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Y antes que fuera la noche vinieron hasta diez camellos con sus serones largos cargados de pan y de carne de carnero fresca y de viandas para la tropa y de todas las cosas que para la despensa habíamos menester muy cumplida y abundosamente proveídas. Y aquellos presentes nos los enviaba el Miramamolín, tan complacido quedaba por nuestra buena disposición y respuesta y yo mandé que se repartiera mucho a la gente y todos fueron contentos y satisfechos a su voluntad sino que lamentaban tener que pasar aquella abundancia y buen año sin vino ni aguardiente.

Ocho

De allí a cuatro días partió Andrés de Premió con la ballestería y fueron a posar fuera de Marraqués a un lugar que llaman Cuarzazate en la lengua arábiga y que dista media legua de la ciudad y era donde estaban las tropas del Miramamolín comúnmente asentadas en sus reales. Y a la tarde vino Andrés de Premió a decirnos cómo todos quedaban acomodados y contentos, que la comida era mucha y buena y, si no fuera por la mengua de vino que allí se padescía, muchos determinaran quedarse en tal lugar para siempre según de regalados quedaban.

Y dijo Andrés que en el tal Cuarzazate había obra de cinco o seis mil soldados y que había entre ellos muchos que no eran moros sino mayormente negros, retintos esclavos y algunos cristianos francos y genoveses y el furriel que a todos administraba era un catalán. De lo que hubimos mucho placer. Y que allí quedaban los hombres ejercitando tiro de ballesta en los terrenos con gran concurrencia de los moros, que no tienen buenos ballesteros y se admiran mucho del tino de los que lo son.

Y nosotros, como quedamos solos en la Mamunia que era harto grande para tan poca gente y mala de vigilar y guardar por sólo cinco criados que habían quedado, determinamos de mudarnos a mejor lugar y alquilamos dos casillas que eran de Sebastiano Mataccini, el genovés, y que estaban a la espalda del corral de la suya y él las había comprado y las tenía horras y vacías por no tener vecindad de moros que, según dijo, a las fiestas son muy ruidosos y él, como mercader, tenía el sueño muy difícil. Y en mudándonos a estas casillas, luego vinieron los criados de Aldo Manucio y de otros mercaderes de su nación, que nos habían cobrado aprecio, y nos trajeron sillas y sartenes y orzas y tarimas y camas con lo que quedaron nuestras posadas muy bien aderezadas y otra vez me holgué de que mi señora doña Josefina pudiera dormir en gentil cama bien emparamentada.

Con esto quedamos muy servidos de estar tan aposentados y cerca de cristianos y ellos igualmente contentos de tener quien mirara por las casas. Y al otro día, domingo, cuando ya el alba se muestra, nos levantamos y bañamos y emperejilamos y vestimos y fuimos a la casa de Aldo Manucio y todos los otros genoveses también estaban allí concertados y fray Jordi dijo misa en el patio que oímos devotamente y comulgamos todos y quedamos muy consolados y luego, servidas y abastadas las mesas, trajeron bandejas con mucha copia de viandas y unos cubiletes de vino del que hicimos gran fiesta por lo escaso que en tierra de moros es, y, pasado el comer y alzadas las mesas, entraron músicos de los que allí se alquilan y tocaron chirimías y bailamos los unos los bailes de Génova y los otros los de Castilla, con gran esparcimiento y mutuo contento.

Y para esta ocasión vestí yo el jubón de terciopelo morado y la ropa corta de velludo negro y sombrero negro a la cabeza y doña Josefina iba vestida con su brial de rico brocado verde y en somo de otra ropa de damasco negro, tan graciosa y desenvuelta que su mirar era a todos los mirantes muy apacible.

Y venida la oscuridad de la noche, estando yo dormido en mi cuarto sobre una frazada y capa militar, que la noche era calurosa y olía el aire a los jazmines del patio, me chistaron por la ventana que abierta tenía y yo me asomé y vi que era la embozada Inesilla que venía a visitarme y yo pensé que por mengua y ausencia de Andrés de Premió, que estaba lejos, acudía otra vez a mí después de tanto tiempo sin ocasión de juntarnos, y mi primer pensamiento ceñudo fue de despedirla luego diciéndole que yo no quería ser plato de segunda mesa, pero luego lo pensé mejor, que es gran pecado ser tan orgulloso y es mejor dormir en buena compañía que no solo, así que descorrí el cerrojo de la puerta y ella entró muy tapada como las otras veces, y sin querer hablarme ni que yo le hablara, y se desnudó hasta quedar en cueros con aquella belleza suave que yo veía con los ojos de mis dedos, como nunca en tanta hermosura mujer alguna viera, y se vino conmigo al lecho y nos abrazamos e hicimos lo que hombre con mujer muy reciamente y con mucho donaire y en acabando de hacerlo ella se quedó dormida con la cabeza metida por el hueco de mi cuello y yo velaba sintiendo su corazón y pensando en mi señora doña Josefina y entonces salió la luna grande y redonda y blanca y se asomó a la ventana dándonos luz como plata y yo miré para Inesilla y vi que no era ella a quien tenía en mis brazos sino a mi señora doña Josefina, de lo que primero me sentí el hombre más afortunado del mundo y de cuantos sobre la tierra andan o han andado, mas luego lo pensé mejor y hube gran pesar y espanto viendo que ya no era virgen mi amada y no sabía cómo habíamos de cazar al unicornio.

Con cuya cuita y preocupación ya no pude dormir y pasé la noche gentilmente velando su sueño y sintiéndome a ratos dichoso y a ratos desdichado y respirando el perfume suave que echaba por sus narices al respirar y dándole a veces quedos besos por los desnudos hombros y por el pecho y la garganta.

Y a ella le salía un roncor como de gatita satisfecha. Y en clareando la mañana un poco, luego se despertó y quiso taparse la cara mas ya era tarde y le dije: "Doña Josefina metida en mi alma, ángel de luz que se le ha dado a mi corazón", y ella rompió a llorar como niña y vertió muchas y muy tiernas lágrimas y me confesó que se había enamorado de mí desde que nos viéramos la primera vez en Toledo y que había obligado a Inesilla a prestarle sus tocas y sayas para las visitas que me hacía. Y yo le confesé que también ella era mi dueña y señora y las otras cosas que suelen decirse los coamantes en estos dulces aprietos y llorando muy vivamente de nuestros ojos juntas las lágrimas tornamos a abrazarnos e hicimos nuevamente lo que hombre con mujer dos veces más y luego nos despedimos con muy tiernas razones. Y en saliendo ella, como ya amanecía el día y clareaba la mañana, yo me levanté luego y encontré que tenía las rodillas flojas. Y fui al cuarto paredaño donde fray Jordi y su lego habían tendido sus camastros, y ya despertaban y tomé a fray Jordi aparte y le comuniqué lo que ocurrido había y cómo ya no teníamos virgen para la procura del unicornio a lo que él no me pareció tan sorprendido y contrariado como yo pensara que se iba a mostrar y me dijo que ya había barruntado amor entre doña Josefina y yo, mas que ahora no cumplía ponerse a llorar sobre los tiestos rotos sino que lo que habíamos de hacer era buscar otra virgen más certificada que sirviera a nuestro propósito.

Y a otro día discretamente tratamos el negocio con Manolito de Valladolid, el cual ya había amistado con los alcahuetes de la ciudad, y él marchó a tener parla con ellos con oferta de pagar una crecida suma que, por cierto, no sabíamos de dónde la íbamos a sacar, por una virgen que no fuera de las remendadas que ellos de ordinario ofrecen al forastero incauto. Y los alcahuetes hicieron sus pesquisas pero la virgen no se halló, que siendo el moro gente de tan groseras costumbres y tan vicioso del loco amor, tanto el que es mozo sin edad como el que es viejo fuera de edad, todos se dan a amar a las mujeres locamente y luego compran los virgos de las doncellas pobres y antes de que esté madura la fruta luego le hincan el diente y antes que les despunten las tetas ya las tienen desvirgadas. Y como no era el caso cruzar el desierto con una niña de siete años, que fue lo único seguro que se pudo hallar, determinamos de buscar virgen en la tierra de los negros que fray Jordi, después de larga y profunda meditación, pensó que igual serviría que fuese negra o retinta que blanca, cuanto más que lavándola y acicalándola un poco, una negra puede parecer, si no se mira mucho, tan cumplida para el caso como una blanca. Con lo que quedamos si no contentos al menos muy conformados y pacientes y ya contábamos las horas que faltaban para cruzar el desierto por deseo de bien servir al Rey nuestro señor. Y determinamos que, pues ya no hacía al caso llevar por el arenal a doña Josefina y a sus criadas, que ellas se quedarían en Marraqués bajo la autoridad de la mujer de Micer Aldo Manucio, hasta nuestra vuelta. Y Aldo Manucio había hecho amistad grande con fray Jordi pues, aunque mercader, era hombre muy cristiano y devoto y fray Jordi cada día iba a su casa a decir misa y a comer luego golosinas con vino de Chipre y Aldo Manucio aceptó complacido lo de custodiar y albergar a las mujeres hasta nuestra vuelta y la tuvo por muy discreta determinación. Con lo que todos quedamos muy aliviados y contentos sino Inesilla que muy encarecidamente pidió licencia para acompañarnos por no apartarse de Andrés de Premió y yo, por tenerlo más obligado y esforzarlo más, se la di a pesar de que mi sentimiento era que una mujer no vendría más que a traernos cuitas y quebraderos de cabeza como a la postre así fue. Y Manolito de Valladolid amistó con un moro de nombre Alsalén el cual era muy gentil caballero mancebo, hijo de moro principal y también de su edad y porte, y se pasaban el día juntos habiendo en la mutua compañía mucho placer y ni a comer comparecía por la casa el Manolito y decía que como no había mejor cosa que hacer sino esperar, él estaba procurando instruirse en la lengua y costumbres de los moros para hacerse luego más servidero al Rey nuestro señor, que pensaba sentar plaza de truchimán cuando tornáramos a Castilla. A lo que yo no decía nada pero fray Jordi refunfuñaba una pieza y bajaba la cabeza y alguna vez lo sentí murmurar algo sobre no sé qué pecado nefando.