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Y pasó aquel día y vino la oscuridad de la noche, la cual pasamos sin dormir y muy vigilantes, recelando traición de los negros. Y yo deseaba en mi corazón mandar por Gela y hacerla venir y llevarla conmigo, mas siempre hube de contenerme pensando que no me correspondía velar por mis cosas y por mis pesares sino por los de mis hombres según fuera cumplidero al servicio del Rey nuestro señor. Y pensé que lo que cabía hacer a un buen capitán era salir de allí en amaneciendo e ir a donde estaban los mambetu y cobrar a Inesilla de sus prisiones y seguir camino del Mediodía hasta que Dios Nuestro Señor fuera servido de darnos un unicornio. Y que si tan difícil se nos había hecho hasta el momento el hecho había sido en punición de nuestros muchos pecados.

Y con esto determiné que en adelante no nos haríamos más vecindad con negros sino que pasaríamos siempre adelante como mejor cumpliera al servicio del Rey nuestro señor.

Y a otro día de mañana, según amaneció el alba, llamé a los hombres y salimos y la gente del pueblo se había huido por la noche y no quedaban más negros que los que con nosotros de antiguo estaban. Y aun de éstos faltaban algunos que allí habían encontrado mujer y antes quisieron quedar con ella que seguirnos, y esto dijeron los que habían preferido quedarse con nosotros. Entonces junté a los hombres en medio de la plaza, donde los perros habían comido el cuerpo quemado de Caramansa y esparcido sus huesos, y allí les hablé con gran enojo y les dije cómo nuestros muchos males y el decaimiento que nos aquejaba procedían de que no estábamos cuidando como debíamos el servicio del Rey sino que, habiendo encontrado un lugar descansado, allí nos habíamos demorado por más de dos años, por yacer con negras y tener vida viciosa y descansada. Y los hombres me oían y miraban al suelo y ninguno osaba contestar. Y detrás desto les dije lo que cumplía hacer y sería que, en siguiendo nuestro camino, iríamos a la tierra de los mambetu y les pediríamos a Inesilla y cuando la cobráramos en salvo proseguiríamos en busca del unicornio sin osar demorarnos más. Y ellos fueron de un acuerdo con esto.

Luego nos esparcimos por el pueblo y registramos las chozas y no encontramos nada que llevarnos, que los negros se habían ido con todo el grano y la harina y los animales, y mandé prender fuego a todas las casas y hacer candela dellas porque los negros tuvieran ocasión de recordarnos con aflicción a los que, habiendo peleado por ellos lealmente, luego traicionaron. Y con esto salimos de allí y tomamos el camino del Mediodía y dejamos el lugar entrado y, ya que no robado, puesto a fuego con todo lo que en los campos estaba, que no parescía el cielo ni el aire de las grandes quemas y humos.

Y en bajando por el río llegamos al sitio donde yo tantas veces me había solazado bañándome con Gela, y dejando a los hombres pasar adelante me quedé trasero por mirar a mi sabor y en soledad la última vez aquel lugar tranquilo y recordarme de las dichas pasadas. Y sentí una congoja de haber despedido tan ligeramente a Gela y a su hijo mas ya estaba todo ello cumplido y acabado y no quise pensar más. Y con esto me alejé luego en pos de los míos, sin querer volver la vista atrás como mi corazón me mandaba.

Y al cabo de dos semanas de marcha, víspera de San Miguel, dimos en un valle ameno y muy verde donde vivían algunos de los mambetu. Y viendo que había guardas vigilándonos de lejos, luego mandé corredores, de los negros que con nosotros venían, con recado de que no traíamos guerra sino paz y que íbamos de paso para otra tierra mas antes queríamos tener hablas con los jefes de los mambetu. Y a los dos días que allí posamos con los ojos bien abiertos y mucha prevención, por excusar daño de enemigos, vino respuesta del jefe mambetu que se llamaba Boro-Boro.

Y éste era hijo de uno de los que matáramos en la batalla del otro año.

Y el que traía su parla era un viejo enteco y mínimo, liado en un paño donde estaba dibujada la seña del león, por mostrar que había sido guerrero ilustre. Y luego que se llegó a mí, en su parla, que yo ya medio entendía, porque era la misma que la de los negros bandi, me dijo: "Salud al grande y poderoso herrero blanco. Yo soy la voz del jefe Boro-Boro que es hijo del dios Anaka y me manda decir que si tú no quieres guerra, él tampoco la quiere y que os dará harina y sebo para que salgáis más prontamente de la tierra". A lo que yo iba a contestar que no quería harina ni sebo sino solamente a Inesilla, pero luego lo pensé mejor y contesté: "El gran herrero blanco pasará de largo como dices pero antes me tendréis que dar, además de harina y sebo, a la mujer blanca Inesilla. Y sin ella no nos iremos y haremos la guerra muy crudamente". Y con esta respuesta luego se volvieron los negros y dijeron que traerían contestación de allí a nueve días, porque Boro-Boro estaba lejos.

Y como el sitio era bueno dispuse que acampásemos allí en espera de la respuesta y por estar más prevenidos, mandé hacer una cava en redondo y en el parapeto de la dicha cava mandé clavar estacas, y luego mandé hacer ciertos chamizos de madera y ramas donde guarecernos del mucho sol, y fuera de la cava, hasta cierta distancia convenientemente, los pozos de lobo y zanjas con cañas clavadas que habían mostrado ser buenas la otra vez. Y en esto se entretuvieron los hombres tanto blancos como negros hasta que vino la respuesta de Boro-Boro. Y a los siete días tornó el mismo viejo de la manta del león y dijo que Boro-Boro le había pedido al hombre que ahora estaba casado con Inesilla que la dejara partir y él había estado de acuerdo pero que era ella la que prefería quedarse con los mambetu antes que volver a ver a los blancos. Y en diciendo esto, Andrés de Premió, que antes había estado oyéndolo pacíficamente, no lo pudo sufrir más y se levantó de pronto y le dio un bofetón al viejo y lo tiró por tierra. Y uno de los negros jóvenes que con el viejo venían, echó mano de un venablo que traía a la cintura para ir contra Andrés, mas Andrés le tiró una cuchillada por la barriga y se la abrió sesgada y le echó las tripas todas de fuera y el negro se vino al suelo gimiendo. Y todo esto acaeció tan en un momento que no nos dio lugar a estorbarlo a los que allí presentes estábamos. Con lo cual los otros mambetu empezaron a huir, mas yo, temiendo que irían a Boro-Boro con parla de lo ocurrido, di grita a los ballesteros que les tiraran y, aunque los que huían se habían alejado un buen trecho para cuando ellos armaron sus ballestas, luego les tiraron como buenos y uno a uno les fueron pasando las espaldas con los virones de acero.

Con lo que todos los mambetu quedaron muertos entre la yerba menos el viejo que gimoteaba en el suelo abrazado al que había recibido la cuchillada que, por las señas, era su hijo. Y yo hube gran enojo de Andrés de Premió mas no quise decirle las palabras gruesas que se me venían a las mientes porque ya la cosa no tenía remedio. Con esto dejamos pasar las horas deliberando y a la noche hubimos junta y consejo sobre lo que más convenía hacer. Y algunos ballesteros temían que cuando los mambetu fueran sabedores de lo allí acaecido vinieran sobre nosotros con gran poder de gente y nos pusieran en estrechez o nos mataran, mas, con todo, yo disimulaba los mismos temores por la vergüenza de salir del país de los negros dejando una mujer nuestra presa y cautiva de paganos. Así que me puse de pie y con razones muy firmes y resueltas dije que no pasaríamos adelante hasta ver libre a Inesilla aunque tuviera que enforcarlos a todos, y ya con esto los otros se callaron cuando me vieron hablar con palabras de enojo y a voces. Y al día siguiente, antes que el alba fuera venida, soltamos de sus cuerdas al viejo y le dimos de comer y comimos todos y salimos por él guiados hacia el pueblo de Boro-Boro.

Y de allí a cinco días, en jornadas cortas, porque no quería yo que la gente llegase cansada si había que pelear, avistamos un llano que se hacía al lado de un río de mucho caudal.