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Y en pasando adelante dejamos que los cautivos que habíamos liberado se fueran por otro lado por no tener que ballestear carne para tanta gente, sino dos o tres de ellos que parecían más listos que los otros a los que dijimos que se quedaran para mostrarnos el camino y ellos se quedaron de muy buena gana. Y marchaban delanteros abriendo marcha y eran muy parleros y Paliques iba con ellos informándose de sus chamullos. Y eran tan menudos de cuerpo que Paliques parecía el padre de todos ellos, aun siendo tan corto y escurrido de carnes como era.

Y movimos de allí y hacíamos jornadas cortas para dar descanso a algunos enfermos y heridos que venían y porque las grandes calores en medio del día estorbaban el mucho caminar. Y los ballesteros iban más conformes que otras veces porque tenían sobra de mujeres que muy alegremente se les daban y con esto olvidaban los trabajos pasados y los por venir. Y ellas les molían el mijo y les maceraban la carne y hasta les mascaban los bocados. Y ellos dábanse vida de mucha holganza, como reyes moros, y desoían a fray Jordi que muy enconadamente los exhortaba a no vivir como paganos.

Mas ni Andrés ni yo teníamos fuerza de negarles aquellas comodidades y regalos por miedo a que con la desesperación de la mala vida se fueran en pos de Pedro Martínez, "el Rajado", y los otros que buscan el oro.

Doce

Luego vinieron dos meses de crudo caminar por entre espesuras húmedas y charcas pobladas de culebras y de enfermar muchas veces de los mosquitos que día y noche nos apesadumbraban con grandes pesadumbres. Y tengo por cierto que de sólo la sangre que en aquellas frondas espesas me chuparon los chinches y mosquitos hubiéranse podido hacer hasta dos grandes calderadas de morcilla. Mas al cabo deste tiempo dimos en una tierra más despejada que los negros llaman Manda. Y allí hay innumerables ríos chicos y grandes que corren al Septentrión y arboledas muy espesas que cubren muchas leguas de verde y están tupidas a maravilla, que no dejan pasar el sol como si la noche se hiciera en medio del día, y nosotros nos hurtábamos deste agobio caminando siempre por donde los ríos, que está algo más despejado porque las avenidas tiran árboles y crece algo la hierba y siempre hay caza de la carne que acude a beber. Y algunos ríos daban en otro más grande y otros en lagos y charcas grandes y chicos donde vivían gran muchedumbre de pájaros muy raros y de muchos colores y de luengas patas, finas como asta de flecha, y de luengos picos, mas poco piadores y roncos.

Y en aquellos verdales no viven hombres, mas los negros señalaban que donde acababan los árboles había pueblos y gente y muchos unicornios, con lo que nosotros nos esforzábamos en soportar aquellas calamidades viendo que al fin serviríamos al Rey nuestro señor.

Y fray Jordi, que había perdido todas sus grosuras y mantecas y ya no tenía panza y parecía más joven, a todos acudía con su esfuerzo y consuelo y a todos confortaba en la fiebre y quebranto. Y decía a veces: "Hay buenos que Nuestro Señor permite que sean punidos por merecer más galardón. Con paciencia sufrir los males como frío o calor hambre y sed y calenturas y pasiones y muertes como los sufrieron los apóstoles, los mártires, confesores, vírgenes, Job y Tobías y Catón". Con lo cual conformaba a los que habían perdido aliento. Mas con todo, él muchas veces se apartaba con el achaque de sus yerbas y luengo rato se estaba en rezos y en lágrimas, más afligido que otros y sin haber quien lo consolara en su disimulado esfuerzo.

Y siguiendo nuestro camino hacia el Mediodía, llegamos a donde viven unos negros que se llaman bandi que es al lado de un río manso como charca que parece que no se mueve según de verdín cría arriba. Y había allí una como puente de grandes losas y luengas y uno podía cruzarla caminando sobre ellas sin mojarse en el agua. Y las chozas de barro donde los dichos negros viven eran como colmenas y estaban a entrambos lados del dicho río así como Triana está a un lado y Sevilla al otro. Y así que nos vieron llegar el primer día, huyeron muchos negros de los que en el campo estaban, con gran prevención y como si hubieran grande pavor. Y yo mandé que Paliques se adelantara con Sebastián de Torres y algunos otros y que sonaran la trompeta. Y en sonándola salieron muchos negros de sus casas y de los árboles como si fuera el día del Juicio Final. Y delante de ellos venía uno con un gorro de melena de león y muy pintado por el rostro y por el cuerpo y lleno de abalorios y raros collares por lo que conocimos que era el mandamás de allí. Y en acercándose a mí quiso postrarse mas yo no se lo consentí, sino que haciéndole gestos amistosos le hice luego alzarse. Y ellos vieron con esto que éramos gente pacífica y el de la melena se volvió y le dijo a sus gentes algo, de lo que parecieron muy contentos. Y a poco, los que antes corrían como si hubieran visto la cara del Demonio, ahora mostraban tan grande placer y alegría como suelen hacer en otros sitios cuando personas altas y señaladas son llegadas. Y el habla de aquellos negros no era de las que Paliques comprendía pero juntando unas palabras con otras y con gestos se podían pasablemente entender. Y Paliques dijo que no buscábamos oro ni plata ni esclavos sino al unicornio. Y el de la melena de león le preguntó si veníamos de la Luna, y esto fue no por simpleza ni mengua de seso, sino porque nos veía tan blancos siendo ellos negros atizonados. A lo que respondíamos que veníamos de Castilla que es un reino que está más allá de los moros, cruzando el mar. Mas tampoco entendían quiénes fueran los moros ni habían visto en su vida el mar, tan apartados vivían de todas las cosas.

Y, por las trazas que sacamos, tampoco habían visto al unicornio.

Mas pasando adelante llegamos a las chozas de los negros y ellos hicieron guisar muy bien de comer y aderezaron una buena posada en la cual pusieron, ya que no gran mesa y aparador, aquellas pocas cosas que ellos tenían por muy necesarias y muchas cañas y hojas frescas donde aparejar gentil cama a los que de fiebres venían aquejados.

Y luego se llegaban todos los negros con cestos de mimbre y platos de madera y abastaban de harina y pescados y frutas de diversas maneras. Y el tiempo que con ellos estuvimos nos hicieron muchas honras y fiestas y nos ordenaron muchos placeres y ellos se estrechaban en sus haciendas por más nos honrar, lo que nosotros pagamos como mejor pudimos que no fue mucho para tanta liberalidad y franqueza, porque ya veníamos muy quebrantados y pobres.

Y porque las cosas que pasaron no solamente fuera trabajoso a quien todas las presumiera poner por escrito, mas casi imposible, y a los lectores y oyentes aun fuera causar enojo o fastidio, y por tanto ceso de esplanar por menudo las otras cosas que los otros días pasaron.

Tornados al camino, tres días pasada la Pascua, que solemnemente celebramos con comunión general y muchos signos de religión y piedad, dimos en un prado apacible muy pintado de menudas y variadas flores. Y los negros que con nosotros como criados venían probaron a comer ciertas flores grandes y gordas que había y hallaron que eran buenas y sabían como a meloja, con lo cual nos regalamos y con otra carne de monte que cada día ballesteaban los hombres. Y al tercer día vimos signos de que algunos negros desde lejos en los árboles nos estaban mirando. Y pensamos que serían gente pacífica como la otra aunque asustada de vernos. Y determiné acercarme con algunos para mostrarles buena intención. Y así nos llegamos adonde los habíamos visto antes y les dejamos un cuarto de venado que teníamos asado de la mañana y que nos había sobrado. Y se lo pusimos colgado en una rama alta de un árbol, donde no lo alcanzaran las fieras. Y a la tarde volvimos y no estaba el venado pero había en su lugar una esportilla de harina de mijo. Y con esto vieron ellos que nuestras intenciones eran buenas y nosotros vimos las suyas. Y al otro día ya nos acercamos y les hicimos señas y ellos nos las devolvían y luego algunos vinieron a donde estábamos y Paliques probó a hablar con ellos, mas no se entendían porque la parla era distinta. Y aquellos negros tenían la color más clara que los otros que con nosotros venían y eran de más acomodadas hechuras y proporciones y el pelo lo tenían menos ensortijado y más lacio y las narices mejor hechas y más armoniosas. Y pasamos adelante con ellos por un sendero que nos mostraron y fuimos a dar a una cañada por donde corría una clara corriente muy amena. Y al fondo de la cañada había árboles altos y de debajo de aquellos árboles avanzó hacia nosotros mucha gente bulliciosa que hacía ruido de campanillas y cuernos y bocinas, como en romería, a lo que yo hice seña a Francisco de Villalfañe que tocara la trompeta y él dio dos o tres toques muy agudos a los que los negros se asustaron al principio mas luego viendo que nos reíamos, replicaron ellos con grandes risas como niños, y bullas y algarabía. Y cuando más cerca estuvieron vimos que venían armados de muchos paveses grandes aforrados de cueros blancos. Y portaban arcos y flechas y lanzas muy agudas. Mas luego del primer sobresalto, nos sosegó notar que los principales venían delante y eran cuatro hombres muy gordos con grandes adornos puestos en sus cabezas y detrás de ellos iban mancebos desnudos que serían sus pajes, con las vergüenzas al aire, y les llevaban asientos de madera. Y luego que llegamos a pocos pasos, les hicimos reverencia para saludo y ellos se miraron y se rieron de buena gana y tornaron reverencia y luego se vinieron a nosotros con mucha llaneza y anduvieron palpándonos las carnes y mesándonos las barbas y catando las armas y de todo se maravillaban con aquella simpleza que ya teníamos vista en los otros negros del país. Y nosotros los dejamos hacer sin mostrar reparo, aunque más retrasados quedaban ocho ballesteros puestos en celada, con las ballestas armadas y prestos a intervenir si menester fuera.