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Leo aseguró la última de sus pertenencias.

—¿Dónde… irán cuando se retiren? —preguntó.

Van Atta se encogió de hombros.

—Supongo que la compañía pensará en algo cuando llegue el momento. Afortunadamente, no es mi problema. Yo ya me habré retirado para ese entonces.

—¿Qué pasa si deciden dimitir, irse a otra parte? Supongamos que alguien les ofrece un sueldo mejor. Galac-Tech no podrá hacer frente a todo el I + D.

—Creo que todavía no ha comprendido la belleza de esta organización. No dimiten. No son empleados. Son equipos de capital. No se les paga en dinero, aunque me gustaría que mi salario fuera igual a lo que Galac-Tech invierte en ellos por año para mantenerlos. Pero eso mejorará cuando el último grupo crezca y se vuelva más autosuficiente. Dejaron de producir nuevos cuadrúmanos hace aproximadamente cinco años, antes de que ese trabajo pasaran a realizarlo ellos mismos.

Van Atta se lamió los labios y enarcó las cejas, como si estuviera disfrutando una broma salaz. Leo no lamentaba no encontrarle la gracia.

Leo dio media vuelta y cruzó los brazos.

—El Sindicato del Espacio creerá que esto es trabajo de esclavo —dijo finalmente.

—El Sindicato le va a dar nombres peores que ése. Su productividad va a parecer enferma —argumentó Van Atta—. No son más que palabras. Estos pequeños chimpancés están tratados con la mayor seguridad. Galac-Tech no podría tratarlos mejor si estuvieran hechos de platino sólido. Usted y yo haremos un buen equipo, Leo.

—Ah —contestó Leo, y no dijo nada más.

2

La burbuja de observación a un lado del Hábitat Cay tenía un televisor, para alegría de Leo. Y además, no estaba ocupada en ese momento. Su cuarto no tenía un puesto de observación. Decidió introducirse en la burbuja. Su cronograma le permitía ese día libre, para recuperarse de la fatiga del viaje antes de que comenzara su curso. Una buena noche en caída libre ya había mejorado su mente con respecto al día anterior, después del «recorrido de desorientación» —era el único nombre que se le ocurría— que le había proporcionado Van Atta.

La curva del horizonte de Rodeo dividía en dos la visión desde la burbuja. Más allá estaba la vasta masa de estrellas. Justo en ese momento, una de las pequeñas lunas de Rodeo cruzaba el panorama frente a sus ojos. Un brillo sobre el horizonte le llamó la atención.

Ajustó el televisor para tener un primer plano. Una nave de Galac-Tech traía una carga gigante. Probablemente, productos químicos refinados o plásticos destinados a la Tierra, donde el petróleo se había agotado. Una serie de cargas similares flotaba en órbita. Leo las contó. Una, dos, tres… seis y una más hacían siete. Dos o tres pequeños remolcadores tripulados comenzaban ya a agrupar los cargamentos, que tendrían que ser almacenados y adosados a una de las grandes unidades propulsoras orbitales.

Una vez agrupados y sujetos a la unidad propulsora, los cargamentos se dirigirían hacia el distante punto de salida que daba acceso al espacio local de Rodeo. Una vez comunicadas la velocidad y la dirección, la, unidad propulsora se desprendería y volvería a la órbita de Rodeo para la próxima carga. El bulto de carga no tripulado seguiría hacia su objetivo, el primero en una larga serie que se extendía desde Rodeo hasta la anomalía en el espacio que era el punto de acople.

Una vez allí, las cargas serían capturadas y desaceleradas por una unidad propulsora similar y las pondrían en posición para el Salto. Entonces, empezarían a funcionar las grandes naves de Salto, unos transportadores de carga tan especialmente diseñados para esta tarea como las unidades de propulsión. Estos transportadores de carga monstruosos no eran más que un par de generadores de campo Necklin en sus cubiertas protectoras, preparados para su ubicación alrededor de una constelación de bultos de carga: un par de brazos propulsores comunes y una pequeña cámara de control para el piloto y sus auriculares neurológicos. Sin los bultos de carga adosados, las grandes naves de Salto le recordaban a Leo algún insecto extraño, de patas largas.

Cada piloto de Salto, conectado neurológicamente a su nave para navegar las realidades ondulatorias de los agujeros de gusano del espacio, hacía dos entregas diarias. Entraban a Rodeo sin carga y volvían a salir con cargamento, seguido de un día libre. A los dos meses de actividad tenían una licencia obligatoria de un mes sin sueldo en condiciones de gravedad. En realidad, los Saltos agotaban más a los pilotos que la condición de ingravidez. Los pilotos de las rápidas naves de pasajeros, como la que había usado Leo el día anterior, decían que los pilotos de las grandes naves de Salto de carga eran simples acopladores de carga y pilotos de calesitas. Los pilotos de carga, a su vez, decían que los pilotos de pasajeros eran esnobs.

Leo sonrió y observó el tren de riqueza que se deslizaba por el espacio. No había ninguna duda al respecto. El Hábitat Cay, por más fascinante que fuera, no era más que la punta del iceberg de toda la operación de Galac-Tech en Rodeo. Tan sólo el cargamento que se hacía en ese momento podía mantener a toda una ciudad llena de viudas y huérfanos en buenas condiciones durante un año y, aparentemente, no era más que uno de los eslabones de una cadena interminable. La producción básica era como una pirámide invertida. Los del apéndice inferior sostienen una montaña cada vez más grande. Era algo que, en general, le producía a Leo más orgullo secreto que irritación.

—¿Señor Graf? —Una voz aguda interrumpió sus pensamientos—. Soy la doctora Sondra Yei, directora del departamento de psicología y capacitación del Hábitat Cay.

La mujer, que hablaba desde la puerta, llevaba un uniforme verde pálido de la compañía. Era feúcha, pero agradable. Rondaba la mediana edad. Tenía brillantes ojos mongólicos, nariz ancha, y tanto los labios como el color de piel eran café con leche, característico de su mezclada herencia racial. Entró en la habitación, con los movimientos relajados y concisos de una persona acostumbrada a la caída libre.

—Ah, sí. Me dijeron que quería hablarme. —Espero gentilmente a que ella se sujetara bien antes de estrecharle la mano.

Leo hizo un gesto en dirección al televisor.

—He tenido una interesante visión de las cargas orbitales que se realizan allí fuera. Me da la impresión que ése podría ser otro trabajo para sus cuadrúmanos.

—Seguro. Lo han estado haciendo desde hace casi un año. —Yei sonrió con satisfacción—. ¿De manera que no le parece tan difícil la adaptación a los cuadrúmanos? Eso es lo que sugería su perfil psíquico. Bien.

—Oh, los cuadrúmanos no son un problema. —Leo se abstuvo de explicar su turbación. De todas maneras, no creía que pudiera expresarlo con palabras—. Sólo me sorprendieron, al principio.

—Es comprensible. ¿Cree que tendrá problemas para enseñarles?

Leo sonrió.

—No pueden ser peores que el grupo de estibadores que preparé en el programa Júpiter Orbital —No me refería a que ellos le plantearan problemas. —Yei sonrió nuevamente—. Usted verá que son estudiantes muy inteligentes y aplicados. Rápidos. Literalmente, son buenos chicos. Y es de eso de lo que quiero hablar.