Dejó escapar una larga exhalación.
– No todo el mundo puede encerrar las cosas en una caja con un lazo, como tú.
– Eso es cierto, pero con tanta ira como sientes, lo único que consigues es hacerte daño. Yo estoy aquí si quieres hablar de ello, eso es todo.
¿Durante cuánto tiempo?, se preguntó Hunter. ¿Cuánto tiempo estaría Molly con él antes de marcharse, como había hecho antes?
– Gracias -murmuró. No tenía ganas de comenzar aquella conversación en particular.
– Si alguna vez tengo hijos, nunca los trataré como si fueran menos importantes que el envoltorio de un chicle que se me haya pegado a la suela del zapato -dijo Molly, tomándolo por sorpresa.
– Ni menos importantes que la siguiente copa -añadió Hunter sin pensar.
Ella sonrió de un modo encantador.
– ¿Lo ves? No es tan difícil. Unirse a mis quejas, quiero decir. Te sientes mejor, ¿a que sí?
Él inclinó la cabeza.
– Estoy seguro de que ninguno de los dos dejaría a su hijo en el servicio de Penn Station sin mirar atrás.
– ¿Es eso lo que hizo tu madre? -le preguntó Molly con horror.
Él nunca lo había admitido.
– Estuve allí durante medio día antes de que alguien se diera cuenta. Finalmente, ella se lavó las manos y me entregó al estado.
– Hacerle algo así a tu propio hijo es espantoso -le dijo Molly moviéndose nerviosamente en el asiento. Tenía ganas de abrazar con fuerza a Hunter, pero no quería mostrarle compasión, porque él erigiría barreras de protección contra ella. Por fin, Daniel estaba hablando sobre sí mismo, y Molly lo consideraba un progreso.
– En cualquier casa en la que estuviera, me quedaba despierto por las noches, pensando en que debía de saber lo que estaba haciendo cuando se marchó. Debía de saber algún secreto muy oscuro sobre mí que me hacía indigno -le dijo Hunter, con una mirada perdida.
– Oh, no. Ella era indigna de tener un hijo, y más un hijo como tú -respondió Molly con un nudo en el estómago.
– Bueno, da igual. Es algo del pasado.
Molly tenía la esperanza de que contar algo así hubiera servido para que él se desahogara un poco.
– ¿Quieres que nos vayamos ya? -le preguntó Daniel.
– Sí, vamos -respondió ella. Habían formado un vínculo entre los dos, y Molly se sentía agradecida por aquel avance que había conseguido-. ¿Tú estás listo?
– Ya tengo suficiente cafeína en el cuerpo como para enfrentarme al sistema judicial.
– Con eso me vale -dijo Molly.
Ambos se pusieron en pie.
– Voy a comprar una botella de agua, ¿quieres una?
– No, gracias -respondió Molly, y miró hacia el mostrador-. Yo te espero fuera, ¿de acuerdo?
Daniel asintió.
– No se lo hagas pasar mal a J.D. -le dijo en broma, antes de dirigirse hacia la puerta.
Después de su intensa conversación, le iría bien respirar un poco de aire fresco. Cuando salió, inspiró profundamente. La brisa fresca le sentó bien.
Caminó hasta la esquina del edificio y se apoyó en el muro de ladrillo para observar los edificios oscuros. Le parecía que tenían personalidad. A Molly le encantaba aquella ciudad, y no le importaría echar raíces allí.
Se preguntó qué imaginaba Hunter cuando pensaba en el futuro. Aquella charla sobre los hijos había despertado en ella un anhelo que llevaba conteniendo mucho tiempo. Un deseo que se había fortalecido al conocer a su padre y a sus hermanas. Molly siempre había querido tener una familia propia.
– Eh -dijo Hunter, acercándose a ella y poniéndole la mano en el hombro-. ¿Qué tienes en esa preciosa cabeza?
– Sólo estaba disfrutando del aire fresco.
– No. Estás preocupada por tu padre.
Ella no estaba pensando en su padre en aquel momento, pero el general nunca estaba lejos de su pensamiento. Era mejor que Hunter creyera eso y no que supiera que Molly estaba anhelando un futuro fuera de su alcance.
– Sí, tienes razón.
Él se acercó más.
– Todo saldrá bien, Molly.
– No puedes prometérmelo.
– No, pero sí puedo prometerte que tendrás el mejor abogado de Connecticut y de Nueva York.
– Por no mencionar el más modesto, también -dijo ella con una carcajada, y se apoyó ligeramente en él.
Después de que la ira de Daniel se hubiera aplacado, él tenía un efecto tranquilizador que Molly necesitaba desesperadamente. Y cuando recordó el beso que se habían dado antes, Hunter tuvo otro efecto en ella, completamente distinto.
Sin embargo, sabía que debía presionarlo también en algo que era muy importante para ella.
– Prométeme que, una vez que hables con mi padre, revisaremos la conversación sobre su culpabilidad o su inocencia.
Molly necesitaba que él creyera en su padre tanto como ella misma. Estaba poniendo en manos de Daniel no sólo su fe, sino el bienestar de toda su familia.
– Hablaremos -le dijo él, misteriosamente. No era de extrañar que fuera tan buen abogado.
Y un hombre tan estupendo.
El caso de su padre los había unido de nuevo. Molly tenía la esperanza de poder usar aquel tiempo para fortalecer el resto de los lazos que había entre ellos.
Jessie estaba junto a Seth en la cama del dormitorio de su amigo. Ella tenía la cabeza apoyada en la almohada, y él en el extremo contrario, sobre una pila de ropa que su madre quería que recogiera.
Todos los días, después del instituto, Jessie se quedaba con él, pero Seth no hablaba de nada.
– Sé que estás muy triste por la muerte de tu padre, pero tienes que hablar, o nunca te sentirás mejor.
Él movió la cabeza hacia los lados.
– No es sólo eso.
– Entonces, ¿qué es?
Seth se incorporó y se sentó.
– Esa noche, mi padre pegó a mi madre. Yo lo oí todo.
– ¿Qué?
Jessie sabía que el padre de Seth tenía muy mal genio y, algunas veces, asustaba un poco cuando estaba enfadado, pero era su tío Paul, y nunca había pegado a nadie. Estaba segura.
– Quizá sólo te pareciera que estaba ocurriendo eso, pero…
Él negó con la cabeza.
– Estoy seguro. Le pegó, y ella dijo que ya era suficiente, que aquélla era la última vez que le ponía la mano encima -dijo Seth, con la voz temblorosa.
Jessie se estremeció y sintió náuseas. No sabía qué decir para conseguir que Seth se sintiera mejor.
– Lo siento -susurró.
Él miró a la nada. Jessie ni siquiera sabía si la había oído.
– Yo no lo sabía -dijo Seth-. Vivo en esta casa y nunca me había dado cuenta de que mi padre pegaba a mi madre. Debería haberlo sabido. Debería haberlo impedido -dijo, y se balanceó nerviosamente hacia delante y hacia atrás.
Jessie no pudo soportarlo más. Se acercó a él y le rodeó los hombros temblorosos con el brazo.
– ¿Cómo ibas a saberlo si tus padres no querían que te dieras cuenta? Tú eres el hijo. Ellos son los adultos. No puedes culparte.
– Puedo, y me culpo. Y hay más -dijo él-. Después de que mi padre saliera de casa hecho una furia, mi madre se quedó llorando y yo no supe qué hacer. Me metí en mi habitación durante un rato, y después bajé las escaleras para hablar con ella, pero tu padre ya había llegado.
Jessie asintió, sin saber qué iba a decirle después.
– Yo me quedé escuchando tras la puerta. Tu padre estaba furioso. Estaba enfadado por no haber obligado a mi madre a dejar a mi padre antes.
– Eso significa que mi padre sabía lo del maltrato -dijo Jessie, y se mordió el labio inferior.
Seth asintió.
– Y Frank juró que si mi padre volvía a pegarle, lo mataría. Debía haber sido yo el que dijera eso. Debía haberme ocupado de las cosas mucho antes.
– Tranquilo -dijo ella con impotencia. Se le rompía el corazón por su amigo.
Él la miró fijamente.
– Tienes que saber que no creo que tu padre matara al mío -le dijo antes de enterrar la cabeza entre las rodillas, sollozando.