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Y esta desgracia fue lo único que sacamos que contar de nuestra subida a los montes. Y después, afligidos y muy escarmentados, quebrantados y menguados, tornamos al pueblo, en lo que sólo tardamos menos de un mes porque ya sabíamos el camino y la bajada era menos trabajosa que la subida.

Catorce

Así movimos de las Tierras Altas al llano, lo que no fue sino trocar un desastre y desventura por otro mayor.

Y con venir apesadumbrados de no haber hallado al unicornio, éste no fue el mayor quebranto que vino a afligirnos entonces. En llegando cerca de donde dejáramos el pueblo notamos que algunos negros que por el campo había no venían a nosotros con muy alegres caras y muchas honras y fiestas como esperábamos, sino que, tomando apriesa sus hatos, luego se retraían entre los árboles como si de nosotros huyeran.

Esto visto, empezamos a cavilar y a recelar temiendo que las cosas no habían de estar aparejadas como cuando las dejamos. Y Andrés de Premió tuvo un barrunto de que no encontraría a Inesilla tan parida y salva como pensaba. Y con esto apretaba el paso delante e iba silencioso y como ajeno a los otros. Y en llegando a donde el pueblo se divisaba, que era un cerrillo que lejos está sobre el río, vimos que, donde dejáramos nuestras casas, había una mancha negra en la tierra, como de rastrojo quemado, en lo que conocimos haber ardido nuestras chozas. A lo que yo pensé que ésa era la causa del temor que los negros mostraban y casi me alegré pues, con estar ardida la posada, me daba más motivo y ocasión para no demorar luego allí sino que, en recogiendo a Inesilla, hacía pensamiento de proseguir el camino hacia el Mediodía en busca del unicornio y de más aventuras, sin gastar allí más días. Mas así que llegamos al pueblo de los negros, luego de pasar por las cenizas del nuestro y cruzar el río, hallamos que tampoco había gente en el otro, aunque las chozas estaban sanas y enteras como las dejamos. Y de una salió un viejo que vino a nosotros temblando mucho y con la cabeza gacha como el que lleva graves noticias. Y por él supimos cómo la otra gente era huida porque temían que habíamos de castigarlos por la quema de nuestras chozas y por la pérdida de Inesilla. Y contó que, dos meses después de partidos nosotros al unicornio, vinieron los mambetu con mucha gente armada de la suya, porque habían tenido parla de que ya no estábamos allí, y ellos fueron los que quemaron nuestras posadas y se llevaron a Inesilla cautiva y mataron a algunos negros que se lo quisieron estorbar. Y que Inesilla había tenido un hijo, mas le había nacido muerto, y nos mostró el sitio donde le dieran sepultura que estaba señalado con una cruz de palo. Y con esto despedimos al viejo a donde los árboles con recado de que llamara a los otros y les dijera que volvieran al pueblo a salvo, que no teníamos nada contra ellos. Y con esto quedamos allí y toda la tarde estuvieron volviendo temerosamente los negros y se encerraban en sus posadas recelosos, y no querían hablar con nosotros. Y entre ellos no vinieron las negras que se unieran a los ballesteros ni Gela, a la que yo mucho esperaba ver, pues quería saber por ella lo allí acaecido y pensaba que no me habría de engañar.

Y ya anochecido volvieron Caramansa y sus hermanos y yo fui a donde el padre de Gela y le pregunté por su hija y él me tendió la melena de león y la manta que recibiera por ella y me dijo que Gela era vendida a otro negro de un pueblo muy lejano y que ahora me devolvía su dote porque quedáramos en paz. A esto ya no lo pude sufrir y perdí la paciencia. Me quedé mirando el pellejo sarnoso de león que me daba y la manta vieja y puerca de manchas y de agujeros que me devolvía y me fui acercando a él y le dije, rechinando mucho los dientes y mostrando el enojo que sentía: "Manda a uno de tus negros a los árboles y que Gela esté de vuelta antes de que salga el sol mañana porque si no viene te mataré". Y luego di orden de que desalojaran las tres chozas que estaban más pegadas al río y que allí durmiera la ballestería. Y al padre de Gela y a Caramansa los llevé conmigo y les puse guardas que los vigilaran.

Y así nos replegamos y pasamos la noche larga en la que yo no pude pegar ojo pensando lo que nos depararía el nuevo día. Y en amaneciendo llegaron los que habían ido en busca de Gela y ella venía con ellos y traía un niño chico en brazos y en viéndome corrió a mí muy alegre, llorando mucho de sus ojos y se me abrazó tiernamente y me estuvo largo rato catando el rostro y acariciando la cara y las barbas y la cabeza toda sin decir palabra ni cesar el llanto. Y luego me mostró al niño y me dijo que era mío y que quería que fray Jordi lo bautizara y lo llamara Juan. Yo vi que el niño era más blanco que negro y bien proporcionado y hermoso, mas no sentí alegría ninguna por él sino antes bien pesadumbre de haberlo conocido y aunque era mi primer hijo no lo tomé ni quise llegarme a él. Muchas veces he cavilado por qué hice las cosas que hice aquel día y nunca he determinado si sabía bien por qué las hacía o si las hacía por esa misteriosa costumbre por la que los animales obran sus negocios.

El caso es que yo no quería tomar al niño, ni quería que fuese bautizado ni que tuviese nombre cristiano pensando que no lo podría llevar con nosotros, en la desesperación de nuestra mala vida, y que no quería nada que me atase allí, pues había de seguir prestamente mi camino en servicio del Rey nuestro señor. Y luego pensé que si Gela no hubiera venido nuevamente a mis brazos habría sido más fácil marchar y habría tenido yo luego más consuelo en recordarla que ahora viéndola con un hijo mío en los brazos. Y con esto me entró la tristeza por las puertas del alma y el enojo y la enemistad y dije que más quería estar solo para pensar y salieron todos y Gela se fue muy espantada y arreciando el llanto, como no entendiéndome.

Y con esto luego mandé venir a su padre y le dije que no quería más ver a su hija ni al niño y que podía quedarse con la manta y con la melena de león y él se echó al suelo y abrazó mis rodillas y luego no podía alzarse otra vez por su mucha grosura, mas yo le ayudé ya sin enojo. Y luego de esto entró Andrés de Premió, que mientras lo ya dicho acaecía había estado dando tormento a algunos negros de allí, y me dijo cómo traía averiguado que lo de la venida de los mambetu era todo falsedad y mentira. Y lo acaecido fue que tan pronto como nos fuimos a las montañas, Caramansa hizo una tregua con los mambetu porque temía que los herreros blancos, como así nos llamaban, habíamos de hacernos dueños de la tierra. Y que la prenda del dicho acuerdo fue Inesilla, que se la dieron al mandamás de los mambetu y que el dicho mandamás se llamaba Nogoro. Lo cual sabido luego mandé a Villalfañe que tocase trompeta a junta y pregón y salieron a la plaza todos los negros menos los que no osaron salir temiendo por sus vidas. Mas otros salieron con sus mujeres y entre ellos los hermanos de Caramansa. Y yo hice que trajeran a Caramansa allí delante. Y pregoné que habían hecho gran traición contra nosotros sin catar la gran felonía que era entregar Inesilla a los enemigos cuando tanto por ellos teníamos hecho y padecido.

Y como este pecado había que castigarlo con la muerte, según justicia demandaba, luego mandé degollar a los hermanos de Caramansa y a él lo mandé quemar encima de un montón de leña que los otros juntaron. Y Caramansa se dejó quemar con más valor del que hubiera esperado de él pues ni un gemido dio cuando el fuego le abrió las carnes y le empezó a derretir las mantecas. Y con aquel gran olor a carne asada que dio al aire, muy tristemente nos retiramos a nuestra posada, llorando algunos y muy sombríamente silencioso Andrés de Premió.