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Cuando pasamos una semana entre aquellos negros, determiné pasar adelante con guías ciertos hasta el país de los leones, donde Cabaca nos decía que estaría aquel unicornio por el que veníamos preguntando y que él nunca viera. Pero luego se fueron trabando distintamente las cosas, de manera que hubimos de estar con ellos sin movernos del sitio por más de un año. Y aunque esto se hizo muy en contra de mi voluntad, que yo sólo pensaba cada día en servir al Rey nuestro señor y en tornar pronto a Castilla, ahora diré como se aparejaron las cosas.

Llegó la Pascua, y los ballesteros no la festejaron como cristianos con penitencias y cenizas y ayunos sino que cada día ballesteaban y comían carne y se refocilaban con las negras muy desahogadamente y fray Jordi me venía con quejas que del lujurioso y vil acto los cuerpos son debilitados, según los autores de medicina ponen por cuento, y que el que a la tal delectación se da en gran cantidad pierde el comer y aun acrecienta por ardor y sequedad del fuego en el beber, como todo violento movimiento sea causa de sequedad y todo, sequedad y aductión, causa de destrucción, mas ni yo ni los ballesteros hicimos oído de lo que sabiamente se nos advertía, y Dios nuestro señor fue servido castigar nuestra impiedad con unas bubas que nos salieron por todo el cuerpo como viruela y se iban hinchando y reventaban y salía de ellas pus que hedía mucho y por la parte de las ingles se hinchaba la carne hasta no dejar que el aquejado anduviese ni osara ponerse de pie siquiera para hacer sus necesidades, y otros bultos salían en el pescuezo y los ojos se pegaban de legañosos. Y esta peste era conocida de los negros, sólo que ellos la sufren en su corta edad y mueren muchos niños della. Y de los nuestros murieron, en dos meses, catorce hombres, entre ellos Federico Esteban, el físico de las llagas, y el lego que servía a fray Jordi con lo que solamente quedaron dieciocho ballesteros; y Andrés de Premió también estuvo enfermo mas no murió y fray Jordi cada día ensayaba conocimientos y unturas y pomadas, mas no hubo manera de dar con el remedio y medicina porque las yerbas necesarias no se criaban allí, según decía, sino en ciertas partes de Cataluña y del país de Provenza, con lo que quedamos muy informados pero poco aliviados. Y en todo este tiempo el Rey Gordo nos trató muy bien y cada día nos mandaba comida de la suya y todas las cosas que para nuestra despensa eran menester muy cumplida y abundosamente. Con lo que quedamos muy agradecidos y por más obligarlo le regalé los tres camellos que estaban todavía con nosotros y que él mucho miraba y los otros fardajes y tiendas, que ya se veía que de nada nos habrían de servir en el país de los negros sino de estorbo. Y en llegando la fiesta de todos los Santos, yo mandé hacer oficio por las ánimas de todos los finados y los días siguientes hicimos misas por cada uno de ellos y todos las oíamos muy devotamente.

Y en este año que forzosamente estuvimos en aquel lugar, algunos aprendimos a chapurrear un poco la parla de los negros y nos maravillamos de los usos y costumbres de tales gentes. Y aquellos negros hacían boda de muchos mancebos con muchas doncellas, de manera que nunca se supiera de quién los hijos nacidos eran, sino que algunos nacieron más claros y mulatos y cuarterones y ésos eran hijos de los ballesteros, y hasta Inesilla parió aquel año de Andrés, mas el hijo que tuvo murió de allí a poco. Y fray Jordi amistó mucho con el viejo Cabaca y los dos mutuamente aprendieron de lo que el otro sabía de yerbas y cocimientos y ensalmos. Y salían juntos a donde los árboles más espesos estaban en busca de sus raíces y hojas y remedios. Y yo hice amistad con el Rey Gordo y cada día iba a verlo y le hacía ceremonias cortesanas de las que usábamos en Castilla, que es cosa probada que la lisonja a todo el mundo halaga y toda voluntad doblega, sea de una u otra color, y el Rey Gordo me regalaba cada día y me preguntaba lo que yo sabía de las estrellas y del arenal y de los barcos y naos que navegan por la mar, que él nunca viera, y sobre el Rey de Castilla y de las guerras que traemos con los moros y de todo le iba dando yo cuanta puntual según mejor podía. Y aunque hablara con él yo siempre tenía puesta las mientes en aquella Asquia su mujer, de tetas y muslos tan firmes que me tenía comido el seso, y sólo pensaba en ella cuando me acostaba con alguna de las otras negras del pueblo y hasta se me representaba en sueños cuando dormía, sólo que entonces, cuando iba a llegarme a ella como varón a mujer, la dicha Asquia se iba empequeñeciendo y menguaba como si fuera niña y luego más aún como muñeca cocida y luego más, hasta tornarse tan chica que no se podía ver, con lo que, aun siendo todo sueño, quedaba yo muy burlado y escarmentado de mis lujurias.

Mas no acabó el año sin que ella y yo nos encontráramos en los árboles, metidos en lo espeso de aquellas frondas, para dar franquicia a mi masculino ardor haciendo lo que hombre con mujer. Y esto repetimos muchas veces, que ella venía a buscarme porque tenía gran placer y curiosidad en hacerlo conmigo.

Y así pasó el año y a veces hablaba yo con Andrés de Premió y con fray Jordi de que era cosa de ir pensando en proseguir la busca del unicornio.

Y ellos eran en esto de un acuerdo conmigo. Y así determinamos que cuando moviera el pueblo de los negros, moveríamos también nosotros por otro lado, para seguir nuestras pesquisas.

Y sobre lo de mover el pueblo de los negros hay algo que explicar.

En el país de los negros la gente es tan poca y la tierra tanta que el campo no tiene valor alguno y es como el aire entre nosotros o como el mar.

Y por esta causa cada hombre puede tener toda la tierra que quiera, que lindes no hay, y sólo tiene que caminar hasta donde no haya otro y quemarla y rozarla y cavarla y sembrar en ella. Pero, como los negros son por su naturaleza poco inclinados al trabajo, la labran mal y luego que da dos o tres cosechas, se agota porque no le echan estiércol ni la riegan ni la cavan honda ni le hacen barbecho como acá entre los cristianos se usa. Y así tienen luego que abandonarla y seguir a otra parte en busca de tierra nueva que dé cosecha. Con lo cual los pueblos de allá no están quietos como en Castilla sino que cada pocos años se mueven y las gentes por esta causa andan siempre con la casa a cuestas hoy aquí y mañana allá y viven en chozas y no saben labrar casas de ladrillo ni piedra ni levantan tapias como nosotros, ni arrecifes ni caminos.

Cuando fue llegado el momento en que el pueblo del Rey Gordo había de moverse en busca de tierras nuevas, le pedí licencia y me despedí, que nosotros habíamos de seguir por otro camino en la busca del unicornio. Y el Rey Gordo y su pueblo se apartaron de nosotros con muestras de mucho pesar y grandes lágrimas y plantos y nos dieron regalos de lo poco que tenían.

Y Cabaca dio a fray Jordi un collarillo de cuentas y semillas de mucha virtud. Y fray Jordi le dio a él una cruz, que el otro se puso al pescuezo con los otros adornos, y yo no sé si entendería qué era, porque fray Jordi, después de lo de Tomboctú, había quedado muy escarmentado y avisado y ya no bautizaba a nadie ni hacía por explicar la doctrina cristiana a los negros. Y el día de antes de la partida, Asquia me dio una taleguilla de polvo de oro que ella sabía que el oro era cosa muy apreciada para los blancos y yo tuve gran pesadumbre de no tener cosa que darle porque ya nada tenía aparte de los pobres harapos que me cubrían y las armas.

Habíamos caminando dos jornadas hacia la parte del Septentrión cuando otro día, viernes, dos días de julio, levantámonos de mañana y hallamos que Pedro Martínez, "el Rajado", y otros cinco ballesteros que eran muy amigos suyos y siempre andaban en su obediencia y conciliábulos, se habían ido de noche y se habían llevado trece ballestas, tres espadas y la poca sal que nos quedaba y un poco oro que algunos teníamos. Y yo hube gran enojo de ello, mas no sabía si seguirlos que Sebastián de Torres y Ramón Peñica, los rastreadores, decían que el rastro estaba fresco y era fácil pero tiraba para el Mediodía, o si seguir nuestro camino adelante sin ellos. Y hube luego consejo y determinamos seguir sin ellos. Y por las hablas que los otros ballesteros juntaron averiguamos que se habían partido a buscar el país del oro del que estaban muy informados por los negros.