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Él la miró con el ceño fruncido. Con aquella expresión de enfado disimulaba sus verdaderos pensamientos, más allá de las defensas que había erigido para mantener apartada a Molly.

– No estoy autorizado para ejercer en California. ¿No es allí donde vive tu padre?

– Vive el hombre que yo creía que era mi padre. Mi verdadero padre es un general retirado que se llama Frank Addams. Vive en Connecticut, y sé que tienes licencia para ejercer allí, además de en Nueva York.

– Ah. Parece que han ocurrido muchas cosas desde que te marchaste. Ése era tu objetivo, ¿no?

– Tu también llevas una vida intensa, a juzgar por lo que he visto.

– Desapareciste de la faz de la tierra. ¿Acaso esperabas que me quedara sentado esperando tu regreso, si por casualidad decidías volver?

Daniel se cruzó de brazos y se apoyó contra el coche. Había erigido entre ellos barreras físicas y emocionales muy altas.

Aquella ira le hizo tanto daño a Molly como una bofetada. Comenzaron a sudarle las palmas de las manos, y se las frotó contra los muslos. Sin embargo, sabía que él tenía razón: no tenía derecho a criticarlo ni a quejarse después de haberlo abandonado.

No serviría de nada contarle que le había escrito muchas cartas y que las tenía guardadas en una caja bajo la cama. El hecho de que no las hubiera enviado sólo sería una prueba más de su rechazo. Sólo ella podía entender las heridas que le había dejado su infancia. Las de Molly estaban empezando a cicatrizar gracias a un padre que nunca la habría abandonado en manos de una madre negligente e insensible de haber sabido la verdad.

Sin embargo, era evidente que aquella curación llegaba demasiado tarde para solucionar las cosas entre ellos dos. Molly pensaba que aquél era un riesgo que había tenido que correr. Sin embargo, le atravesaba el corazón saber que había perdido a Hunter para siempre.

Tragó saliva.

– No creía que quisieras saber nada de mí, pero Lacey sí sabía dónde estaba.

La mejor amiga de Hunter era una mujer a la que Molly había conocido durante el tiempo que había vivido en su ciudad. Su nombre de soltera era Lilly Dumont, pero se había cambiado el nombre por Lacey y se había casado con el otro mejor amigo de Hunter, Tyler Benson. Los tres habían forjado unos lazos que nadie podía romper.

Quizá en el pasado, Molly hubiera sentido celos, pero había llegado a entender que Lacey y Ty eran la única familia que tenía Daniel, y los quería y los respetaba por ello.

– ¿No te dijo Lacey dónde estaba? -le preguntó.

Él hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Le dije que no mencionara tu nombre.

– Vaya, no te molestes en disimular tus sentimientos.

– No te preocupes, no lo haré.

Molly sintió mucho frío, pero no pudo echarle la culpa al aire de marzo. Hizo todo lo posible por no estremecerse ni mostrar debilidad frente a Hunter. Él quería hacerle daño, y ella debía ser fuerte. Al menos, hasta que lo hubiera convencido de que tenía que ayudarla.

Como le resultaba difícil seguir mirándolo a la cara, bajó los ojos, y al hacerlo se dio cuenta de que él la había seguido descalzo. Aquella urgencia por alcanzarla antes de que se marchara tenía que significar algo, ¿no? Aquel pequeño detalle le dio esperanzas a Molly.

– Pienses lo que pienses de mí, no te vengues con mi padre. Él te necesita.

– No creo que…

– El general está en una situación muy difícil, Hunter. Piensa que es uno de tus casos de oficio. Por favor, ayúdalo. Ayúdame.

Él siguió mirándola con frialdad. Molly buscó al hombre cálido y generoso a quien ella conocía, pero no lo encontró. Recordó su piso desordenado y sucio, y de nuevo se quedó asombrada por su aspecto. Hunter había cambiado, y no para mejor. Molly no quiso pensar en el papel que ella hubiera podido tener en aquella transformación. Se dijo que debía conseguir que Daniel respondiera a su llamada, no sólo para que ayudara a su padre, sino por sí mismo.

– ¿Hunter?

Le posó la mano sobre el brazo desnudo. La piel de Daniel era muy cálida, y Molly tuvo la sensación de que le quemaban las yemas de los dedos.

Él apartó el brazo como si lo hubiera pellizcado.

– Lo pensaré -respondió, en un tono de voz áspero que no daba pie a más conversación.

Ella no sabía si creerlo, pero no tenía más remedio.

– Es todo lo que puedo pedir -respondió con suavidad. Y, antes de que Daniel pudiera cambiar de opinión, entró en el coche.

Sus miradas se cruzaron y se quedaron atrapadas hasta que, por fin, él cerró la puerta. Ninguno de los dos había hablado de cómo iban a ponerse en contacto, y Molly perdió las esperanzas de que fuera a ayudar a su padre. Mientras arrancaba el motor, contuvo las lágrimas. Después miró por el espejo retrovisor con un nudo de angustia en la garganta. ¿Qué había ocurrido con el hombre alegre que ella conocía desde sus años en la facultad de derecho de Albany? En aquellos tiempos, él le pedía salir a menudo, y ella respondía que no. No porque no estuviera interesada, claro. Sólo una mujer ciega podría sentir desinterés por un hombre tan guapo y tan sexy. Sin embargo, el objetivo prioritario de Molly en la universidad eran los estudios y no quería distracciones, por muy atractivas que fueran.

Con el paso de los días, no obstante, Hunter había demostrado que valía mucho más de lo que le permitía ver al mundo, y Molly había empezado a mirarlo más profundamente. Desde el principio había sentido admiración por su intelecto y su forma de hablar en clase, siempre con algo controvertido pero inteligente que aportar. Como ella, tenía pocos amigos. Prefería caminar solo por los pasillos, estudiar solo en la biblioteca. Quizá por el hecho de que sentía cierta afinidad con él, Molly notaba que era un hombre con unas defensas muy altas, similares a las suyas. Y quizá hubiera intentado atravesar aquellas defensas de no haber estado tan concentrada en licenciarse en el primer puesto de su promoción.

Nada ni nadie iba a impedirle alcanzar un estatus que le permitiera la independencia de todos los hombres. No quería parecerse a su madre, aunque tuviera que renunciar a su vida social para conseguirlo.

Cuando se había encontrado nuevamente con Hunter, el año anterior, había sentido por él una atracción sexual muy intensa, pero en aquella ocasión había un obstáculo incluso más grande en su camino. Molly se había mudado a la ciudad de Hunter a instancias de su madre y del prometido de su madre. Había pensado que estaba a punto de conseguir la familia que siempre había deseado, y la aceptación maternal que siempre había anhelado. Hasta que Lacey había estado a punto de ser asesinada, y el prometido de su madre había resultado ser el principal sospechoso. Sólo Molly había creído en su inocencia, aunque el mismo Hunter pensara lo contrario.

Ella había visto a Hunter como un impedimento para alcanzar sus sueños. Si se hubiera puesto del lado de Daniel, habría perdido el amor de su madre. Un amor que nunca había tenido, en realidad. Cuando aquella penosa verdad le había golpeado en la cara, se había dado la vuelta y había huido de Hunter, en vez de acudir a él.

¿Era de extrañar que él lo hubiera superado todo? Con aquella pregunta, recordó a la mujer que había estado, obviamente, compartiendo su cama, y en aquella ocasión, Molly comenzó a llorar.

Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano para poder conducir, diciéndose que debía seguir el ejemplo de Hunter. La ironía era que, antes de volver a verlo, pensaba que había continuado con su vida.

Cuando había aparecido sin invitación, inesperadamente, en el umbral de la casa del general, él no la había decepcionado. Casi de inmediato, ella se había ido a vivir a su casa para poder conocerlo, a él y también a su familia. Sin embargo, Molly sabía que no iba a vivir para siempre en casa de su padre. Antes de volver a ver a Hunter, tenía la impresión de que había llegado la hora de elegir y construir un nuevo futuro.