Y nosotros, con la codicia de saber los asuntos del Miramamolín, que, siendo el que nos convidaba mercader en aquella tierra, forzosamente habría de saberlos, lo acompañamos de muy buen talante y, saliendo con él del zoco, fuimos luego a su casa que estaba no lejos del alcázar del Rey de Marruecos, en una calle donde, según luego nos dijo, vivían todos los mercaderes y cónsules francos y genoveses y venecianos que tenían franquicia y permiso del Miramamolín. Y luego que entramos en la casa mandó criados para que avisaran a algunos otros de su nación, que, como vivían vecinos, pronto comparecieron y, en retirándonos a un aposento reservado, el que parecía de entre los venidos persona de más respeto y mayor, se puso en pie y dijo: "Porque sois cristianos y porque hemos recibido carta de nuestro buen amigo y pariente Francesco Foscari, hemos hecho voto y propósito de ayudaros en lo que en nuestra mano esté, así que podéis confiar plenamente en nosotros y habéis de saber que el Miramamolín no tiene pensamiento de dejaros marchar antes que le sirváis en la batalla que muy pronto habrá de reñir con la gente de Abdamolica. Y que si no fuera por eso bien podría daros guías y pisteros para que cruzaseis el desierto mañana mismo, mas aquí los ballesteros cristianos se tienen en mucha estima en las cosas de la milicia y el Miramamolín cuenta con que pelearéis con su gente. En lo de pagaros bien dice verdad y muy bien lo podrá cumplir, que aún tiene entero todo el oro que trajo la caravana del Sudán va ya para seis meses, porque no ha querido comprar trigo hasta verse más seguro en la silla, lo que bien podemos certificar los que comerciamos con grano.
Esto es lo que hay y vosotros debéis decidir". Entonces hablé yo y dije: "Si nos negamos a combatir con la gente del Miramamolín, ¿qué daño puede venirnos?" A lo que el genovés quedóse una pieza pensando como el que considera un grave asunto, y luego dijo: "Eso nadie puede saberlo porque habéis venido con carta del Rey de Castilla y eso puede refrenarlo de ir contra vosotros por temor a que el Rey haga alianza con Abdamolica para tomar venganza". Y estando en estas razones entró un criado a avisar que a la puerta de la casa había un nuncio del Canciller del Miramamolín, el cual nuncio traía recado para Aldo Manucio, que así se llamaba el genovés que había hablado, y él salió y quedamos los otros haciendo conjeturas sobre lo que habría de ocurrir y lo que yo saqué en limpio es que las opiniones estaban divididas y nadie sabía si finalmente habría de prevalecer el Miramamolín o su enemigo Abdamolica, pero los mercaderes y cónsules estaban tranquilos y descuidados porque otras veces habían pasado por estas alteraciones y mudanzas y siempre había resultado que el vencedor no se metía con los mercaderes cristianos y a lo sumo les imponía una multa si sabía de cierto que habían estado ayudando a su enemigo. Y esto acaecía por una parte porque los moros no pueden pasar sin este comercio que es muy útil a su república y por otra parte porque están temerosos de la enemistad de Génova y de Venecia, tan poderosas son estas repúblicas por mar, y prefieren estar siempre amistados y en buenos términos con su gente.
Se hacía tarde y yo me excusé y regresamos a nuestra posada de la Mamunia donde aquella misma tarde había de venir Abulcasima por la respuesta de su mandado. Y en llegando encontramos a los ballesteros alborotados. Y estaban sentados en medio del patio y discutían muy vivamente sobre lo que habrían de hacer y, en viéndome entrar, vinieron a nosotros tres de ellos que traían la voz de los demás y nos dijeron cómo estaban quejosos por no haber sabido hasta ahora que habrían de cruzar el desierto de arena, pero que, siendo ellos gente bien mandada y fieles vasallos del Rey nuestro señor, habían determinado obedecerme en todo. Lo que me sorprendió un poco hasta que Sebastián de Torres, que era uno de los criados del Condestable que venía de Jaén, pudo llegarme habla, por medio de Inesilla, de que Pedro Martínez, "el Rajado", los había soliviantado para que en llegando a la tierra de los negros lo alzasen a él por su jefe y se dieran al logro del oro, que allí es fácil, no mirando el interés del Rey, con lo que tornarían ricos y honrados a alguna tierra de cristianos aunque nunca más pudieran entrar en Castilla y les pregonaran las cabezas por traición. Y para esto habían trazado llegar al mar y pagar el viaje de tornada en una nao portuguesa. Mas todo esto había de saberlo yo a la noche. Viéndolos tan bien dispuestos les comuniqué el negocio que nos requería el Miramamolín de los moros, sin mencionar la traición de su consejero, para que no se cundiera el secreto, y cuando ellos vieron que tenían la ganancia fácil tornaron a porfiar entre ellos haciendo sus juntas sobre el asunto, pero al final dieron muestras del poco seso y la mucha codicia que tenían cuando me dijeron que antes querían combatir que estarse allí parados criando panzas, porque ya que tan lejos estábamos de Castilla antes querían ganancia que holganza, pero que al final harían lo que yo mandase. Y yo los despedí y me junté en consejo con los míos y con Andrés de Premió y hube parla de Manolito de Valladolid, que venía de mayordomo real al cuidado de los dineros y soldados, y Manolito dijo que las pagas que traíamos venían muy menguadas y que se acabarían a las dos semanas y luego no habría con qué pagar a la ballestería ni aún de qué comer. Esto visto fuimos de un acuerdo de que, si había que aguardar dos meses a la caravana, más nos cumplía dejar que los hombres se alquilaran para guardas del Miramamolín, mas no consintiendo que se hiciera la traición que Abulcasima proponía, puesto que habíamos traído carta de nuestro Rey y señor al Miramamolín y no a su enemigo, y esto valía por decir en qué bando habrían de estar nuestras lealtades. Y los presentes no entraríamos en el trato militar fuera de Andrés de Premió, que pensaba que su obligación era estar con sus ballesteros y dirigirlos en la pelea como buen capitán, y a todos nos pareció razón discreta y nadie quiso estorbárselos. Y esto que habíamos acordado se lo dijimos a los otros, de lo que hubieron gran placer y contento, mas no mencionamos que lo hacíamos porque las soldadas andaban escasas.
Y estas cosas asentadas pasó una bandada de pájaros grandes, negros, de la parte del Poniente, como buscando la mar, lo que tuvimos por un buen agüero y nos afincó más en nuestra postura. Y en viniendo el nuncio del Miramamolín le hicimos saber lo acordado y al otro de Abulcasima le dijimos que no haríamos traición. Y él dijo que lo de la traición había sido para probar nuestras lealtades, de lo que quedamos muy espantados y no sabíamos si decía verdad o si, vista nuestra firmeza de corazón, quería ahora ocultar su yerro y felonía. Mas nosotros determinamos no comunicar nada a nadie y guardar secreto como discretos a los que no iba ni venía nada en aquellas banderías y rencillas de los moros, y el nuncio se retiró con la dobla de oro castellana que era su credencial muy fuertemente apretada en la mano.