– Hola, Molly.
– ¿Qué tal, Molly?
– ¿Cómo está tu padre?
Los saludos y las preguntas le llegaban desde todos los rincones de la cafetería, y Molly respondía a cada persona por su nombre y con una sonrisa. Parecía que estaba más cómoda y más feliz allí de lo que nunca había estado en la universidad ni en Albany.
Había encontrado el hogar que siempre había estado buscando. ¿Podía él guardarle rencor por eso?
Se acercaron al mostrador.
– ¿Un café con leche descafeinado grande, con aroma de vainilla? -le preguntó el camarero.
Era un chico que tenía el pelo corto y castaño oscuro, y unos ojos atentos que se fijaron en el pecho de Molly. Era lo suficientemente joven y atrevido como para pensar que podía competir por una mujer como ella.
Hunter apretó los dientes mientras Molly sonreía al chico.
– Podías haberme preguntado si quería lo de siempre.
El camarero se encogió de hombros y tomó una taza.
– Pero quería impresionarte.
Molly se puso las manos en las caderas.
– Siempre me impresionas, J.D.
– Yo tomaré un café solo -dijo Hunter, consciente de que el chico lo estaba ninguneando.
– ¿Cómo está tu padre? -le preguntó J.D. a Molly mientras le preparaba el café.
– Está muy bien. Confía en que lo exculparán pronto.
– Me alegro de saberlo. Cuando salga, dile que venga siempre que necesite un descanso. El café corre de mi cuenta -le dijo J.D. con una sonrisa.
– ¿El camino hacia el corazón de una mujer pasa por el estómago de su padre? -preguntó Hunter.
Molly le dio un codazo.
– Shh. Sólo está siendo amable.
A pesar de las objeciones de Molly, Daniel pagó los cafés, con la esperanza de que aquel gesto de Romeo le diera a entender al camarero que Molly estaba con él.
Finalmente, J.D. le entregó las vueltas a Hunter y se volvió a atender a otro cliente. Hunter y Molly se sentaron en una mesita al fondo de la cafetería.
– ¿No había que tener como mínimo dieciséis años para trabajar? -le preguntó Hunter-. Ese chico apenas tiene edad de afeitarse.
Ella se apoyó en el respaldo de la silla, a punto de echarse a reír.
– ¿Estás celoso de J.D.? -le preguntó, divirtiéndose a expensas de Daniel.
– No estoy celoso de nadie -respondió él. No podía creer que se hubiera metido en una conversación como aquélla-. Bueno, vamos a hablar de tu padre -le dijo a Molly para cambiar de tema.
– Es inocente -declaró Molly con rotundidad.
Y Hunter se dio cuenta de que aquel tema tampoco iba a ser fácil.
– No importa que sea culpable o inocente.Yo lo defenderé lo mejor que pueda. Estudiaste derecho. Lo sabes.
– Pero yo necesito que creas que es inocente -dijo Molly con el ceño fruncido.
Hunter no quería hablar de aquello, pero tenía que hacerle entender que su trabajo como abogado defensor no era tomar partido moral. Si se preocupaba por la culpabilidad o inocencia de su defendido, si se preocupaba por el estado emocional de Molly, se estaría exponiendo a otro rechazo, y entonces tardaría mucho más de un año en superarlo.
– Molly…
– Has leído el expediente, conoces los hechos, pero no conoces a mi padre. El general Addams nunca hubiera matado a su mejor amigo.
Hunter gruñó suavemente.
– Escúchame. Tú necesitas que yo sea el defensor de tu padre, no su paladín. Son cosas distintas.
– Es mi padre. Mi padre verdadero. Alguien que se preocupa por mí y que… -hizo una pausa y tragó saliva, intentando contener las lágrimas.
Demonios.
– Mira -continuó Daniel-. No puedo imaginarme lo que estás sintiendo en este momento, pero haré todo lo que pueda por él.
Molly asintió.
– Nunca lo he dudado. De lo contrario no te habría llamado. Así que ahora vamos a disfrutar. Ya tendremos tiempo de entrar en detalles más tarde -dijo, y empujó con suavidad la taza de Daniel hacia él.
Daniel asintió con agradecimiento y se llevó la taza a los labios. Tomó un largo sorbo de café y se quemó el paladar. Siguieron allí sentados, en un silencio muy confortable, compartiendo el café matinal y charlando sobre cosas generales como las noticias y el tiempo, de un modo relajado y comprensivo que hizo que Hunter recordara lo bien que siempre se habían llevado.
Poco a poco, él volvió al tema de la situación actual de Molly.
– ¿Te gusta vivir con toda tu familia, o detestas estar siempre rodeada de gente? Después de tantos años viviendo solo, no creo que yo pudiera vivir con extraños -le dijo.
Ella apretó los labios mientras pensaba en la respuesta.
– Al principio estaba incómoda, y todavía hay cosas que echo de menos de estar sola -dijo finalmente-. No voy a quedarme con ellos para siempre, claro. Sólo me parecía una buena manera de conocer a mi familia y de recuperar el tiempo perdido.
– ¿Incluso ante la hostilidad de Jessie? -le preguntó él. No entendía cómo Molly podía soportarlo día tras día.
– Ella ha sido el desafío más grande. Yo intento ponerme en su lugar. Normalmente, eso me calma lo suficiente como para no hacerle caso, ¿sabes?
– No lo entiendo muy bien. Yo fui hijo único, así que nunca tuve que acostumbrarme a convivir con hermanos. Al menos, no hasta más tarde.
– Hasta que los servicios sociales se hicieron cargo de ti.
Al oírlo, todo se le heló por dentro, y deseó no haber dicho nada en absoluto.
– Exacto -dijo, y apretó la mandíbula.
– ¿Fue tan malo? -le preguntó ella suavemente.
Daniel nunca hablaba de su pasado. Cuando le había contado a Molly que se había criado en hogares de acogida, ella supo de inmediato que era mejor no pedirle detalles. Sin embargo, parecía que una vez que Molly había encontrado sus raíces, pensaba que tenía carta blanca para hacerle preguntas.
– Sí, fue muy malo. Una pesadilla. ¿Podemos dejarlo ya? -dijo Hunter, con brusquedad, para cortar por lo sano.
– No, no podemos -replicó Molly, y le tomó la mano por encima de la mesa. Lo miró con una mezcla de afecto y curiosidad. No con compasión.
Daniel nunca había tenido la sensación de que ella le tuviera lástima. Quizá, como su propia niñez tampoco había sido un camino de rosas, Molly era capaz de entenderlo muy bien.
– No parece que hayas conseguido superar el pasado. Quizá hablar de ello te ayude.
– El hecho de que tú hayas dado con un cuento de hadas no significa que a mí vaya a sucederme lo mismo, Molly. Déjalo ya.
– ¿Nunca sientes deseos de buscar a tu familia? -le preguntó ella.
Hunter cerró los ojos y contó hasta diez antes de mirarla de nuevo.
– ¿Alguna vez deseas tú que aparezca tu madre y estropee lo bueno que te está ocurriendo? No, no lo deseas. Igual que yo tampoco quiero que aparezca mi padre, alcohólico y vago, que nos abandonó a mi madre y a mí. Ni tampoco quiero que la mujer que me entregó a los servicios sociales aparezca pidiéndome dinero. Ésa es la belleza de las preguntas tontas. No se merecen respuesta -dijo Daniel, y se cruzó de brazos mientras se apoyaba en el respaldo de su butaca.
Molly arqueó las cejas impasiblemente ante su exabrupto.
– En realidad, a mí sí me gustaría ver a mi madre y hacerle muchas preguntas. Sin embargo, esta vez no espero nada de ella. He aprendido la lección.
Daniel asintió. La respuesta calmada de Molly mitigó algo de su frustración, que no estaba dirigida a ella sino a su asquerosa infancia. Molly tenía razón: ella había aceptado su pasado. Él, sin embargo, todavía estaba furioso.