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Y la carne no nos faltaba y ya estábamos conformados sino yo que a la manquedad todavía no me acostumbraba y aún me perdía en mis soledades y pasaba gran pieza mirando la costra negra donde las carnes se me iban cerrando y tapándome el hueso sobre la herida. Y yo lo contemplaba de mis ojos como si aquello no fuera cosa mía y conmiserándome de mí tornaba a imaginar las escenas que tenía ensayadas de presentarme ante el Rey mi señor y ante el Condestable y ante doña Josefina llevando mi nueva manquedad más como un trofeo de mi honor y servicio al Rey y fidelidad y esfuerzo que como mengua de mi persona. Mas estos pensamientos no espantaban mi pesadumbre y tristeza, antes bien los acrecentaban.

Y después que estuvimos acampados tres días, al cuarto, de mañana, salí con siete ballesteros y Andrés de Premió a ballestear carne en un abrevadero media legua de allí, donde un negro había visto que acudían a beber muchas cabras y venados. Y cuando al acecho estábamos vimos que mucho humo blanco se levantaba de la parte del campamento y luego tornamos apriesa y en llegando cerca salieron a nosotros gritando cuatro negros de los nuestros, muy demudados y nos dijeron cómo muchos enemigos armados habían entrado al campamento y lo habían desbaratado y le habían puesto fuego y habían matado a algunos de los nuestros. Y ellos habían visto todo porque estaban lejos por leña y luego habían huido a darnos aviso.

Y con esto pasamos adelante, abiertos por el campo como en guerra y armadas las ballestas. Y de esta guisa muy despacio nos fuimos acercando a donde nuestros techos ardían y lo encontramos todo muy disipado y destruido de la gran muerte y cautiverio y robo y en medio de todo tres negros muertos y dos ballesteros y fray Jordi. Mas en llegándose el Negro Manuel a fray Jordi dio grita de que era vivo. Y todos nos fuimos a él y tenía una muy grande herida que le abría el vientre y estaba su color blanco como cercano a la muerte. Y había dado y daba mucha sangre a golpes según respiraba en lo que conocimos que luego moriría. Y de esto y de nuestra desgracia todos comenzamos a llorar muy fuertemente. Mas fray Jordi, en sintiéndonos, abrió los ojos y nos conoció y muy débilmente de su mano me hizo seña que me acercara a él, y yo acudí a tenerle la cabeza y entonces me dijo con voz queda y desfallecida que el cuerno del unicornio quedaba enterrado dentro del chamizo grande ardido, donde luego lo buscamos y lo hallamos, y que me quería pedir una señalada merced antes de morir. Y fuertemente llorando prometí que haría lo que él quisiera y me pidió que en llegando a Castilla amparara al Negro Manuel y lo dejara libre y le diera oficio de que vivir honradamente. Lo que yo otorgué y juré que haría por Dios y por Nuestra Señora.

Y sobre esto me pidió que luego que él muriera lo habíamos de cocer para que la carne se despegara de los huesos y llevaríamos los huesos a enterrar en la tierra cristiana donde hubiera frailes de su orden. Lo cual luego juré yo por la eterna salvación de mi alma, que si Dios me daba vida así se haría. Y con esto confortado nos pidió que rezáramos y así lo hicimos y él tomó las manos del Negro Manuel que más fuertemente que los demás lloraba, y, teniéndolas estrechamente apretadas entre las suyas, cerró los ojos y luego las aflojó, en lo que conocimos que había muerto. Y en acordándome de su muerte aún hoy me consuela pensar que aquel hombre santo halló amistad y finó confortado en los brazos de su amigo. Porque, según el dicho de Sysero romano, agua, fuego, ni dinero no es al hombre tan necesario como amigo fiel, leal y verdadero.

Y después desto mandé poner velas y guardas el arroyo abajo por si venían más negros enemigos contra nosotros y a los demás los dejé que cavaran un hoyo grande para los muertos. Y mientras esto hacían, otros juntaron mucha leña y quemamos el cuerpo de fray Jordi por mengua de avíos donde cocerlo. Y luego que estuvo muy quemado, tomamos los huesos largos y los de la cabeza y los pusimos en un saco.

Y habiendo enterrado sus otros restos con los muertos, luego pusimos en somo de la fosa una cruz de palo y pasamos adelante por no demorar allí más y andábamos muy alertados viendo que estábamos en tierras de grandes enemigos y daños. E íbamos cavilando lo que cumplía hacer y luego fuimos de un acuerdo de que la tierra de los moros debía estar muy cerca, viendo que había cazadores de esclavos, que no otros habían de ser los que pusieron fuego a nuestro campamento y mataron a los blancos y se llevaron a los negros, y en esto acordamos despedir luego a los retintos que con nosotros aún venían por excusarlos de desgracias y cautiverios siendo gentes que nos habían muy bien servido y que habían dejado sus casas y gente por venir con nosotros sin paga ni estipendio cierto. Y así di orden de descansar y les dije a los negros lo que tenía determinado y cómo habiendo cazadores de esclavos por allí y siendo nosotros pocos para los defender luego podrían cautivarlos a todos y venderlos a los moros. Y los negros parecían no entender hasta que el Negro Manuel se los explicó más menudamente. Y con esto me vinieron muy tristemente a besar la mano y dieron vuelta y marcharon por el camino que habíamos traído. Y el Negro Manuel se fue con ellos, el último de todos.

Mas, cuando hubo andado gran pieza, luego mudó de pensamiento y se tornó para con nosotros y dijo que nos dejaría y que había de ir conmigo a donde yo fuera llevando los huesos de fray Jordi y que desde aquel momento se daba a mí como esclavo por no ser esclavo de ningún otro. Y viendo su mucha fidelidad y la firmeza de su amistad y cómo honraba la memoria de fray Jordi, luego lo abracé y le dije que podía venir con nosotros no como criado ni esclavo sino como igual.

Y ya prestamente se vino la oscuridad de la noche y la pasamos sin cobijo, en un hoyo hondo que una palmera había dejado en la tierra al descuajarla el viento. Y dormí a ratos solamente y así hicieron todos porque cada cual se preguntaba en el silencio de su corazón qué nuevos quebrantos traería aparejados el nuevo día y los días venideros.

Mostrándose el alba, salimos del hoyo y comimos de lo poco que teníamos de la víspera y luego partimos, por seguir nuestro camino, arroyo abajo como si lo conociéramos, sabiendo tan sólo que los arroyos van a los ríos y los ríos a la mar. Y así anduvimos tres días sin topar ni ver a nadie, cazando un poco y andando leguas. Y al cuarto día de mañana vimos venir detrás de nosotros a uno de nuestros negros que se habían despedido. Y en llegando a donde estábamos se abrazó llorando a mis piernas y yo le dije que se levantara y hablara. Y él, entre gemidos, contó cómo los habían tomado los negros del Rey Monomotapa y los habían hecho esclavos, pero él había conseguido escapar. Y que había sabido, por parlas con los negros guardianes, que aquel Monomotapa era el gran señor de las minas y cada año necesitaba muchos esclavos para trabajar en los pozos. Y que este Rey sacaba oro y cobre y marfil que vendía a los moros y a gentes extrañas de muy lejos llegadas en casas de madera que flotaban sobre las aguas. Y había sabido que para llegar a donde la tierra acaba y hay sólo agua había que caminar más de cien jornadas. Y toda aquella tierra era del Rey Monomotapa.

Y luego que esto dijo comió algo y no quiso quedar más con nosotros pues temía que sus guardas vinieran en su seguimiento y así prosiguió adelante en su camino en busca de los otros negros que a sus tierras regresaban.

Con esto quedamos muy espantados de ver que si topábamos con tanta copia de gente armada como él decía que se juntaba, no escaparíamos fácilmente de la muerte. Y determinamos no seguir por el valle sino antes bien meternos por caminos más ásperos y difíciles por los montes fragosos donde no fuéramos vistos y donde más a salvo pudiéramos llegar al mar. Y desde que nos metimos por los cerros pasaron otros quince días antes de topar con persona y cada día caminábamos hacia donde sale el sol y nos deteníamos poco y a la noche dormíamos donde nos tomaba, mal aposentados pero contentos de estar vivos cuando tantos que quedaban atrás habían muerto.