lo de costumbre.

– ¿Y qué es? -insistió Daniel, inclinándose hacia ella. En tono juguetón, añadió-: Vamos, comparte tus hábitos diarios conmigo.

– ¿Por qué?

– Porque soy curioso.

Ella sacudió la cabeza.

– ¿No fuiste tú el que dijo ayer que sólo habías venido por mi padre? No querías hablar de nada que fuera remotamente personal.

– He cambiado de opinión.

– Es evidente. La cuestión es por qué, y no me digas que una buena noche hace maravillas con tu estado de ánimo.

Aquel granuja sonrió. Fue una sonrisa sexy, despampanante.

Ella se pasó una mano temblorosa por el pelo y lo miró con toda la firmeza que pudo.

– No me gustan estos jueguecitos. Quizá se te haya olvidado ese detalle sobre mí, pero es cierto. Ayer me disculpé y tú rechazaste mis disculpas, y esta mañana estás tan contento, flirteando…

– ¿Es eso lo que estoy haciendo?

– Sabes muy bien que sí.

Entonces, él le acarició la mejilla. Su caricia fue un roce cálido y suave contra la piel.

– Ahora sí estoy flirteando -dijo, con una sonrisa mucho mayor.

Ella elevó la mano para apartarle, pero en vez de eso, le agarró la muñeca.

– No juegues conmigo.

Intentó que su voz sonara severa, pero emitió un susurro tembloroso que la traicionó.

Hunter dio un paso hacia ella. Sus caras estaban a centímetros de distancia.

– Pese a lo que dije cuando llegué ayer, me he dado cuenta de que tenías razón. Tenemos un asunto sin terminar, comenzando por que yo acepte tus disculpas.

A ella se le aceleró el pulso.

– Bueno, me alegro de que pienses así -dijo.

Se humedeció los labios secos y se recordó que no debía leer en sus palabras más de lo que significaban. Sin embargo, no podía negar que se sentía muy contenta de aquel cambio de actitud, aunque sólo fuera por el hecho de que trabajar para liberar a su padre le resultaría más fácil así.

¿O no? Mientras él la miraba, tenía un brillo intenso en los ojos castaños, y los destellos dorados de su iris bailaban con un deseo que ella reconocía, no sólo porque Daniel la hubiera mirado así muchas más veces, sino porque sentía el mismo anhelo creciendo dentro de sí misma.