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Y después desto tornamos al alcázar con la misma ceremonia y tambores con que habíamos salido dél. Y luego seguían llamándonos cada día a la sala del Rey y al cruzar el patio veíamos que los guardas de las leonas de marfil tenían las ballestas y estaban muy ufanos de la virtud de aquellas armas.

Mas noté que las llevaban siempre armadas con lo que de allí a pocos días se les aflojarían los hierros y quedarían inservibles, mas me cuidé mucho de no decir palabra sobre esto y pasaba delante de ellos haciéndole un guiño al Negro Manuel y él, que era de ingenio muy agudo y sutil, bien me entendía y se reía por lo bajo.

Y un día estábamos atados a la argolla de la sala del Monomotapa y no vino él sino algunas de las negras que eran sus mujeres y que habían de morir con él llegado su tiempo. Y eran casi niñas y estuvieron gran pieza mirándome como a animal y tocándome por todo el cuerpo y también por mis partes y vergüenzas. Y se reían con risitas muy finas, mas no hablaban palabra. Y una de ellas me dio a comer una tortita de miel que traía en la mano. Y con la otra mano me recogía las migajas debajo de la barba y me las metía en la boca, como niña que da de comer a un perro chico.

Y todos estos días había pasado el Negro Manuel echando muchas horas en rascar con un canto el engarce de la cadena que lo sujetaba al muro en aquella casilla que era nuestra mazmorra y posada. Y un día me avisó de que ya la cadena se vendría abajo con dos o tres tirones fuertes. Y yo dispuse que era mejor correr la suerte que nos esperara cuanto antes y no dilatar más la huida. Así que aquella noche habíamos de escapar aprovechando que no había luna y si nos descubrían no podrían concertarse para buscarnos hasta la mañana. Y la oscuridad de la noche venida ya todo el mundo se había aquietado y hecho el silencio. Y el Negro Manuel tiró de la cadena fuertemente y la arrancó y salió de la casa, que puerta no tenía, y con la misma cadena luego ahogó al guardia que allí cerca estaba. Y le tomó un cuchillo y un venablo gordo con los que tornó y me soltó la argolla del pescuezo y se soltó la suya. Y en esto pasó tanto tiempo que pensamos que mientras tanto podrían encontrar al guarda muerto y dar aviso que escapábamos. Mas no sucedió así porque todos los otros guardas estaban fuera del castillo velando las puertas. Y saliendo de la mazmorra fuimos derechamente a la sala del Monomotapa donde estaba el saco de los huesos y el unicornio. Y como el Rey los tuviera por cosa de virtud los había puesto en una alacena. Y en llegándonos allá encontramos a dos guardas dormidos en el suelo delante de la cortina. Y el Negro Manuel los degolló luego sin ruido. Y sin querer ver lo que detrás de la cortina había, luego tomamos el saco con los huesos y salimos al patio de armas. Y en llegando a donde la puerta grande del alcázar estaba vimos que de la parte de fuera había dos fogatas y en torno a ellas estaban hasta veinte guardas.

Y entre ellos aquellos que tenían las ballestas. Y viendo que por allí no podríamos salir, luego nos tornamos y fuimos dando vuelta por donde las casas estaban arrimadas al muro y por allí pudimos trepar hasta el tejado de una que era más baja y de ella a otra como por escalera, hasta que subimos a lo alto de la muralla. Y desde allí, dando vuelta por donde más oscuro estaba, por no ser vistos ni notados, el Negro Manuel me descolgó con una cuerda que me puso por debajo de los sobacos. Y cuando hube dado con mis pies en el suelo luego descolgó el saco, que yo recibí abajo, y finalmente se bajó él. Y en llegando a tierra luego partimos con mucho sigilo por las chozas que allí están hacia la parte donde sabíamos que nace el sol y muy ligeramente salimos del pueblo. Y anduvimos por un camino toda la noche queriendo que nunca el alba llegara.

Y cuando el día quería clarear nos apartamos del camino y nos metimos en una espesura de árboles por donde continuamos a buen paso sin curar de descansar ni de buscar qué comer. Y así nos vino el otro día la noche mas tampoco dormimos sino que saliendo a un camino que iba en la fila de las montañas por donde el sol salía, luego lo seguimos muy ligeramente andando y cuando ya empezaba a amanecer nos apartamos a los árboles para dormir y alcanzar algo de que comer. Y yo estaba desfallecido y aquejado de mis viejas calenturas que casi no me podía valer, mas el Negro Manuel salió luego en busca de bastimentos y tornó con ciertos brotes verdes y raíces y una culebra chica que comimos cruda por prevención de encender fuego que delatara por dónde andábamos si habían salido a buscarnos. Y con esto nos dormimos hasta que fue otra vez de noche, sin curar de los tábanos y mosquitos y otras sabandijas de los charcos que nos andaban por el rostro y las manos mientras queríamos dormir.

Y de allí en muchos días anduvimos de noche por los caminos que iban a la parte del sol y de día nos metíamos por alguna arboleda y dormíamos y comíamos de lo que íbamos cazando. Y cuando topábamos con pueblos o con sitios donde gente hubiera, luego nos apartábamos y vivíamos como lobos en febrero, con las bocas abiertas, y una o dos veces bajamos a los campos y robamos qué comer mas yo no quería tomar esto por costumbre porque no fuese notado nuestro paso. Y el Monomotapa había gran enojo de que habiéndole catado el rostro luego escapásemos dél. Y envió muchos guardas armados a buscarnos y a veces los divisábamos desde los árboles y una vez los vimos pararse a comer y cuando se fueron acudimos a donde habían estado por si podíamos aprovechar alguna sobra, porque padecíamos muchas estrecheces y mengua de alimento.

Dieciocho

Y pasando adelante entramos por unas montañas muy arboladas que allí están y en estas montañas sólo hay un camino por el que dos veces vimos pasar filas de esclavos llevando oro y trayendo bultos y ánforas a la cabeza.

Y luego pasaban otras gentes que iban y venían libremente. Mas nosotros no osábamos salir a este camino por miedo a que luego me conocieran, pues pensábamos que el Monomotapa habría dado pregón sobre mi color y manquedad. Y así íbamos haciendo muy penosas y cortas jornadas por entre las asperezas de los cerros y las florestas y las brañas y las espinas, siempre escondidos como malhechores. Y esto hicimos durante dos meses hasta que pudimos salir de los montes. Y en estos dos meses encendimos fuego pocas veces por miedo a ser vistos y por mengua de asperones y cosa seca en que prenderlo. Y a veces habíamos de beber agua en pozas inmundas que en el barro hacíamos, donde crían los mosquitos y ciertas chinches muy fieras. Y las sanguijuelas nos aquejaban por las gargantas. Mas con todo esto seguimos adelante ya conformados y sin desesperación de la mala vida. Y luego fuimos aquejados de grandes calenturas y hubimos de posar un día en una cueva por donde acaban las montañas porque yo perdía el seso y andaba dormido día y noche y no podía comer ni caminar cuidando que allí moría. Y en todo esto el Negro Manuel muy solícitamente me atendía y velaba porque bebiera agua por mejorar mis humores y curarme. Y estando en estas fiebres cada día me acudía el pensamiento de Gela y me la figuraba en aquel regato del río donde tan felices solíamos ser. Y yo me veía joven y alegre mirándome en el espejo del agua mientras ella me peinaba como solía. Y yo tenía pelo y barba de tostada color entera y todos mis dientes y estaba ágil y duro como caballo hobero. Y me veía retozando en la yerba y juntando mis piernas a las de Gela y rodando trabados, ella mojada y brillante como el ébano nuevo, encima de mí o debajo, y aquel gran ardimiento con que me acogía dentro de ella cuando hacíamos lo que humana natura demanda y aquellos fuegos amorosos en que mutuamente nos quemábamos y aquella flojedad y dulzura en que luego, cansados y sudorosos, nos acurrucábamos el uno contra el otro, como cachorrillos en canasto, mientras en el cielo grande el sol se iba pasando como hoguera, con su rodar pausado y poderoso, dando ascuas detrás de las montañas y nos iba avisando que ya la noche era llegada y empezaban a apuntarse estrellas por encima del monte y zumbaban los primeros mosquitos echándonos de allí. Y todo esto se me representaba en mi quebranto tan a lo vivo como si otra vez me acaeciera. Y yo olvidaba la calentura por el frescor del agua y me lamía los secos labios, hinchados y reventados de la fiebre, creyendo que iba a encontrar en ellos la mojadura salada de la piel de Gela. Y cuando, después de esto, recordaba y volvía a mi seso, luego pensaba que aquel soñar de Gela me iba dando ánimos para seguir viviendo y no morirme allí mismo como toda mi gente había muerto. Mas luego pensaba que el venírseme Gela tan a las mientes era la afección de hombre con mujer que los poetas llaman amor y me dividía el corazón cavilar que no fuera amor sino vana ilusión de comalido que delira o que si fuera amor y cuán desagradecido y riguroso había sido al dejarla con aquella destemplanza con que la abandoné. Mas estando en mi entero juicio daba en pensar en mi señora doña Josefina por apartar pensamiento de Gela y me avergonzaba de pensar cómo iba a presentarme delante de ella desdentado y calvo y manco. Mas luego me quería consolar pensando que todo ello lo había sufrido en servicio del Rey, luchando como bueno, y que bastante servicio era para alcanzar prenda de mi dama.