– Lo mismo digo.
Ella dio un paso atrás sin soltarle la mano a su padre.
– ¿Cómo? ¿Cuándo?
– Hunter consiguió que me liberaran a tiempo para llegar a cenar.
Molly se volvió hacia Hunter.
– No me habías dicho nada.
– Así, la sorpresa ha sido mucho más dulce, ¿no? -le preguntó Daniel.
Molly pensó que se enamoraba otra vez de él en aquel mismo momento. Si acaso alguna vez había dejado de estar enamorada de Daniel Hunter. Lo dudaba.
Lo miró largamente antes de volverse hacia su padre otra vez.
– ¿Dónde estabas cuando he llegado a casa?
– Al lado, visitando a Sonya y a Seth.
Molly asintió.
– Bien. Y ahora que estás en casa, te vas a quedar aquí -dijo con determinación.
– Siento ser un aguafiestas, pero la libertad bajo fianza es sólo una solución temporal -matizó Hunter.
Molly suspiró con resignación.
– Pero esta noche podemos celebrarlo.
– Vosotros dos podéis. Yo tengo que trabajar, pero no quiero echarlo de su oficina, general -le dijo Hunter a Frank-. Como le he dicho a Edna, puedo alojarme en el hotel.
A Molly se le encogió el estómago. Aunque al principio no quería que él se quedara en casa, había cambiado rápidamente de opinión. Por suerte, el general agitó una mano para descartar su ofrecimiento.
– No te preocupes por mí. No podré concentrarme en el trabajo hasta que haya terminado todo esto, y no hay mucho que pueda hacer para limpiar mi nombre. Por favor, siéntete como en casa.
Molly se obligó a disimular su alegría, y no sólo porque pudiera estar cerca de Daniel para ayudarlo con el caso, sino también por razones puramente egoístas.
– Ayer, en la cárcel, no hablamos de dinero, pero hoy quiero que sepas una cosa -dijo su padre con seriedad-. En este momento no puedo permitirme pagarte mucho, pero te lo pagaré en el futuro.
Hunter sacudió la cabeza.
– Se lo agradezco, pero…
– Sin peros. Si vas a defenderme, te pagaré por ello. Yo no acepto caridad, así que dedica la asistencia legal gratuita a aquellos que la necesiten de verdad. Cuando pueda comprar y vender propiedades de nuevo, te pagaré por tu trabajo.
A Molly se le formó un nudo en la garganta. Sabía que mantener aquella conversación con Hunter no era fácil para su padre, y le admiraba por ello.
– Me parece bien -dijo Daniel, y le estrechó la mano a Frank.
Molly admiró también a Hunter, no sólo por el modo en que había tratado a su padre y había respetado su orgullo, sino también por el hecho de haber acudido a su llamada. Cuando ella había necesitado su ayuda, él había respondido, pese a su propio orgullo.
Los dos hombres tenían mucho en común, incluyendo cuánto le importaban a Molly. Miró a Hunter con la esperanza de poder transmitirle sus sentimientos con los ojos.
Él desvió la vista.
– Tengo mucho que trabajar para conseguir que su libertad sea permanente -le dijo Hunter al general.
Deliberadamente, evitó la mirada húmeda de Molly. Quería ver su expresión cuando supiera que había conseguido la libertad de su padre, pero una vez que lo había conseguido, no soportaba aquella mirada de adoración tan descarada.
Y menos después de aquel beso estremecedor. Si su padre no hubiera vuelto, Hunter habría tomado a Molly allí mismo, en el despacho, en el escritorio o en el suelo. La atracción que sentía por ella era tan fuerte y devoradora que apenas podía contenerla.
El sexo era fácil. Sin embargo, nada que tuviera que ver con Molly o con sus sentimientos por ella lo había sido nunca.
Daniel carraspeó.
– Bueno, pues empezaré ahora mismo. Si me disculpáis… -dijo, y señaló todos los papeles que tenía en el escritorio: anotaciones, copias de los expedientes policiales y pruebas. Sólo el comienzo del caso, en realidad.
El general miró con los ojos entornados a Molly y después a Hunter. Era evidente que el hombre no sabía qué pensar de la escena que había interrumpido ni de la distancia que había entre los dos en aquel momento.
Molly se pasó la lengua por los labios.
Demonios. Hunter odiaba que hiciera aquello, porque le encantaba. Aquel ligero roce de su lengua le resultaba excitante al máximo.
– He tenido un día muy largo en el centro de mayores. Voy a mi habitación a descansar -dijo Molly.
– Enfréntate a ello como un hombre -dijo el guacamayo, rompiendo la tensión con su agudo graznido.
Molly se rió. Hunter no la culpaba; aquel dichoso pájaro era muy gracioso.
– Bueno, esto es algo que no había echado de menos -dijo el general.
El pájaro graznó nuevamente.
Hunter se rió y miró a Molly.
– Me voy -dijo ella.
Al verlo dirigirse directamente hacia él, Daniel se quedó sorprendido.
– Gracias por sacarlo de la cárcel -le dijo en voz alta, para que el general pudiera oírlo también-. Y gracias por ese beso -susurró, sólo para Hunter.
Ante el recordatorio del beso y la atrevida promesa en sus ojos llenos de pasión, a él se le secó la garganta. Molly había conseguido lo imposible.
Lo había dejado sin habla, esperando su próximo movimiento.
En aquel momento, Hunter decidió deshacerse de sus dudas y sus preocupaciones sobre el futuro. Había crecido sin saber dónde estaría viviendo la semana siguiente. Seguramente, podría soportar tener una aventura sin compromisos con Molly en aquel momento.
Frank estaba sentado en el jardín, observando la luna y las distintas luces que brillaban en su casa. Molly estaba en la cocina, haciendo una tarta para la mejor amiga de Edna, que vivía en la residencia de mayores. Al pasar por la ventana lo saludó con la mano.
Y, a juzgar por la luz encendida del escritorio de su despacho, el amigo abogado de su hija seguía trabajando. O eso, o era Molly quien lo mantenía despierto e inquieto.
Sólo a un idiota se le escaparía la tensión sexual que había entre los dos, y sólo alguien a quien nunca le habían hecho daño sería incapaz de reconocer las molestias que tomaban para fingir que no pasaba nada y que no sentían nada el uno por el otro. Él debería saberlo. Hacía lo mismo.
Con un gruñido de frustración, Frank se levantó de su asiento y se dirigió hacia la casa de al lado. Entró con su llave. Después del asesinato de Paul, Sonya le había dado una llave por seguridad. Él sacudió la cabeza, sin poder creerse todavía que su amigo estuviera muerto. Asesinado. Y el hecho de que la policía lo señalara como culpable era absurdo. Sin embargo, Frank entendía la evidencia y conocía el juego. A menos que su abogado o él encontraran pruebas sólidas, estaba metido un problema muy grave.
Se apartó aquella idea de la cabeza.
– ¿Sonya? -dijo suavemente.
– Estoy aquí -dijo ella.
Tal y como le había prometido, lo estaba esperando en la sala de estar. Al verlo entrar, ella se levantó del sofá.
– ¿Está dormido Seth?
Sonya asintió y se acercó a él.
– Dios, necesitaba que me abrazaras.
Él se aferró a ella con fuerza e inhaló la fragancia de su pelo para sacar fuerzas del mero hecho de sentirla.
– Sé que ha sido muy duro para vosotros dos. Ojalá hubiera podido estar aquí durante los días siguientes al funeral.
Lo habían arrestado tan sólo un día después del entierro, y desde entonces había tenido que consolarse con las visitas de su familia.
Sonya lo guió de la mano hasta el sofá y ambos se sentaron.
– Yo también quería que estuvieras aquí. Ha sido muy difícil. Seth está destrozado por su padre. Va al instituto, viene directamente a casa y sube a su habitación. Sólo quiere hablar con Jessie.
– Al menos tiene a alguien. ¿Te parece bien que le pregunte si quiere hablar conmigo?
Frank había sido como un segundo padre para Seth durante toda su vida, y él lo quería como a un hijo.
Sonya asintió con los ojos llenos de lágrimas.