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Con esto llegaron los negros a tiro de ballesta mas yo los dejé acercarse más para que los de las sillas tuvieran el tiro cierto. Y viendo que nosotros no nos movíamos ni traíamos tambores ni ruidos, ellos se crecían más y proferían grandes gritos y alaridos y daban carreras a donde nosotros estábamos y nos tiraban algunos venablos que caían cortos y a nadie hería. Y con ellos crecía el ruido de muchos tambores que traían detrás. Y el ruido era tanto que parecía que tronaba el llano y con esto ponían pavor en los corazones de nuestros negros y ya daban señales de desfallecer. Y Caramansa sudaba mucho como si le lloviera y se pasaba la mano por la redondez de la cara. Entonces hice seña a Villalfañe que pendiente de mí estaba y él tocó la trompeta con todas sus fuerzas, para que bien la pudieran oír por encima del tronar de la tamborada, y al oírla dispararon los ballesteros y los tres reyes que venían contra nosotros recibieron en sus pechos los pasadores de acero y se vinieron a tierra muertos con gran confusión de sus gentes, y en esto alzaron gran grita los ballesteros diciendo: "¡Enrique, Enrique, Enrique por Castilla, Castilla!", y nuestros negros empezaron a tirar sus flechas y sus venablos y los otros que corrían contra nosotros empezaron a trastabillar y caer en los pozos de lobo y a dolerse de las cañas clavadas y los que atrás venían tropezaban en los caídos y se venían a tierra con gran confusión y los de la zaga, viendo muertos a sus reyes, se quedaban parados sin saber qué hacer, mas aunque de ellos los más esforzados que llevaban melena de león querían seguir, luego iban siendo pasados muy a salvo por la ballestería que sobre ellos tiraba y tan de cerca y tan fuerte que hasta hubo pasador que mató a tres negros antes de perder fuerza, tan apretados y espesos venían contra nosotros. Y con esto fue cesando el ruido de tambores y los delanteros se levantaban del suelo y miraban atrás qué pasaba y veían que la zaga se desbarataba y huía en tropel, atropellándose y estorbándose los unos a los otros. Y en diversas partes donde algunos más valerosos se quisieron defender, allá se trabó una escaramuza, la más brava que nunca los hombres vieran, la cual más propiamente se podría decir pelea peleada.

Y visto el buen orden que tomaban sus negocios, Caramansa se alzaba de pie sobre la silla y daba grandes voces y exhortaba a los suyos a la pelea. En esto di seña a Villalfañe que tocara la trompeta de degüello para que las alas salieran en pos de los fugitivos, porque la ocasión se aparejaba para hacer muy a lo salvo gran mortandad y botín de ellos, mas los toques no fueron entendidos por los negros, a pesar de que mucho los tenían ensayados, porque, en el ardor de la pelea, no cuidaron más que a salir adelante muy revueltos y confusos y rematar a los que en el suelo estaban heridos y arrancarles lo poco que llevaban y a los tres reyes los hicieron cuartos muy crudamente y venían a presentarles sus hígados a Caramansa. Con lo que nosotros, viendo que tan gran victoria no llegaba a sus mejores términos por la indisciplina de los negros, luego nos agrupamos y vimos con gran disgusto la bravura que ahora demostraban en los muertos los que antes temblaban de miedo y cómo se juntaban en cuadrilla para llegarse a rematar a los de las melenas de león que malamente heridos yacían en tierra, y luego que se llegaban a ellos les pinchaban los ojos o se los saltaban con palos y les cortaban sus vergüenzas y les tomaban las melenas de león y luego se las disputaban entre ellos con sus ásperas voces, como perros en despojo de montería. De todo lo cual hubimos gran disgusto.

Y viendo esto vino a mí Andrés de Premió con gran enojo y me dijo: "Nunca haremos migas con ellos ni tendrán ordenanza de soldados verdaderos y la otra vez que vengan enemigos a vengar este día, si se saben mantener fuera de las ballestas como presumo que harán, ya no veremos tan fácil victoria como hemos visto hoy". Y con esto nos tornamos a nuestro pueblo y dejamos a los negros allí haciendo grandes fiestas y, según luego supimos por nuestro Negro Manuel y por los otros, luego que fuimos idos, abrieron las cabezas de los reyes y de los que llevaban melenas de león y les comieron los sesos pensando que en ellos está la virtud del hombre. Y luego de los muertos del montón cortaron muslos y brazos y los asaron y comieron dellos. Y las cuentas de aquella muerte que no sé cómo lo diga o estime por incredulidad de los que no lo vieron ni saben, fueron, por nuestra parte, un ballestero y doce negros muertos y unos pocos más heridos y por la parte de los enemigos cuatrocientos veinte muertos y no hubo heridos porque a cuantos tomaron luego mataron.

De los nuestros murió en aquella ocasión Miguel Castro, un ballestero de los que venían de Toledo que era el hombre más callado que pensarse pueda y hasta en las ocasiones de júbilo iba él pensativo y podía pasar días enteros sin despegar los labios ni ser notado, mas siempre fue fiel y bien mandado como bueno. Un venablo le entró por los riñones y la punta le salió por la barriga que es herida de muerte. Y acudió a verlo el de Villalfañe, que desde que muriera Federico Esteban hacía de físico de las llagas, y no lo quiso tocar porque ya estaba muriendo, sino que sacudió la cabeza y se levantó y dijo que viniera fray Jordi. Y acudió el fraile y Miguel Castro abrió un ojo y habló para decir que quería confesión.

Apartámonos todos una pieza y fray Jordi lo anduvo confesando, mas antes de darle la absolución, Miguel Castro tuvo un escrúpulo y dijo a fray Jordi: "Padre cura, algo más hay que decir". Y dijo fray Jordi: "Dilo, hijo mío, y descansa en el Señor". Y él dijo: "Es una duda que he tenido toda mi vida y no quiero irme con ella: La Santísima Trinidad, ¿es una persona o son tres?" "Hijo mío -le dijo el fraile-, ése es un misterio de la Santa Teología.

Son tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, juntas en una". Mas este comento no satisfizo a Miguel Castro y tornó a preguntarle la misma duda. Y fray Jordi le explicó, con muy concertadas razones, el misterio de la Trinidad y ponía la voz persuasiva para decirle que es como tres regatos que se juntan en un solo arroyo, que es como tres cabos de velas juntas en una sola llama, que es como dedos que se juntan en una mano. A lo que replicó Miguel Castro, que ya tenía los ojos cerrados y estaba más blanco que el papel, que los dedos de la mano eran cinco y fray Jordi contestó, impacientándose, que la mano que él tenía pensada sólo tenía tres dedos. Calló un poco Miguel Castro y siguió el fraile hablándole paternalmente y ya parecía que lo tenía convencido y levantaba la mano para la bendición absolutoria cuando en ese momento abrió Miguel Castro los ojos muy abiertos y le dijo: "Fray Jordi, que aún no me tiene persuadido, que no entiendo si es una persona o si son tres". A lo que fray Jordi le replicó, con voz incomodada y enfadosa: "Y ati qué te importa si son tres personas. ¿Es que acaso las vas a tener que mantener?" Y luego le dio la absolución sin más plática y le dejó caer la cabeza muy enfadadamente y nos pareció que Miguel Castro se reía en sus adentros de haber enfadado al fraile antes de partirse de este mundo. Y acudimos a él y fue mirándonos uno a uno con los ojos vidriosos y luego los cerró y expiró.