Y pasando adelante estos negros nos llevaron a su pueblo que era como de doscientas chozas de paja y barro en forma como de barca bocabajo y las de fuera estaban pegadas unas a otras haciendo barrera. Y nos ofrecieron posada en una choza grande mas nosotros hicimos reverencia y fuimos a montar el campamento enfrente, al otro lado del río. Y catando ellos que nos queríamos establecer allí, luego vinieron muchos de los suyos peritos en aquel arte y nos hicieron en dos o tres días chozas de ramas y barro como las suyas, haciendo un cuadrado grande donde yo les señalé, para mejor defensa. Y como la tierra parecía buena, yo mandé que cavaran una zanja en la otra parte, donde no había rio, y que pusieran estacada de púas pensando que nos podríamos quedar allí unos meses hasta reponernos de los quebrantos y fatigas pasadas y tener hablas de para dónde tirar en pos del unicornio. Y el Rey de aquellos negros era uno de los hombres gordos que salieran a recibirnos, cuyo nombre nos sonaba a Caramansa y así lo llamamos nosotros de allí en adelante. Y los otros que con él iban eran sus hermanos y ministros. Y por intermedio de uno de nuestros negros que entendía algo de su parla, supimos que en aquella tierra había otros dos reyes y que los tres andaban en guerra. Y éste era el motivo y razón de que hubieran salido a nosotros con armas, que pensaron que seríamos de los enemigos. Y el nombre de los tales enemigos eran mambetu y el de la gente de Caramansa los bandi.
Como nos establecimos allí fueron pasando días y el calor no era tan grande en el collado y los yerbazales eran apacibles y los hombres no pensaban en moverse sino que gastaban las horas corriendo montes y matando muchos toros y venados y puercos y otros vestigios y jugando a las cañas y danzando y festejando y habiendo otros muchos placeres. Y fray Jordi amistó con el físico de los negros y cada mañana salían con el Negro Manuel y con otros dos o tres aprendices y se iban a donde los árboles a recoger yerbas y a macerar insectos y sabandijas y a hacer conocimientos de salud para aprender cada uno lo que el otro sabía. Y según pasaba el tiempo los hombres ballesteaban menos carne y se daban más a la molicie y a pasar el día groseramente tirados por la yerba o retozando con las negras, que eran fáciles y reidoras, o jugando a los dados y a otros juegos africanos que iban aprendiendo, como todo lo malo, con singular presteza. Con lo cual nuestros pecados eran multiplicados cada día más y el mal vivir se continuaba sin enmienda que se viera aunque luego, la Cuaresma llegada, todos confesaron con mucha contrición y ceniza y penitencia y propósito de enmienda. Lo que no fue sino una tregua mal guardada para luego volver más reciamente al fornicio y a la holganza. Y yo veía con malos ojos que no se ejercitasen los hombres en labores y milicias más rigurosas pero, por otra parte, viéndolos tan secos y trabajados de las pasadas penalidades y fatigas, pensaba que era mejor dejarlos que se repusieran algo más antes de meterlos por nuevos y desconocidos caminos.
Y así pasaron algunos meses hasta que un día el Negro Manuel llegó corriendo y sin resuello a dar aviso que algunos negros de aquellos mambetu con los que Caramansa tenía guerra, habían cautivado a fray Jordi y al físico de los negros. Y con esto mandé al de Villalfañe que tocara la trompeta e hiciese rebato y acudieron los ballesteros con Andrés de Premió y dije lo que había y tomamos armas y ballestas y salimos detrás del Negro Manuel en busca de los cautivos. Y anduvimos todo el día con Ramón Peñica delante catando el rastro, hasta que, la oscuridad de la noche venida, nos tomó la luna en un pradillo que junto a un cerro estaba y allí nos detuvimos a hacer noche cuidando seguir el rastro muy de mañana. Mas luego que el río dio niebla vimos cómo a menos de una legua de allí había un resplandor de candela que se reflejaba en la niebla arriba y pensamos que serían los que llevaban a fray Jordi.
Y con esto muy animados olvidamos las fatigas del día y proseguimos el camino con gran recaudo para donde la luz parecía. Y cuando estuvimos cerca de ella nos repartimos despacio, cuidando rodearla y no hacer ruido, sino que a veces pisábamos ramas secas y nueces que crujían, mas ya sabíamos que en la noche del país de los negros nadie cuida de estos ruidos chicos porque siempre hay animales y monos grandes y medianos que merodean donde la gente está en busca de qué comer pero sin osar nunca llegarse cerca de donde hay fuego. Con esto fuimos acercando hasta que estuvimos sobre ellos. Y vimos que eran ocho negros muy talludos y fornidos y que a un lado estaban tres negros de los nuestros y fray Jordi y el físico de Caramansa y que uno de nuestros negros estaba herido y parecía que se quería morir. Y yo mandé por señas a Villalfañe que diera luego trompetazo y él diolo muy de recio y antes de que los ocho negros mambetu pudieran ver qué era aquello que pasaba, los ballesteros habían dado con ellos en tierra menos uno que quedó clavado en el árbol que al lado estaba y se miraba con ojos espantados las aletas de cuero del virote que le había pasado el pecho y no sabía qué extraña cosa era aquella que lo cosía al árbol. Y con esto nos llegamos a los caídos y los degollamos y luego soltamos a nuestra gente de sus cuerdas y hubimos gran alegría de verlos sanos y vivos, salvo el que iba herido, que le habían dado un mazazo en la cabeza y llevaban a donde su gente para comerlo. Y con esto nos tornamos a nuestro pueblo después de pasar la noche en otro pradillo más lejos de donde quedaban los dichos muertos.
Y después de esto Caramansa quedó muy agradecido de nosotros y vio que su gente andaba bien defendida y nos colmaba de honores y cada día mandaba mijo y otros granos para nuestro servicio y venían mujeres negras que nos molían la harina en largos morteros de madera con pistilos de palo muy trabajosos de manejar, pero ellas nunca se cansan y, como traen sus crías de pecho atadas a la espalda, ellas se ríen y creen que aquello es un juego, lo mismo que en Castilla cuando los chicos se montan en el borrico que va al molino y no cuidan si son hidalgos o villanos.
Y a poco de entonces los ballesteros fueron habiendo barraganas negras, lo que al principio quiso estorbar fray Jordi mas luego, viendo que sus reclamos no eran oídos, no volvió a decir nada y ellos tuvieron mujer negra y algunos me pidieron licencia para irse a vivir a donde los negros, cruzando el río, mas en esto fui de un acuerdo con Andrés de Premió en no autorizarlo, temiendo que, si los negros fueran luego desleales, no nos podríamos defender dellos si no estábamos juntos en nuestro pueblo. Y con esto fueron las mujeres negras de los ballesteros las que se fueron viniendo a vivir a donde nosotros. Y algunos de los dichos ballesteros se trajeron a dos mujeres, lo que fray Jordi tuvo por gran abominación y paganía mas, con todo, luego hubo de consentirlo pues la vida era dura y las mujeres salían cada día a buscar brotes y raíces y cosas que comer y molían el grano y cocían las tortas y velaban por el fuego y hacían todas las cosas necesarias de la casa con mucha diligencia aunque no poco griterío, que son grandes reñidoras. E Inesilla fue poco a poco tornándose como ellas y aprendió con presteza la lengua de aquellas gentes, al igual que Paliques que tanta facultad tenía para las parlas retintas.