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Y luego se partieron y siguieron su vuelo al Mediodía. Y esto lo tuvimos por de buen agüero y que en tres días habríamos de ver al unicornio. Y de allí a tres días, cerca de la hora de más calor, estábamos en el llano grande y había enfrente de nosotros ciertos árboles copudos que muy buena sombra daban. Y debajo de los árboles pasaba un arroyo como se veía por las espesas cañas que allí nacían. Y por aquel sitio vimos tres manchas grandes que parecían peñas y otras dos más pequeñas. Las cuales peñas en moviéndose vimos que no eran sino animales y los guías tongaya que con nosotros iban muy excitadamente los señalaron y dijeron la palabra de su lengua que quiere decir unicornio y luego ya no quisieron pasar de allí adelante. Y estaba el aire calmo por la mucha calor y había mucha luz en el cielo y olía a yerba y a resina. Y yo sentí mis miembros tan ligeramente como si la juventud volviera a ellos después de tan perdida en las fatigas y devastaciones vividas. Y hube de refrenar las lágrimas por no parecer menos a la niña Adina que conmigo iba. Mas luego miré por los otros hombres que cerca de mí estaban y vi que lloraban algunos de llegar al unicornio después de tantos años que salimos de Castilla. Y los negros se retrasaban como si temieran un gran suceso.

Y volví a mirar a los unicornios, mas no se movían y estaban quedos como elefantes y no se distinguía el cuerno de la frente en tan gran distancia.

Mas luego dispuse cómo habíamos de pasar adelante y que cada hombre fuese a veinte pasos del compañero y detrás de cada ballestero iría un negro con las ballestas de repuesto y los dardos para cebarlas. Y que en llegando a distancia de dos tiros de ballesta de los unicornios, los hombres pararían y dejarían que yo me acercase solo con la doncella. Y que en haciendo yo señal, luego vendrían a tiro y cuando ya la niña hubiese amansado al unicornio y se viera que el animal no había de moverse, se acercarían dos de ellos con el hacha a cortar el cuerno. Mas si el unicornio quería moverse, luego todos le tirarían con las ballestas y le apuntarían detrás de las orejas y en la barriga que son los sitios en donde, por lo que en los elefantes teníamos visto, menos recio tienen su cuero las bestias.

Y esto dispuesto, pasamos adelante y los otros negros quedaron atrás mirándonos muy espantados. Y ya iba advertida la niña Adina de que a ella no le haría mal el unicornio, mas con todo ello iba temerosa y se agarraba muy fuertemente a mi mano y temblaba presa de gran pavor. Y yo luego la consolaba diciéndole al oído muy quedas palabras que si no entendía, por el tono la podrían sosegar. Y así pasamos adelante, por entre las hierbas más altas, hasta un árbol grande que en medio estaba y por allí se dispersaron los ballesteros como yo tenía dicho. Y la niña y yo pasamos solos adelante. Y ya en esta distancia se podía distinguir bien el único cuerno del unicornio que no era como yo me lo había esperado ni como fray Jordi, que atrás quedaba, me lo había descrito, esto es, muy largo y blanco y retorcido y afilado, sino más bien corto y recio, de la forma del miembro del hombre, un poco curvo hacia arriba. Y no lo llevaba el unicornio en la frente sino en medio del hocico, como dijeran los tongaya.

Y en sintiéndonos llegar, quizá porque nos oliera en el aire, el unicornio más grande, que más cerca de nosotros estaba, dejó de pacer la hierba y levantó un poco la enorme cabeza y movió las orejas, que las tenía cortas como de caballo, para donde nosotros veníamos y no se movió más. Y nosotros pasamos adelante y la niña sudaba y temblaba de mis manos fuertemente cogida y yo la llevaba delante de mí para que el unicornio la ventease primero y se amansara a su olor. Y mientras fui admirando el gran cuerpo que la bestia tenía, que era como de buey muy grande, y las patas cortas y muy recias y la cabeza enorme y pesada como de jabalí y por la parte del hocico tan grande como por la parte de los ojos. Y sobre el hocico aquel cuerno poderoso y otro cuernecillo más chico por encima de él.

Y con esto nos llegamos a menos de un tiro de ballesta del unicornio y la niña no quería seguir y se agarraba a mis piernas estorbándome el andar y se volvía por no ver al unicornio y me abrazaba llorando con muy tiernas razones que yo no entendía. Y yo, con la boca seca, intentaba decirle en su lengua que el monstruo no le haría daño porque era doncella. Y en esto estaba cuando oí tronar en el aire y tembló la tierra. Y alcé los ojos y vi que el unicornio venía a nosotros trotando como caballo, mas muy pesadamente. Y la cabeza traía por bajo, como los puercos del monte cuando quieren clavar sus cuchillas por se defender. Mas yo me estuve a pie firme y no me quise mover sabedor de que, en llegando a nosotros, el unicornio no podría ofendernos porque a la vista de la doncella luego se amansaría y detendría sin daño. Mas no fue así, que el animal nos embistió con su cuerno y su hocico espantables y nos tiró por el aire muy maltrechos y siguió adelante queriendo tomar carrera otra vez, como los toros hacen. Y yo caí a tierra privado de mi seso y esto fue cuanto supe, que después me dormí como si muriera y, antes de no saber quién era y de que las tinieblas me ganaran, confusamente percibí toques de trompeta y la grita de "¡Enrique, Enrique, por Castilla!" que daban los ballesteros viniendo.

Cuando desperté estaba tendido sobre la yerba y me dolía mucho un brazo y me sentía molido de todo el cuerpo. Y abriendo los ojos vi a fray Jordi que solícito se asomaba a mirarme y las caras de Andrés de Premió y de los otros hombres y la del Negro Manuel que compungidamente lloraba. Y luego me dijeron cómo la niña Adina era muerta, que el unicornio nunca miró a su virginidad y franqueza, a lo que fray Jordi dijo que siempre había tenido la sospecha de que la doncella había de ser blanca de carnes y rubia de cabello, como la madre de Cristo, y de otro modo no había virtud, mas luego que se viera que doña Josefina no era virgen se había conformado a pensar que cualquier doncella valdría, pues el maestro Plinio nada escribía del asunto en su tratado del unicornio y que con suerte en el país de los negros encontraríamos la que nos conviniera, lo que no había podido ocurrir por nuestra desgracia y castigo y punición de nuestros pecados. Mas, con todo, el unicornio quedaba muerto y cazado que, en pasando de nosotros y derribándonos, luego los ballesteros lo habían llenado de virotes como puerco espín y en unos pasos murió. Y era maravilla ver cómo los pasadores del lomo, donde más recio tenía el cuero, apenas le habían entrado medio palmo, como si hubiesen dado contra madera dura de olivo. Mas otros pasadores le entraron por abajo que le hallaron el corazón y la vida.

Y luego vinieron a mostrarme el cuerno de la fiera y era más gordo que el de un toro y más corto y de menos punta y todo él macizo por de dentro como si fuera diente. Y estaba hecho de un hueso como el marfil sino que más nervudo y basto. Y así como me lo presentaban yo quise llegarme a tomarlo según estaba caído en el suelo y vi que solamente una mano subía y que la siniestra se me quedaba pegada al cuerpo como antes la tuviera. A lo que fray Jordi me dijo que el unicornio me hiriera malamente aquel brazo y lo tenía partido en el hueso y me lo había atado en una madera por sanarlo.