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Tony se aferró a la muñeca inferior izquierda de Claire. Ella lo miró y quedó paralizada cuando se abrió la puerta externa del compartimento de carga en el otro extremo.

Entraron un par de terrestres, con uniformes de mantenimiento de la compañía. La puerta de acceso en el centro del fuselaje de la lanzadera se dilató y Ti, el copiloto, asomó la cabeza.

—Hola, muchachos. ¿Qué es todo este ruido?

—Se supone que tenemos que descargar este pájaro y volverlo a cargar en una hora. Eso es todo —contestó el hombre de mantenimiento—. Tú sí que tienes tiempo de mear y de comer.

—¿Cuál es la carga? No había visto tantos bultos desde la última emergencia médica.

—Equipos y suministros para algún tipo de espectáculo que supuestamente van a organizar allá arriba, en el Hábitat, para la vicepresidente de Operaciones.

—Pero eso será la próxima semana.

El hombre de mantenimiento se rió disimuladamente.

—Es lo que todos creen. La vicepresidenta voló ton una semana de anticipación en su transportador privado, con un pequeño ejército de contables. Parece que le gustan las inspecciones sorpresa. Los directivos, obviamente, están sumamente contentos.

—No te rías demasiado pronto —le previno Ti—. Los directivos siempre tienen maneras de disfrutar su alegría con el resto de nosotros.

—Ya lo sé —dijo el hombre de mantenimiento—. Vamos, vamos, estás obstaculizando la puerta…

Los tres hombres siguieron conversando.

—Ahora —susurró Tony, con un gesto que señalaba la puerta abierta del compartimento de carga.

Claire rodó hacia un costado y puso a Andy cuidadosamente sobre la cubierta. El bebé comenzaba a fruncir la cara, como si estuviera a punto de llorar. Claire inmediatamente se deslizó sobre las palmas de las manos y probó su equilibrio. Su brazo inferior derecho parecía ser el que más dominaba. Tomó a Andy con otra mano y se lo acercó al torso.

Sin poder despegarse del suelo del compartimento de carga, debido a la aterradora gravedad, comenzó a deslizarse con tres manos hacia la puerta. Andy le pesaba mucho debajo del brazo, como si un resorte lo atrajera al suelo. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, en un ángulo que le daba miedo. Claire levantó apenas la palma de la mano para sujetarla, pero esto le producía un dolor extraño en el brazo.

A su lado, Tony también logró sostenerse con tres manos. Con la cuarta mano tiraba del bolso de pertenencias. El bolso estaba pegado a la superficie como por succión. Ni se movía.

—Mierda —dijo Tony, entre dientes. Se acercó al bulto, lo tomó y lo levantó, pero era demasiado grande como para llevarlo debajo de su abdomen—. ¡Mierda!

—¿Todavía podemos arrepentimos? —preguntó Claire, con voz débil. Conocía la respuesta.

—¡No!

Tony se puso el bulto sobre los dos hombros con las manos superiores y se balanceó hacia adelante con violencia. Lo sostuvo con la mano superior izquierda y se inclinó hacia la derecha. Las palmas inferiores se arrastraban con dificultad.

—¡Lo tengo! ¡Vamos, vamos!

La lanzadera estaba estacionada en un hangar muy amplio, una gran extensión oscura con un techo de vigas. Las vigas detrás de las luces podrían haber sido un excelente escondite, si fuera posible subir hasta allí. Pero todo lo que no estaba debidamente sujeto estaba destinado a ir a parar al único lado posible de la habitación, el suelo, y a quedarse allí hasta que alguien lo sacara. Era algo fascinante…

—¡Mira! —exclamó Claire. Desde la escotilla hasta el suelo del hangar había una especie de rampa ondulada. Parecía destinada a atenuar la peligrosa caída debida a la gravedad omnipotente. La caída sería en etapas pequeñas. Escaleras. Claire se detuvo, con la cabeza gacha. La sangre parecía venirle de golpe a la cara. Tragó en seco.

—No te detengas —murmuró Tony. Ahora fue él el que tragó en seco detrás de Claire.

En un momento de inspiración, Claire se dio vuelta y comenzó a bajar. Su palma inferior libre golpeaba los escalones de metal con cada salto. Seguía siendo incómodo, pero por lo menos era posible. Tony la imitó.

—¿Y ahora, a dónde? —preguntó Claire cuando llegaron al suelo.

Tony señaló con el mentón. —De momento escóndete en esos bultos de equipos, por allí. No podemos arriesgarnos a alejarnos demasiado de las lanzaderas.

Se deslizaron con dificultad por la superficie del hangar. Claire, inmediatamente, se manchó las manos con tierra y aceite. Algo que le producía un irritación psicológica tan aguda como no poder rascarse. Se sentía capaz de llegar a arriesgar la vida para poder lavárselas. Mientras ella y Tony se desplazaban, Claire recordó las gotas de humedad condensada que salían por la capilaridad en las superficies del Hábitat, hasta que las desintegraba con su toalla.

Cuando llegaron al área donde había algunas piezas de equipos pesados, un cargador entró en el hangar y se bajaron una docena de hombres y mujeres de uniforme. Todos comenzaron a desplazarse alrededor de la lanzadera, en una confusión ordenada. Claire se sentía tranquilizada por el ruido que estaban haciendo. Andy todavía seguía lloriqueando. Con cierto temor, observó el equipo de mantenimiento a través de los brazos metálicos de la maquinaria. ¿Cuándo era demasiado tarde para rendirse?

Leo, medio desnudo en el vestuario, miró a Pramod, con cierta ansiedad, cuando entró a la habitación y se detuvo a su lado.

—¿Has encontrado a Tony? —preguntó—. Como capataz del grupo, se supone que tendría que estar al mando de esta misión. Se supone que yo sólo tendría que observar.

Pramod sacudió la cabeza.

—No está en ninguno de los sitios habituales, señor.

Leo protestó entre dientes, sin llegar a un insulto, —Ya tendría que haber respondido a los avisos a esta altura…

Se dirigió hacia la salida.

Fuera, en el vacío, un remolcador pequeño depositaba la última de las secciones de la cubierta de la nueva cápsula de hidroponía en su constelación adecuada. Los cuadrúmanos tendrían que construirla ante los ojos de la vicepresidenta. Leo esperaba que las complicaciones y las demoras que pudieran surgir en otros departamentos cubrieran las del suyo. Había llegado el momento en que el equipo de soldadores haría su debut.

—Muy bien, Pramod, vístete. Tomarás el puesto de Tony, y Bobbi, del Grupo B, tomará el tuyo. —Leo se apresuró, antes de que el asombro en los ojos de Pramod se convirtiera en miedo frente a la acción—. No habrá nada que no hayas practicado docenas de veces. Y si tienes la menor duda sobre la calidad o la seguridad de cualquier procedimiento yo estaré allí. La realidad es que vosotros vais a estar viviendo en la estructura que construyan hoy mucho después de que la vicepresidenta Apmad y su comitiva se hayan ido. Te garantizo que respetará mucho más un trabajo que se haya realizado bien, aunque despacio, que una imitación de mala calidad.

Por el amor de Dios, haz que parezca fácil, le había dicho Van Atta a Leo, poco tiempo antes. Ajústate a los planes, no importa lo que pase. Arreglaremos los problemas más tarde, cuando ella se haya ido. Se supone que estos chimpancés que estamos haciendo justifican el gasto.

—No tienes que intentar parecer otra cosa que lo que eres —continuó Leo—. Eres eficiente y bueno. Prepararos ha sido uno de los placeres más grandes e inesperados de mi carrera. Ve saliendo. Yo te alcanzaré enseguida.

Pramod se alejó en busca de Bobbi. Leo frunció el ceño y flotó por el vestuario hasta la terminal en el otro extremo.

Introdujo su identificación. La siguiente instrucción fue «Búsqueda: doctora Sondra Yei». En ese preciso momento, un mensaje en uno de los ángulos de la pantalla comenzó a titilar con su propio nombre y número: «Cancele esa instrucción».