—Tampoco se parece a la ficción que nos dan aquí. Eso está bien para los niños. A mí me encantaba El Pequeño Compresor que Podía… Hacíamos que la niñera nos lo leyera una y otra vez. Y la serie Bobby BX-99 también era linda… Bobby BX-99 Resuelve el Misterio del Exceso de Humedad… Bobby BX-99 y el Virus de los Planetas… Fue entonces cuando solicité especializarme en Hidroponía. Pero los terrestres son mucho más interesantes. Es tan… tan… cuando leo esto. —Se aferró a los cuadrados de plástico—. Es como si esto fuera real y yo no —suspiró profundamente Silver.
Aunque tal vez el señor Van Atta se parecía un poco al señor Randan… elevada jerarquía, autoritario, genio vivo… Silver se preguntaba por qué el mal carácter en el señor Randan siempre le parecía tan emocionante y atractivo, tan fascinante. Se le revolvía el estómago cada vez que el señor Van Atta se enfadaba. Tal vez las mujeres terrestres eran más valerosas.
Ti se encogió de hombros, divertido y a la vez sorprendido.
—Supongo que te sienta bien. No veo que haya ningún daño. Pero esta vez te he traído algo mejor… —Volvió a hurgar en su maleta de viaje y sacó una prenda de tela color marfil, con ribetes de satén—. Creo que podrías usar perfectamente una blusa de mujer. Tiene un motivo de flores y como estás en Hidroponía, pensé que te gustaría.
—¡Oh! Las heroínas de Valeria Virga se sentirían muy cómodas con esta blusas. —Silver extendió la mano como para cogerla, pero se retuvo—. Pero… pero no puedo aceptarla.
—¿Por qué no? Aceptas los libros. No es tan cara.
Silver, que comenzaba a tener una idea de cómo funcionaba la cuestión del dinero gracias a sus lecturas, sacudió la cabeza.
—No es por eso. Es que, bueno… ya sabes, no creo que la doctora Yei esté de acuerdo con nuestros encuentros. Ni tampoco otras personas. —En realidad, Silver estaba segura de que la palabra «desaprobación» definiría las consecuencias si se descubrían sus transacciones secretas con Ti.
—¡Mojigatos! —protestó Ti—. No vas a empezar a dejar que te digan lo que tienes que hacer, ¿no es cierto? —Su enojo también traslucía cierta ansiedad.
—Tampoco voy a comenzar a decirles lo que ya estoy haciendo —señaló Silver—. ¿Y tú?
—Claro que no. —Ti sacudió las manos en una negación absoluta.
—Así que estamos de acuerdo. Desgraciadamente —señaló la blusa con pesar—, esto es algo que no puedo esconder. No podría usarla sin que alguien me preguntara de dónde la había sacado.
—Sí —dijo el piloto, en un tono que podía esconder la aceptación de un hecho irrevocable—. Sí, supongo que tendría que haberlo pensado antes eso. ¿Crees que la puedes esconder durante un tiempo? He tenido mis permisos en Rodeo porque los tipos con antigüedad han cogido los viajes a Orient IV. Pronto recibiré las calificaciones del comandante de mi lanzadera y volveré a la categoría de piloto de Salto en sólo unos pocos ciclos, —Tampoco la puedo compartir —dijo Silver—. Lo bueno que tienen los libros y los vídeos, además de ser pequeños y fáciles de esconder, es que pueden pasarse por todo el grupo sin que se gasten. Nadie queda relegado. Así tengo facilidades cuando quiero tener un poco de tiempo para mí. —Con un movimiento de la mano indicó la intimidad que estaban disfrutando en ese momento.
—Bueno —dijo Ti. Hizo una pausa—. No sabía que los prestabas.
—¿No compartir? —le dijo Silver—. Eso estaría muy mal.
Lo miró y le devolvió la blusa, rápidamente, antes de sentirse tentada. Estuvo a punto de seguir explicando, pero luego lo pensó mejor.
Era mejor que Ti no supiera sobre la conmoción que hubo cuando uno de los libros, que un lector había olvidado accidentalmente, había caído en manos de uno de los terrestres que integraban el equipo del Hábitat y se lo había entregado a la doctora Yei. Alertados, habían logrado esconder el resto del material de contrabando, pero la intensidad de la búsqueda había hecho que Silver fuera más prudente y que tomara conciencia de lo serio que era su delito ante los ojos de las autoridades. Hubo dos inspecciones sorpresa más desde entonces, pero no se descubrieron más libros.
El mismo señor Van Atta la había llamado —a ella— y le había instado a hacer un trabajo de espionaje entre sus compañeros. Había comenzado a confesar, pero se detuvo justo a tiempo. La furia de Van Atta le causó mucho miedo. «Voy a crucificar a ese maldito cuando le ponga las manos encima», había dicho Van Atta. Tal vez el señor Van Atta y la doctora Yei y todo su personal juntos no le causarían tanto miedo a Ti, pero no podía arriesgarse a perder su única fuente de placeres terrestres. Ti, por lo menos, estaba dispuesto a compensar lo que era, en efecto, el trabajo de Silver, el único bien invisible que no constaba en ningún inventario. Quién sabe si otro piloto querría cualquier tipo de cosas mucho más difíciles de sacar del Hábitat.
Un momento largamente esperado en el área de carga llamó la atención de Silver. Y tú pensabas que corrías riesgos por unos cuantos libros, pensó Silver. Esperad a que esa mierda se aleje…
—No obstante, gracias —dijo Silver, con prisas, y le dio a Ti un beso de agradecimiento. Él cerró los ojos, un reflejo maravilloso, y Silver aprovechó para mirar por la ventana de la cabina de control. Tony, Claire y Andy acababan de desaparecer por la escotilla de la lanzadera en el tubo flexible.
Por fin, pensó Silver. He hecho todo lo que podía, el resto depende de vosotros. Buena suerte. Ojalá yo también pudiera irme.
—¡Uf! Mira qué hora es. —Ti rompió el abrazo—. Tengo que terminar esta lista antes de que vuelva el capitán Durrance. Creo que tienes razón sobre lo de la blusa —dijo, mientras la volvía a guardar en su maleta de viaje—.¿Qué quieres que te traiga la próxima vez?
—Siggy, de Mantenimiento de Sistemas Aéreos, me preguntó si había más películas de la serie Ninja de las Estrellas Gemelas —dijo Silver—. Va por la número siete, pero le faltan los números cuatro y cinco.
—Bueno —dijo Ti—, eso sí que es entretenimiento decente. ¿Tú las has visto?
—Sí —Silver frunció la nariz—, pero no creo que… Ahí la gente se hace cosas tan horribles entre sí… Es ficción, ¿verdad? —Sí, claro. —Es un alivio.
—Sí, pero, ¿qué es lo que quieres para ti? —insistió—. No me voy a arriesgar a una reprimenda por satisfacer a Siggy. Siggy no tiene —suspiró Ti al recordar— esas adorables caderas que tienes tú. —Más de éstos, por favor, señor. —Si esta basura te gusta —tomó sus manos, una por una, y las besó—, es la basura que tendrás. Ahí viene mi capitán. —Se ajustó el uniforme de piloto de lanzadera, encendió la luz y recogió su panel de informes mientras se abría una puerta hermética, en el extremo opuesto de la bahía de carga—. Odia que lo asignen con pilotos jóvenes. Renacuajos, nos llama. Creo que está incómodo porque en mi nave de Salto, tendría más rango que él. De todas maneras, es mejor no darle la oportunidad a este tipo de que descubra nada…
Silver hizo desaparecer los libros en su bolsa de trabajo y adoptó la pose de un observador ocioso cuando el capitán Durrance, el comandante de la lanzadera, entró a la cabina de control.
—Date prisa. Ti, hemos recibido un cambio de itinerario —dijo el capitán Durrance.
—Sí, señor. ¿Qué sucede?
—Nos quieren en el planeta.
—¡Mierda! ¡Qué lastima! Tenía una cita… —miró a Silver—, tenía una cita con un amigo esta noche en la Estación de Transferencia.
—Muy bien —dijo el capitán Durrance, irónicamente—. Haz una queja ante Relaciones Laborales. Diles que tu programa de trabajo está interfiriendo con tu vida amorosa. Tal vez puedan hacer algo para que no tengas programa de trabajo.