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Los actos ya dichos pasados, las gentes de los bandi fueron otra vez aquejados por los de mambetu, que eran más esforzados y más ahincadamente los estrechaban y combatían y les corrían la tierra. Y con esto lamentaba yo en mi corazón haberme encontrado primero a aquellos bandi y no a los mambetu, mas para entonces Caramansa nos había hecho tanta merced quitando la comida de la boca de sus gentes para alimentarlos a nosotros y trayéndonos leña y haciéndonos otros servicios señalados, que con ello quedábamos muy obligados.

Y, por otra parte, algunos de ellos se habían vuelto cristianos de las pláticas con el Negro Manuel y levantaban cruces de palo en las puertas de sus chozas y con todo esto más nos obligaban a esforzarnos en los defender de sus enemigos. Mas siendo nosotros poca gente y como ave de paso, determinamos que Andrés de Premió y algunos de los ballesteros en saliendo al yerbazal cada día instruirían a los negros más jovenes del pueblo en las cosas de la milicia y en cómo dar vista al enemigo y cómo acercarse a él y cómo ofenderlo y cómo defenderse dél y rechazarlo y cómo retirarse sin daño cuando es él el que va victorioso y cómo perseguirlo si va en derrota, y todo esto hacían a toque de trompeta según en Castilla se hace, y los negros iban entendiendo los toques y se movían por ellos muy ordenadamente, que parecían bien dispuestas batallas y gente disciplinada y esforzada y buena. Y con esto fuimos nosotros cobrando más ánimo en que, cuando fuéramos de allí partidos, ellos solos se sabrían defender. Mas andando las cosas sobre ello, a poco supimos, por espías y hablas ciertas, que los mambetu eran tres pueblos muy poderosos y distantes y que se estaban juntando en uno para venir a correrles las tierras a los bandi y que se habían juramentado a sus dioses para matar a los herreros blancos y comerles los hígados. Y estos herreros blancos éramos nosotros, que así nos llamaban Dios sabe por qué no siendo ninguno de nosotros herrero. Y sabido esto hice yo consejo con Andrés de Premió y ambos acordamos lo que más cumplía para nuestra defensa y la del pueblo. Y fue que, reconociendo el campo, por el lado que no se cortaba el río, había un gran llano de yerbazal con pocos árboles, por donde forzosamente había de venir y entrar la fuerza de los mambetu cuando quisieran ofendernos.

Y pensamos que allí los esperaríamos y les daríamos campal batalla. Y cuando hubimos medidos al campo y visto los otros extremos en él servideros a las cosas de la guerra, dispuse yo que en el día del combate cada ballestero tuviera detrás dos negros de los que con nosotros habían venido. Y los dichos negros ya estaban adiestrados en cargar la ballesta y armarla y sabían hacerlo con mucha presteza. Y desta manera el ballestero tiraba un virote y dejaba a un negro la ballesta descargada y tomaba otra armada del otro negro. Lo cual se puede hacer cuando sobran ballestas, como era el caso. Y en el tiempo de rezar un Paternoster cada hombre podía disparar hasta diez virotes, con lo que, aunque sólo hubiera doce ballesteros, el efecto era como si hubiera treinta.

Y luego calculé la longura y distancia que los venablos de los negros alcanzaban y mandé hacer cavas poco hondas a esa distancia, cruzadas como espina de pez, y poner en lo hondo de esas cavas cañas muy agudas hincadas en el suelo. Porque habiendo visto que los negros tienen la costumbre de tomar carrerilla para lanzar sus venablos, de esta manera se les estorbaba el correr, con lo que los venablos caerían cortos. Y además, para más defensa de los ballesteros, dispuse que delante de ellos estuvieran dos filas de negros con lanzas en la mano, los unos rodilla en tierra y los otros de pie. Y todos cubiertos de escudos grandes como manteletes que mandé hacer de juncos y cañas como en canasta.

Y luego de disponer que saldríamos al campo de esta guisa, hicimos alarde por la orilla del río y salió muy lucido. Y luego, durante muchos días, Andrés de Premió y Sebastián de Torres y el de Villalfañe estuvieron disciplinando a los negros en que conocieran los toques de trompeta y se movieran por ellos concertadamente. Y cuando supieron qué toque era el de avanzar despacio y cuál el de aprisa y el de lanzar venablos y el de retraerse, Andrés de Premió escogió a los que más fácilmente lo hacían, que eran los más, y despidió a los otros. Y con los que quedaron formó cuatro batallas de doscientos negros cada una y yo determiné que estas batallas estarían dos a cada flanco de la ballestería cuando fuésemos delante del enemigo. Y sobre ello volvimos a hacer alarde muy vistoso y Caramansa estuvo satisfecho y reía y se hinchaba de aire vano como si todo aquello se aparejase por su virtud y buen seso, de lo que algunos empezamos a desamarlo.

Y pasando adelante con esto, como supiéramos de cierto que ya los mambetu venían con todo su poder, hice poner grandes guardas en todos los lugares do convenía para que no fuésemos de los enemigos ofendidos. Y antes de que amaneciera el día vinieron corredores con el aviso de que el enemigo había levantado el campamento en medio de la noche. A lo que oímos misa muy devotamente y comulgamos. Y los otros negros paganos nos miraban en grande silencio y muchos de ellos, entendiendo la virtud de tales actos de religión, se arrodillaban y juntaban las manos como nosotros. Y acabada la misa y rezos di orden de salir y de tomar el llano del yerbazal y que las mujeres y los niños y los que no iban a luchar se retrajeran a los árboles.

Y luego marchamos por el sendero grande con mucho orden y silencio y salimos al yerbazal y en pasando adelante llegamos a donde las zanjas y trampas loberas estaban, las cuales mandé disimular con yerba, y allí esperamos según lo dispuesto y ensayado de otras veces. Y cuando ya se mostraba el alba se oyeron a lo lejos los recios tambores de los mambetu que venían contra nosotros. Mas estaban tan remotos que aún hubimos de esperar gran pieza antes de que se dejaran ver a lo lejos los flecos y palos y enseñas y plumas que en alto como banderas traían. Y crecía el ruido de los tambores tanto que no había personas que una a otra oír se pudieren por cerca y alto que en uno hablasen. Y muchas bandadas de pájaros asustados se levantaban y pasaban volando por somo de nuestras cabezas y los más de ellos se desviaban a la diestra, lo que tuvimos por señal de buen agüero y con esto nos confortamos mucho. Y Caramansa, muy serio, se puso detrás de nosotros donde no le llegara daño.

Y vestía todos sus arneses de guerra que son trapos pintados y sombreros y collares. Y estaba levantado sobre silla de cañas para que todos lo vieran bien mas el rostro lo tenía serio y sudaba mucho y no osaba decir palabra.

Y luego que los mambetu se acercaron a cuatro tiros de ballesta vimos que venía gran muchedumbre de ellos, tantos como jamás viéramos juntos en la tierra de los negros, que no parecía sino que el universo allí era juntado contra nosotros. Y nuestros negros empezaron a inquietarse cuando vieron tan gran muchedumbre de enemigos y volvían la cabeza y miraban para Caramansa a ver qué decía. Y Andrés de Premió se vino para donde yo estaba y me dijo: "Temo que le dé miedo al gordo y huyan todos. Es menester decirle que esté a pie quieto". Y yo, viendo que tenía razón, luego mandé a Paliques que le fuera con el recado de que según yo veía las cosas aparejadas, de allí a poco íbamos a cobrar gran victoria. Y en esto estábamos, nuestra ballestería puesta en medio y las batallas de los negros bien ordenadas a uno y otro lado y las filas de los lanceros delante. Y venían ya los enemigos a dos tiros de ballesta y se distinguían cuáles eran sus jefes porque los llevaban levantados y puestos encima de sillas de caña. Y viendo así aparejadas las cosas luego llamé a Andrés de Premió y le dije que ordenara a los ballesteros que al primer toque de trompeta dispararan contra los que venían en las sillas que eran los tres reyes y luego siguieran tirando contra los que iban a pie con melenas de león que eran los más esforzados guerreros del enemigo y sus campeones. Mas, por excusar yerros, le dije que dispusiera a dos ballesteros buenos con recado de tirar a cada uno de los que en las sillas levantados venían.