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Y después desto me entraron mareos y desfallecí nuevamente y durante muchos días fray Jordi me mantuvo con gachuelas de harina y sangre y me dio mucha nuez de coca que me hacía soñar muy extraños sueños, por aliviarme de los dolores, y otros cocimientos y yerbas que me bajaran las calenturas.

Y todos pensaron que me iba a morir mas no moría y el brazo tampoco sanaba sino que iba tornándose negro y la carne hedía de muerta y se iba pudriendo. Y esto visto fray Jordi pensó que era mejor cortarlo y para esto me dieron más nuez de coca que otras veces y me dejaron dormido sin seso y luego me cortaron el brazo por donde estaba roto y quemaron la herida con un cuchillo calentado en el fuego.

Mas de todo esto no sé sino lo que me contaron, pues en perdiendo el brazo me subieron recias calenturas y fiebres y por muchos días no volví en mi seso y ya empezaban a aparejar lo que harían yo muerto. Mas, en pasando adelante, quiso Dios Nuestro Señor que fuera recordando y se me fuera cerrando la herida y me fueran bajando las calenturas y la vida volviera a mí y aunque quedé manco y sin carne y sin fuerzas no morí y seguí viviendo para poder contarlo y no sé si hubiera sido más dichoso muriendo luego.

Dieciséis

En Esto Pasaron Quince Días y venida la fiesta de San Andrés ya estaba yo repuesto de mis flaquezas y los hombres impacientes murmuradores y de mal talante porque no había qué comer y la carne que se ballesteaba era poca, que en aquel yerbazal sólo se veían unicornios y elefantes y algunos leones y no eran estas fieras buenas para ir en pos de ellas queriendo flecharlas. Y ciervos y cabras había pocos y muy recelosos que, en venteando hombre, luego huían más que del león. Y cuando yo pude tener seso y volví a mi juicio, hicimos junta y consejo y determinamos que, cobrado ya el unicornio, el servicio del Rey nuestro señor requería que prontamente tornásemos a Castilla. Mas dábamos por seguro que desandar aquel camino traído, que tanto nos había costado andar, no era cosa ligeramente hacedera y que si más de la mitad de los hombres habían perecido en sus muchos desastres y desventuras, era de creer que la otra mitad, más quebrantada y menos abastada, pereciera luego en el retorno, con lo que el señor Rey quedaría deservido y nada se habría logrado. Por el contrario, si la Tierra era redonda como fray Jordi y otros sabíamos, siguiendo adelante hacia el Mediodía no podía quedar mucho camino, tanto dejábamos detrás ya, sin que saliéramos a reinos cristianos, quizá el reino del Preste Juan, que dicen que es de negros o mulatos, los cuales están en la Fe de Cristo, y de allí muy bien nos podrían socorrer los reyes y duques y, en entendiéndonos más fácilmente con gentes de nuestra religión, nos pondrían luego en el camino de Castilla con guías ciertos y hasta podríamos ir posando en los conventos y monasterios y gozando de estrenas y mercedes y limosnas de las buenas gentes que supieran los fechos que atrás dejábamos cumplidos. Y este acuerdo nos pareció bueno, con lo que se lo participamos a la ballestería y a unos les pareció bien y a otros no, mas con todo pasamos adelante. Y al principio algunos hombres venían muy reciamente murmurando que no entendían aquello de que la Tierra fuese redonda y que el camino de Castilla había de ser más corto desandado lo andado, pero luego, entendiendo que eran gente ignorante y teniendo muy probado que fray Jordi era muy perito en las cosas de la tierra así en yerbas como en lapidarios y astros y alquimia y encantos, luego se fueron convenciendo y venían más conformes. Y así pasamos adelante y vadeamos dos ríos chicos que se nos atravesaron y la llanura no se acababa pero, a los siete días de camino, empezó a mejorar la caza y vimos delante algunas montañas altas como sierra que nos alegraron. Y es que, cuando se camina por aquellos yerbazales llanos, cada día se ve lo mismo desde que se muestra el alba hasta que viene la oscuridad de la noche y el ánimo decae mucho porque parece que no se avanza y que uno se cansa sin moverse del sitio. Mas cuando hay montaña a la vista, cada día se ven crecer y algo va cambiando el campo y con esto se esfuerzan los hombres en seguir adelante sin mirar las fatigas del camino. Y antes de llegar a las montañas, que parecían altas a maravilla, encontramos otros negros que en un pueblo chico muy miserablemente vivían, sin cerca ni guardas, de todo asalto descuidados. Y era ese pueblo de no más de treinta casas que eran chozas y tenían las paredes de palos finos y el techo de cañas, como colmenas. Y en llegando nosotros corrieron a esconderse con gran miedo pero luego mandé yo dos negros de los nuestros delante ofreciendo la paz con las manos abiertas y llevando un obsequio de carne asada para regalo y los negros se estuvieron hablando con la gente del pueblo y luego tornaron con un plato de madera con harina de mijo que les habían dado. Y sentada la paz de este modo ya nos adelantamos más francamente, con las guardas puestas y las ballestas armadas, por prevenir celadas, y el mandamás del pueblo salió a recibirnos y venía liándose en un paño muy colorido. Y los otros que con él estaban venían casi en cueros. Y el paño me asombró mucho, que era del tejido que gastan los moros y no de cuero ni trenzados bastos como son los que comúnmente los negros llevan y, en acercándose más, vimos que era tejido moro, con unos pájaros como águilas bordados en toda la orla adelante y muchos otros colores de los que se hacen con alheña y azafrán y tinturas.

Y todos hubimos gran alegría de ver esta seña de que otra vez llegábamos a tierra de moros con lo que de aquí en adelante habríamos de salir de la cruda tierra de los negros y nos acercaríamos a la de los cristianos. Y luego hicimos muchas reverencias con los del pueblo y pasamos adelante con ellos en medio de grandes algazaras y voceríos de niños a una choza grande.

Y allí venían negras y mancebos y viejos a vernos las barbas y a pasarnos la mano por los brazos, según tantas veces lo teníamos visto ya, por la novedad de nuestras carnes tan blancas. Y el mandamás negro no hablaba parla que entendiéramos pero nosotros mucho le preguntamos de dónde venía aquel paño que llevaba vestido y él reía y señalaba a la parte de Oriente y decía muchas palabras que no sabíamos qué dirían, mas se nos fue quedando de entre ellas una que repetía más que las otras y que parecía el nombre del sitio de donde venía el paño y éste era Cimagüe. Y luego dio órdenes a los que con él estaban y prestamente partieron y tornaron con ciertos collares de cuentas y con unos cuchillos de hierro con adornos de pasta en los mangos que de mano en mano catamos y todos tuvimos por labores ciertas de moros. Y con esto quedamos muy contentos y confirmados en que ya estábamos en el camino cierto de nuestro retorno a Castilla. Y la oscuridad de la noche venida dormimos allí con aquellos negros y a la mañana siguiente partimos. Antes de salir venían ellos de sus casas con muy graves semblantes y tomaban de las manos a los negros que con nosotros iban y parecía que los querían estorbar que fueran con nosotros. En lo que vimos que temerían que si seguían a tierra de moros luego los harían cautivos por esclavos como los moros hacen. Mas con esto los negros no entendieron y todos seguimos adelante.

Y los diez días siguientes caminamos por un valle ancho que se abre entre las montañas, siguiendo un río mediano donde bajaban muchos venados y cabras y perros a beber agua y no nos faltaba caza de ellos. Y de vez en cuando nuestros pisteros topaban con sendas que parecían pisadas de gente y con sitios donde había habido acampadas por las piedras quemadas que las candelas dejaban y todas estas señales ciertas nos esforzaban a seguir más diligentemente el camino.

En esto llegó la fiesta del Espíritu Santo y acordamos descansar unos días en un pradillo muy alegre que encontramos y dar algo de asueto a dos ballesteros y algunos negros que venían muy aquejados de calenturas. Y los negros luego cortaron cañas e hicieron chamizos y camas con aquella industria que ellos tienen. Con lo que después de tantas desventuras pude bien dormir en gentil cama y bien emparamentada que ellos me aderezaron.