Выбрать главу

Y así fui caminando sobre el polvo de los caminos y soportando los soles y los perros que me ladraban, como si ya nada fuera conmigo y mi cuerpo fuera otro ajeno y el verdadero hubiera muerto mucho tiempo atrás en aquellos tremedales de la tierra de los negros.

Y pasaba por muchos pueblos donde me daban limosnas y por todos ellos iba contando mi historia al que quería oírla, sobre la cual se apiadaban luego de mí y me dejaban dormir en los pajares y me sacaban escudillas de sopa y gachas y las otras pocas labores que mi despoblada boca consiente.

Y todos se asombraban cuando les decía qué años tenía de que tan prestamente pueda gastarse un hombre. Y de esta manera llegué una mañana a Guadalupe y entré llorando muy copiosamente de recordar la otra vez que allí llegara buscando al Rey y sin hallarlo, hecho yo gentil y apuesto caballero que no tenía nada que envidiar a nadie ni en fuerzas ni en virtud, ni en vida caudalosa que ir gastando como si fuera venero de no secarse nunca.

Y estaba la iglesia oscura y luego fui a donde el altar mayor y allí me arrodillé muy devotamente delante de la lamparilla y estuve gran pieza rezando por el ánima del Rey nuestro señor y por la del Condestable y por fray Jordi de Monserrate y por Andrés de Premió y por todos los otros y por mi señora doña Josefina que tan tiernamente se partió de mí la última vez que nos viéramos sin saber que era para siempre en esta vida mortal. Y cuando hube derramado muchas lágrimas y ya me retiraba, luego vino a mí un fraile de los que allí están y me preguntó qué cuita traía y yo se la dije y le mostré el unicornio que el Rey nuestro señor quería y que lo traía para exvoto del monasterio. Y él lo tomó silenciosamente y estuvo larga pieza con él en las manos sin decir palabra y luego me llevó a donde estaba la sepultura del Rey, que era una piedra lisa, algo más grande que las otras, en una esquina de la nave, sin labor ni leyenda alguna. Y aunque a veces me habían pasado ideas de socorrer mi mucha pobreza vendiendo el unicornio a algún boticario que me lo pagaría bien, antes quise dejarlo en donde el Rey descansaba que no lucrarme de él porque, ¿qué boticario iba a pagarme el alto precio que aquel pedazo de hueso ennegrecido y lleno de rajas había costado a cuantos en su busca partimos veinte años atrás?

Y con esto salí de la iglesia y estaba tan cansado y desfallecido que me senté fuera, en un poyo alto que había, arrimado a donde daba el sol suave de la tarde. Y viniéronme todos estos recuerdos y arrecié en el llorar y así estuve de luengo hasta que se hizo de noche y se cerraron las puertas de la iglesia y empezaron a tiritar las estrellas en somo del cielo y ladraron perros a lo lejos y yo me partí de allí, solo y sin camino.

Epílogo

"Acta de la Exhumación del cadáver de Enrique IV"

Real Monasterio de Guadalupe (Cáceres)

En el Real Monasterio de la villa de Guadalupe, en la noche del diecinueve de octubre de mil novecientos cuarenta y seis, y previa autorización del Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo y del M. R. O. Provincial de la Seráfica Provincia de Andalucía, los Académicos de la Historia, excelentísimos señores D.

Manuel Gómez Moreno y Don Gregorio Marañón Posadillo y el Correspondiente en Cáceres Don Miguel Ortí Belmonte, y en presencia del M. R. P. Provincial, Fr. Francisco S. Zuloaga, PP. Julio Elorza, Claudio López, Arcángel Borrado y Enrique Escribano, se presentaron todos en la iglesia de Nuestra Señora para abrir los sepulcros donde se encuentran los restos de la Reina doña María de Aragón y de Enrique IV de Castilla.

Quitada la tabla medio-relieve que se encuentra debajo del cuadro de la Anunciación, en el lado del Evangelio del altar mayor, quedó al descubierto una galería con bóveda de medio cañón y arco apuntado, donde había dos cajas de madera, lisas, del siglo XVII. En una de ellas, se encontraron restos momificados, pero muy destruidos, de la Reina Doña María, envueltos en un sudario de lino, cuya momia no ofrecía material de estudio.

En la otra caja, los restos de Enrique IV, envueltos en un damasco brocado del siglo XV, sudario de lino, restos de ropa de terciopelo, calzas o borceguíes. Se procedió a la medición antropológica de la momia y examen de las telas, retirando un trozo pequeño de damasco para su estudio, el cual pasará al Museo de telas y bordados del Real Monasterio.

En un ángulo del dicho cajón se encontró un objeto fusiforme gris que, remitido para su examen e identificación al Instituto de Biología Animal del C.S.I.C., resultó ser un fragmento de cuerno de rinoceronte africano.

Terminados de tomar los datos necesarios para la redacción del informe a la Real Academia de la Historia, se procedió otra vez al cierre de la galería, colocando la tabla de medio relieve del retablo y firmando este Acta los PP. Franciscanos y los Miembros de la Comisión y testigos, cuyas firmas aparecen a continuación.

De todo lo cual yo, como Secretario, certifico en Guadalupe, fecha ut supra.

(hay catorce firmas.)

Juan Eslava Galán

Juan Eslava Galán, nacido en Arjona (Jaén) en 1948, se licenció en Filología Inglesa por la Universidad de Granada y estudió luego en Gran Bretaña. En 1983 se doctoró en Filosofía y Letras con una tesis sobre historia medieval. Poeta juvenil, formaba parte de la tertulia jienense de El Lagarto Bachiller.

Colaborador habitual con artículos sobre historia y arqueología medieval en prensa y en revistas especializadas, es asimismo autor de la novela "El lagarto de la Magdalena", inspirada en una leyenda popular. Actualmente es catedrático de inglés en un centro de enseñanza sevillano.

***