Los músculos de las sienes del general se tensaron. Era evidente que el estrés lo estaba abrumando.
Hunter tomó aire e hizo una pausa. No quería tener la misma conversación que había tenido con Molly, la de que su culpabilidad o inocencia eran irrelevantes.
– Sigamos -dijo, en un intento de reconducir la narración-. Entonces, Paul Markham y usted tenían una buena relación y montaron juntos un negocio inmobiliario.
– Exacto.
– Hábleme de la personalidad de Paul. ¿Era una persona tranquila? ¿Se parecía a usted?
El general se rió con aspereza.
– No, en absoluto. Eramos completamente opuestos. Yo pienso bien las cosas antes de hacerlas. Paul tenía un temperamento impulsivo que fue empeorando con el tiempo. Sin embargo, yo nunca me di cuenta de que hubiera una razón que explicara ese cambio. Yo era su mejor amigo, su socio. Debería haber sabido que algo no marchaba bien. Incluso las cosas más insignificantes habían comenzado a ponerle de mal humor.
Hunter había estado escuchando con suma atención todo lo que decía Frank, esperando oír algo que pudiera abrir otra vía de investigación. Algo en favor del general.
Y lo había encontrado.
– Entonces, notó el cambio de conducta de Paul antes de su muerte. ¿Se lo ha dicho a la policía?
– Lo intenté, pero no quisieron escucharme. La policía no quiere saber detalles que puedan hacerles cambiar de opinión sobre mi responsabilidad en la muerte de Paul.
Hunter tomó notas para poder comparar la versión del general con los expedientes del caso.
– Exacto. Paul tenía un lado oscuro incluso cuando comenzamos la instrucción. Sin embargo, durante estos años lo tuvo controlado. Su mujer, Sonya, tiene una personalidad suave que atemperó la de él, al menos durante un tiempo.
Hunter asintió.
– Ahora necesito que me hable de lo que ocurrió esa noche.
– Lo primero que tienes que entender es la naturaleza de nuestro negocio. Yo hacía los tratos, y Paul se encargaba de las finanzas. Yo confiaba en él. No tenía razón para no hacerlo.
– Continúe.
– La rotación de las propiedades que gestionamos es muy rápida, y el dinero pasa de unas manos a otras con agilidad. Nunca habíamos tenido ningún problema. Aquel día, envié a mi secretaria al banco, a recoger unos cheques certificados, y el cajero llamó para informarnos de que no teníamos suficiente dinero en las cuentas para cerrar un trato al día siguiente. Eso no tenía sentido, teniendo en cuenta la cantidad que se suponía debía estar disponible. Le dije al cajero que Paul o yo revisaríamos las cuentas y que volveríamos a llamar.
– ¿Y entonces fue a preguntarle a Paul?
Frank asintió.
– Él estaba en su despacho, más agitado de lo que yo lo hubiera visto nunca. Se paseaba de un lado a otro, maldiciendo entre dientes. Le conté que había un error en el banco. Sin mirarlo, Paul me dijo que no había ningún error -dijo el general, que palideció al recordarlo todo-. Ahora me doy cuenta de que a Paul se le habían acabado los lugares de los que conseguir fondos. Lo admitió todo. Me dijo que llevaba sacando dinero de las cuentas durante años. La mayor parte de las veces cerrábamos un trato al día siguiente y se reponía lo suficiente como para que yo no me diera cuenta.
– ¿Le dijo para qué usaba el dinero?
El general negó con la cabeza.
– No iba a responder preguntas. Acabamos discutiendo a gritos, debo admitirlo. Él se marchó de allí como una furia y yo se lo permití. Quería repasar las cuentas por mí mismo y ver hasta qué punto estaban mal las cosas antes de enfrentarme nuevamente a él.
Por mucho que Hunter intentara siempre mantenerse al margen de las emociones de los clientes, sentía pena por aquel hombre. La traición de un amigo tenía que ser dolorosa.
– ¿Los oyó discutir alguien?
– Nuestra secretaria, Lydia McCarthy.
– Tendré que hablar con ella.
El general le dio a Hunter la dirección y el número de teléfono de la secretaria.
– Aunque espero que esté acudiendo a la oficina para mantenerla funcionando hasta unos mínimos. O al menos, lo que queda de oficina -ironizó Frank-. Llevaba trabajando siete años para nosotros, pero en estos momentos está muy enfadada conmigo.
Hunter arqueó una ceja.
– ¿Por qué?
– Vino a visitarme aquí. Resulta que Paul y ella tenían una relación -dijo con evidente disgusto-. Lydia entró en la sala y montó una escena, gritó, lloriqueó y rabió porque, según ella, yo había matado al único hombre al que ella había querido. Para mí era una novedad, créeme.
– ¿Sabía Sonya que su marido la engañaba?
– No lo sé. Y no pienso agravar su pena hablándole de eso.
– ¿Había más mujeres?
Frank se encogió de hombros.
– Ninguna, que yo sepa, pero eso no significa nada -dijo. Después agregó con firmeza-: Lo que acabo de decir debe quedar entre nosotros, ¿entendido?
Hunter meditó durante unos instantes.
– Lo cierto es que el fiscal lo averiguará y lo hará público durante el juicio. Le sugiero que piense las cosas con detenimiento.
El general se inclinó hacia delante, con los codos sobre la mesa.
– Lo pensaré, pero si alguien le dice algo a Sonya, seré yo.
– Bien -dijo Hunter. Así que el general se mostraba protector con la viuda. Hunter apuntó aquello en su libreta-. ¿Qué ocurrió después aquella noche?
– Me llevé los libros de contabilidad a casa. Cenamos…
– ¿Quién estaba en casa?
– La comandante y Molly. Robin estaba en la universidad.
– ¿Y Jessie?
– Con Seth, en la casa de al lado.
Él asintió.
– Todo parece normal.
– Era normal. Salvo por el hecho de que, de repente, no tenía dinero en el negocio.
– ¿Le contó a su familia el desfalco de Paul?
– Demonios, no. No iba a disgustar a las mujeres.
– ¿Y su secretaria lo sabía?
– Estoy seguro de que oyó la pelea. No sé si conocía los detalles…
– Continúe.
– Cenamos. Jessie llegó a casa a cenar. Alrededor de las nueve, sonó el teléfono. Era Sonya. Estaba histérica, y yo fui directamente a su casa. Me dijo que se había encontrado a Paul destrozando su despacho y arrojando cosas. Sus arranques de furia no eran nada nuevo, pero ella se dio cuenta de que algo iba muy mal. Le presionó para que le contestara y él se lo contó todo, incluyendo el hecho de que había vaciado también sus cuentas personales.
Hunter se pasó la mano por los ojos. No se había dado cuenta de todo lo que les había ocurrido a aquellas dos familias hasta aquel momento.
– Ella comenzó a chillarle, diciéndole que les había destrozado la vida y que había puesto en peligro el futuro de Seth.
– ¿Y qué ocurrió?
– Él le dijo que se callara y la abofeteó -dijo Frank entre dientes-. Después tomó las llaves de su coche y se marchó.
Hunter emitió un suave silbido.
– ¿Era la primera vez que la maltrataba?
– No -respondió Frank-.Y yo lo sabía. Sabía que había ocurrido más veces, y le había pedido a Sonya que lo dejara, pero ella no quería hacerlo. Se quedó con él y me dijo que había dejado de pegarle. Yo cerré los ojos ante la verdad porque eso era lo que Sonya quería que hiciera.
– Y ahora se siente culpable.
– ¿No te sentirías culpable tú en mi lugar?
Como sabía que era una pregunta retórica, Hunter no respondió.
– Así que estaba con Sonya mientras Paul conducía hacia su despacho -dijo Daniel, más para sí mismo que para el general-. En lo que a la policía se refiere, tiene móvil. La noche del asesinato, descubrió usted que su socio había desfalcado la empresa y que maltrataba a su esposa.
– Nadie sabe lo de Sonya. La policía sabe lo del dinero, y eso es suficiente. Sonya y yo convinimos en que no hay motivo para que sepan detalles sórdidos de su vida.