Con esto pasamos adelante y después de una semana salimos a mar abierto y allá nos llegó la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo que celebraron los hombres con gran alegría y algazara y música y coplas y bailes, en lo que ya conocí que faltaba poco para llegar a Portugal, como así fue, pues a veintiuno de enero, con grandes fríos y la mar muy subida y borrascosa, dimos vista a sus costas por el lugar que llaman el cabo de San Vicente y hubo gran alborozo entre los marineros y ballesteros y todos cantaron el "Te Deum Laudamus". Y luego Sebastián de Silva me vino a abrazar y llorando fuertemente me señalaba que aquéllas eran las piedras y los árboles de Portugal y hacía casi cuatro años que no había visto a su gente y familia. Y en los días siguientes ya no perdimos de vista las costas que eran a menudo muchas playas peladas y luego manchas de verdor y tan sólo una vez tocamos tierra que fue para descargar ciertas cosas en un castillo que en la costa estaba y que desde allí le mandaran al Rey recado y carta de Bartolomé Díaz avisándole de nuestra llegada. Y luego, en pasando adelante, llegamos a un puerto grande y bueno y muy resguardado que llaman Setúbal. Y allí entramos a fondear y muchas barcas enramadas salieron a nosotros con músicas y banderas y guirnaldas de verde como en romería, a dar bien venida, que no parecía sino que el mundo estaba pendiente de la vuelta del almirante, tal es la afición que estos portugueses tienen de las cosas de la mar. Y los marineros y ballesteros fueron muy celebrados y la gente acudía con vino y viandas que liberalmente repartían con los que en las naos venían y de las que a mí me cupo parte generosa como a uno más. Y de allí a dos días me mandó llamar Bartolomeo Díaz y me puso una mano en el hombro y muy encarecidamente me dijo: "Amigo mío, Juan de Olid, ésta es la hora en que has de partir para donde está el Rey, que Dios guarde, y no hay cosa alguna que yo por ti pueda hacer salvo que lo dejo informado por carta de cuanto en tu favor se podría decir. Ahora quedas en las manos de Dios y en las del Rey nuestro señor". Y de estas palabras tuve yo gran pavor, que pensé que el almirante sospechaba que el Rey me mandaría matar por quitar el peligro de que pudiese dar aviso en Castilla de cuanto en el país de los negros dejaba visto. Mas luego no ocurrió así y pienso que siendo estos portugueses gente de mucho corazón, quizá el pesar de no poder favorecerme más hizo que el almirante dijera aquellas palabras tristes que yo tomé por agüero cierto de muerte. Luego un criado suyo me vino a traer un pellote y manto que el almirante me mandaba y unas calzas de hilo y unos zapatos, con lo que quedé muy vestido y calzado y muy agradecido. Y vinieron dos guardas que hasta entonces no los viera y eran de los de la ciudad y me llevaron de la nao y como quisieran saber lo que llevaba en el saco donde los huesos y el unicornio iban, luego el capitán de los ballesteros dijo lo que era y que el almirante dejaba mandado que nadie fuera osado de tomar de mí aquellos huesos.
Y pasando adelante me dieron prisión aquella noche en un castillo fuerte que allí cerca está sobre unas peñas altas y cuya cuesta es de muy fatigosa y empinada subida. Y a otro día de mañana me dieron pan moreno y tasajo de tocino y luego me pusieron en un caballo rucio siciliano de calmoso andar con lo que, escoltado por los guardas que me tomaran la víspera, partimos por el camino de Lisboa y luego salimos al campo y me fueron hablando y me trataron con franqueza y confianza no como a cautivo y me preguntaban quién era y cuál había sido mi vida con los negros pues mucho los espantaba que yo fuera a ver al Rey.
Y fui sabiendo que Lisboa, donde la corte de los lusos para, estaba a sólo una jornada de camino, de lo que no sabía si alegrarme. Y por el camino real que llevábamos varias veces nos cruzamos con gentes que con curiosidad me miraban como si fuese condenado que llevan al verdugo, mas aunque yo lo tenía a mal agüero, esto fue por la escolta de guardias en cuya compañía iba.
Después que vino la oscuridad de la noche llegamos a un castillo que está enfrente del mar. Y al otro lado se veían, muy lejos, mecidas luces de barcos y otras que se estaban quietas, por lo que advertí que allá enfrente habría una ciudad grande o campamento.
Y me encerraron en una mazmorra y me trajeron tasajo de tocino y pan moreno y media jarra de vino y una manta, con lo que quedé muy confortado como en posada bien aderezada y me dormí pronto aunque luego me desveló el dolor de los huesos que traía desconcertados de la falta de costumbre de cabalgar. Y a otro día de mañana me vinieron a despertar los mismos guardas de la víspera y me sacaron a la plaza del castillo y las luces que viera la noche antes eran de la ciudad y puerto de Lisboa y aquel mar de muy apacibles aguas que della nos separaba es el que los lusos llaman río de la Paja. Y luego me llevaron a una galeota mediana que estaba esperando con los pintados remos en alto y en ella me cruzaron a otro embarcadero que enfrente había. Y volaban gaviotas por el aire azul y yo las veía pasar tan libres y gritadoras desde mis grillos y prisiones y a ratos daba en pensar que si en aquellos recios recaudos me tenían era porque ya no volvería a ser libre si es que salía de aquélla con vida. Y luego desembarcamos en Lisboa y me llevaron a un castillo que se asoma al río y allí vino a verme el alcaide y quiso saber lo que traía en el saco y cuando vio que eran huesos de hombre me lo devolvió con cara de asco. Y luego los guardas le dijeron que el almirante dejaba mandado que no se me quitara aquello.
A la tarde vino el barbero y me entró en una terracilla donde daba el sol y se estaba bien y allí se estuvo rapándome las barbas y el pelo de la cabeza, que tenía muy trabado y luengo. Y me vi en un espejillo que traía y me vi tan viejo y desdentado y arrugado y envejecido que casi me consoló pensar que podía perder la vida ya que todas aquellas cosas de honro y cabalgadas junto a mi señor el Condestable que yo soñara en la nao no le estaban bien ni cuadraban a aquel viejo achacoso que yo era. Y así me fui tragando los pesares y me fui conformando con mi destino.