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– Shh. Lo entiendo -dijo ella.

El padre de Seth había muerto, y su amigo se culpaba por no haberse enfrentado a él antes de que muriera, pensó Jessie.

Sin embargo, también sabía que Seth echaba de menos a su padre. Y posiblemente, se sentía culpable por echarlo de menos, porque su padre había hecho daño a su madre. Aquel lío estaba destrozando a Seth, y ella no podía hacer nada salvo estar a su lado.

Tragó saliva y abrazó a su amigo. Mucho tiempo después, cuando él se había enjugado las lágrimas y por fin la miró a los ojos, ella le prometió que nunca le contaría a nadie que lo había visto llorar.

Después de Starbucks, Molly le pidió a Hunter que la llevara a la galería de arte de su amiga Liza. Aunque él sabía que quería acompañarlo a visitar a su padre, estaba claro que Molly entendía que sólo sería una distracción. Molly comprendía que Hunter necesitaba reunirse a solas con su cliente la primera vez, pero le dijo que de todos modos tenía intención de involucrarse en el caso después.

Mientras, se mantendría ocupada en el trabajo voluntario que realizaba en el centro de mayores del centro de la ciudad. Antes de que Hunter se marchara a la reunión, Molly le presentó a Liza, una muchacha morena con una sonrisa bonita y una mirada inteligente, que daba clases de pintura a los ancianos que vivían en la residencia del centro.

Molly le explicó animadamente lo que hacía allí. Leía, jugaba a las cartas y charlaba con los ancianos. Tenía una expresión de cariño y alegría al hablar de ellos, y aunque decía que sólo los ayudaba a pasar el rato, Hunter sabía que no era cierto. No sólo escuchaba sus frustraciones, sino que les proporcionaba ayuda legal. Los asesoraba a la hora de redactar testamentos sencillos y sobre cómo vender o alquilar sus casas.

Aquélla era una faceta del carácter de Molly que él no conocía. Cuando estudiaban en la universidad, Hunter y Molly estaban dedicados a conseguir el éxito, y no pensaban en hacer trabajo voluntario, ni en tener amigos, ni en nada parecido. Y cuando ella se había mudado a la ciudad de Hunter, no parecía que hubiera cambiado. Molly había comenzado a trabajar en un banco, gestionando negocios relacionados con las propiedades inmobiliarias. Su vida social era inexistente. Estaba concentrada en su familia, o en lo que esperaba que fuera un nuevo comienzo, y en la relación con su madre, una persona sumamente egoísta.

Si el tío de Lacey hubiera heredado el fondo fiduciario, Molly quizá hubiera conseguido la familia feliz que tanto deseaba, pero la resurrección de Lacey había impedido que su tío se hiciera rico. Sin la herencia, la madre de Molly había abandonado a su prometido y se había marchado de la ciudad, sin pensar ni un segundo en su hija. Molly había aceptado, por fin, que no podía tener el amor de su madre. Como consecuencia, cualquier avance que Hunter hubiera podido hacer con Molly se había evaporado también.

Nunca, en ningún momento del pasado, Hunter había visto a Molly disfrutando de aquel equilibrio emocional.

En aquel momento, pese a que su padre estuviera acusado de asesinato, en lo más profundo de su corazón Molly era feliz. Había encontrado la aceptación que siempre había buscado, y aquella sensación de paz la había capacitado para ampliar sus horizontes sin miedo a acercarse a los demás. Tenía una profesión, unos hábitos de vida, amigos y un trabajo voluntario. Vivía con gente a la que quería y tenía una existencia que merecía la pena.

Hunter envidiaba aquellas cosas, y estaba decidido a ganar aquel caso para que ella pudiera conservar la vida que había creado. Molly necesitaba seguridad para progresar, y Hunter quería proporcionársela.

Sin embargo, se daba cuenta de que había llegado justamente a la situación a la que no debía: estaba preocupándose por la inocencia o la culpabilidad de su padre y por el futuro de su familia.

Por Molly.

Parecía que no había aprendido a protegerse de aquella mujer, así que lo mejor que podía hacer era ganar el caso y marcharse lo antes posible.

Capítulo 6

Después de dejar a Molly en el centro de mayores, Hunter se dirigió a la comisaría local para vérselas con el jefe de policía. Era un tipo decente, pero seguía las normas al pie de la letra y creía que había arrestado al culpable. Hunter supo, después de hablar con él, que iba a tener que investigar bien los hechos.

Su ayudante del bufete le había enviado a casa del general, por fax, una copia de toda la documentación relevante sobre el caso. Después de que Hunter hablara con su cliente, le esperaba un largo día comparando la versión del general con la del resto de los testigos. Al pensar en que tenía que concentrarse en un buen caso, que era lo que más le gustaba, la sangre comenzó a correrle con más fuerza por las venas.

Una hora más tarde, Hunter estaba en la sala de visitas de la cárcel, sentado frente a su cliente. Observó atentamente al general, evaluándolo como hombre y como padre de Molly. Aparentemente todavía era un militar. Llevaba el pelo muy corto y tenía un aire de confianza en sí mismo, pese a las circunstancias, que suscitó la admiración de Hunter.

El general también estudió a Hunter.

– Así que eres el abogado a quien ha contratado mi hija. Dice que eres el mejor.

Una gran alabanza por parte de Molly, pensó Daniel. Después inclinó la cabeza.

– Hago todo lo que puedo con las pruebas de las que dispongo.

El general se rió.

– No seas modesto. Sé quién eres. Lo único que no sabía era que mi hija y tú teníais un pasado en común.

– ¿Le ha contado algo de nosotros?

– Es lo que no me ha contado. Además, se me da muy bien conocer el carácter de la gente. Por cómo hablaba de ti, no me ha resultado difícil saber que había algo entre vosotros.

Hunter se ruborizó sin poder evitarlo.

– Sinceramente, no sé qué decir.

– Di que vas a sacarme de aquí. Eso sería un comienzo muy bueno -dijo el general, y puso las manos esposadas sobre la mesa.

Hunter frunció el ceño y le hizo una señal al guardia.

– Quíteselas.

– Pero…

– Soy su abogado y tenemos que hablar. No va a estar sentado así durante una hora. Quítele las esposas.

El guardia obedeció de mala gana. Frank se frotó las muñecas.

– Gracias -le dijo a Hunter.

– De nada. Tenemos mucho de lo que hablar. Es mejor que esté cómodo, porque quiero saber todo lo relativo a la relación que tenía con su socio y a la noche del asesinato -respondió Daniel. Después carraspeó y prosiguió-: Comencemos por el principio. ¿Cuál era su relación con la víctima, aparte de la de amigo y socio?

– Eso es fácil. Nos alistamos al mismo tiempo, hicimos la instrucción básica juntos, ascendimos juntos. También luchamos juntos.

– ¿Vietnam? -preguntó Hunter.

El general asintió.

– Esa fue nuestra primera guerra, y decidimos que la Tormenta del Desierto sería la última.

– ¿Se retiraron con honores?

– En términos civiles, sí. Yo compré una casa en la misma calle en la que vivimos ahora, aunque mucho más pequeña que la actual. Era todo lo que podía permitirme. Sin embargo, cuando el negocio comenzó a prosperar y las niñas crecieron, me mudé a la vuelta de la esquina, y Paul compró la casa de al lado -contó el general-. Mi mujer, Melanie, murió poco tiempo después -añadió con la voz ronca.

– Lo siento -dijo Hunter.

– Gracias. La vida no es justa. Eso lo aprendí hace mucho, y se confirmó cuando mi primera hija apareció en el umbral de la puerta de mi casa. Yo no sabía nada de ella. ¿Cómo se enfrenta un hombre a eso?

Hunter sacudió la cabeza.

– No lo sé.

Podía imaginarse el sentimiento de ira y la traición que había experimentado el general.

– Tuve ganas de matar a la madre de Molly, lo digo en serio. Si no fui a pedirle cuentas a Francie por haberme apartado de mi hija, menos habría matado a mi socio por robar dinero.