—¿Cuándo fue la última vez que los viste?
—Bueno… creo que durante el último turno. —Silver inclinó la cabeza.
—¿Dónde?
—Por ahí… —sonrió. El señor Van Atta habría comenzado a agitar las manos con disgusto a esta altura y habría abandonado cualquier intento de obtener algo coherente de una cabeza tan vacía como la suya.
Leo frunció el ceño, pensativo.
—La verdad, una de las cosas adorables que tenéis es la precisión literal con la que contestáis a cualquier pregunta.
El comentario de Leo quedó pendiente en el aire. La imagen de Tony, Claire y Andy, corriendo por el compartimento de carga de la lanzadera, vino a la mente a Silver, con una claridad alucinante. Buscó en su memoria la imagen de su encuentro anterior, donde se habían establecido los planes finales, para poder ofrecer a Leo algo cercano a la verdad.
—Comimos juntos después del último turno de ayer en la Estación de Nutrición Siete.
Leo frunció los labios.
—Comprendo —dijo. Inclinó la cabeza y estudió el rostro de Silver, como si fuera una especie de acertijo, como si tuviera que encontrar la manera de unir dos superficies metalúrgicamente incompatibles.
—¿Sabes que oí hablar de la nueva asignación de reproducción de Claire? Me había preguntado qué era lo que preocupaba a Tony en las últimas semanas. Estaba bastante deprimido. Bastante… deshecho.
—Habían hecho planes. —Silver comenzó a hablar, se detuvo y se encogió de hombros—. No sé. A mí me encantaría recibir cualquier asignación de reproducción. A nadie le viene bien nada.
El rostro de Leo se volvió adusto.
—Silver… ¿Hasta qué punto estaban deprimidos? Los jóvenes, a menudo, confunden un problema temporal con el fin del mundo. No tienen noción de la concepción global del tiempo. Les hace sentirse excitables. ¿Piensas que estarían lo suficientemente enojados como para hacer algo… desesperado?
—¿Desesperado? —Claire sonrió. Ella también se sentía desesperada.
—¿Como por ejemplo un pacto suicida o algo así?
—¡Oh, no! —dijo Silver—. Nunca harían algo así.
¿Había visto cierto alivio en los ojos castaños de Leo? No, la preocupación se reflejaba en su rostro.
—Tengo miedo de que sea eso justamente lo que hayan hecho. Tony no se ha presentado a su turno de trabajo y eso no es algo común. Andy también ha desaparecido. Nadie los puede encontrar. Si se sentían tan desesperados, atrapados, ¿qué podría ser más fácil que lanzarse al vacío? Una ráfaga de frío, un dolor momentáneo y luego… huir para siempre. —Estrechó su único par de manos, con verdadera aflicción—. Y todo es culpa mía. Tendría que haber sido más perceptivo, haberle dicho algo…
Se detuvo y miró a Silver, esperanzado.
—¡Oh, no! No es eso. —Silver, horrorizada, se apresuró a disuadirlo—. ¿Cómo puede pensar algo así? Mire… —echó una mirada alrededor y luego bajó la voz—, no debería decirle esto, pero no puedo permitir que vaya por ahí pensando esas cosas horribles. —Silver contaba con toda la atención de Leo, serio y consternado. ¿Cuánto estaba dispuesta a contarle? Bastaría con tranquilizarlo un poco…
—¡Silver! —La voz de la doctora Yei retumbó en la habitación cuando se abrió la puerta.
Un segundo después, la voz grave de Van Atta.
—Silver, ¿qué sabes tú de todo esto?
—Oh, mierda —murmuró Leo entre dientes. Sus manos se cerraron en un puño de frustración.
Silver retrocedió, indignada, cuando comprendió.
—¡Usted…! —Sin embargo, casi se echó a reír. ¿Leo tan sutil y tramposo? Lo había subestimado. ¿Entonces los dos llevaban máscaras ante el mundo? Si era así, ¿qué territorios desconocidos se ocultaban detrás de su rostro cándido?
—Por favor, Silver, antes de que lleguen aquí… No podré ayudarte si…
Era demasiado tarde. Van Atta y Yei ya estaban en la habitación.
—Silver, ¿sabes adonde han ido Claire y Tony? —preguntó la doctora Yei, sin aliento. Leo se apartó en silencio, como si estuviera interesado en la fina estructura de los brotes de judías blancas.
—Por supuesto que lo sabe —replicó Van Atta, antes de que Silver pudiera responder—. Esas jovencitas son amigas íntimas. Te digo que…
—Ya sé —murmuró Yei.
Van Atta se acercó a Silver, furioso.
—Escúpelo, Silver, si sabes lo que te conviene.
Silver cerró los labios y levantó el mentón.
La doctora Yei hizo un gesto de disgusto a espaldas de su superior.
—Muy bien, Silver —comenzó, con calma—, no es momento de andar con juegos. Si, como sospechamos, Tony y Claire intentaron abandonar el Hábitat, podrían estar en serios problemas a esta altura, incluso sufrir peligro físico. Me alegra ver que quieres ser leal a tus amigos, pero te suplico que sea una lealtad responsable. Los amigos no permiten que sus amigos sufran.
Los ojos de Silver traslucían la duda. Abrió la boca y tomó aire como para hablar.
—¡Maldición! —gritó Van Atta—. No puedo perder mi tiempo hablando dulcemente con esta putita. Esa perra de la vicepresidenta, con esos ojos de víbora, está esperando allí arriba en este momento para que continúe el espectáculo. Ya ha empezado a hacer preguntas y si no recibe pronto las respuestas, ella misma vendrá a ver qué sucede. Ésa sí que juega duro. De todas las ocasiones en que podía tener un ataque de idiotez así, ésta era la peor. Tiene que ser algo deliberado. Nada de todo esto puede ser accidental.
Su rostro enfurecido estaba produciendo el efecto usual en Silver. Le temblaba el vientre y las lágrimas no derramadas nublaban su visión. Una vez había sentido que le daría todo, haría cualquier cosa, si tan sólo él se pudiera calmar, sonreír y bromear nuevamente.
Pero esta vez no. Ese amor inicial que había sentido por él la había empezado a abandonar, poco a poco, y ahora le sorprendía darse cuenta de lo poco que quedaba. Una concha vacía podía ser rígida y fuerte…
—No pueden obligarme a decir nada —murmuró.
—Como yo pensaba —gritó Van Atta—. ¿Dónde está su socialización total ahora, doctora Yei?
—Si usted se abstuviera de enseñar a mis sujetos un comportamiento antisocial —dijo la doctora Yei entre dientes—, no tendría que enfrentarse a sus consecuencias.
—No sé a qué se está refiriendo. Yo soy un ejecutivo. Mi trabajo consiste en ser exigente. Por eso Galac-Tech me puso a cargo de esta estación. El control del comportamiento es responsabilidad de su departamento, Yei, o por lo menos eso es lo que usted argumentaba. Así que cumpla con su trabajo.
—Formación del comportamiento —lo corrigió la doctora Yei.
—¿Para qué diablos sirve todo eso si se desintegra en el preciso instante en que se complican las cosas? Yo quiero algo que funcione todo el tiempo. Si usted fuera ingeniero, nunca lograría cumplir las especificaciones de confiabilidad. ¿No es cierto, Leo?
Leo soltó un tallo de la planta de judías y sonrió. Le brillaban los ojos. Debía haber estado masticando su respuesta. Pero prefirió no contestar.
A Silver se le ocurrió un plan sencillo. Tan sencillo que seguramente podría llevarlo a cabo. Lo único que tenía que hacer era no hacer nada. No hacer nada. No decir nada. A la larga, la crisis pasaría. No podían lastimarla físicamente, después de todo. Era una propiedad valiosa de Galac-Tech. El resto era puro ruido. Se refugió en la seguridad que brinda el no saber nada. Su silencio era absoluto.
El silencio se volvió tan espeso como el aceite frío.
Silver sentía que el silencio casi le hacía atragantarse.
—De manera que —Van Atta se dirigía a ella—, así es como quieres jugar. Muy bien. Es tu elección. —Se dirigió a la doctora Yei—. ¿Tiene algo en la enfermería que sea parecido al pentotal fuerte, doctora?