Van Atta echaba chispas. Estaba completamente bloqueado. Bloqueado por las malditas mujeres. De pronto comprendió que lo que Yei quería era que Chalopin ejerciera presión y así ella finalmente asestaba un tanto a su favor.
—Entonces, esto es todo —dijo entre dientes, finalmente—. Pasaremos esta cuestión a las Oficinas Centrales. Y entonces veremos quién está a cargo aquí.
La doctora Yei cerró un instante los ojos, como si se sintiera aliviada. Con sólo una orden de Chalopin, un técnico de comunicaciones comenzó a preparar un sistema para la emisión de un mensaje de emergencia al Distrito, para que fuera transmitido a la velocidad de la luz a la estación del agujero de gusano, fuera grabado y retransmitido por Salto en el próximo transporte disponible y reemitido por radio a su destino.
—Mientras tanto —dijo Van Atta a Chalopin—, ¿qué vamos a hacer con su… —pronunció la palabra con sarcasmo— secuestro?
—Procederemos con cautela —contestó Chalopin—. Creemos que hay un rehén allí, después de todo.
—Tampoco estamos seguros de si todo el personal de Galac-Tech abandonó el Hábitat —agregó la doctora Yei.
Van Atta gruñó, por no poder contradecirla. Pero si todavía hubiera terrestres a bordo, los altos directivos seguramente tomarían conciencia de la necesidad £ de una respuesta rápida y vigorosa. Debía llamar a la próxima Estación de Transferencia. Si todos estos malditos idiotas le obligaban a quedarse sentado con las manos cruzadas durante los próximos días, por lo menos podría preparar sus planes de acción para cuando le desataran las manos.
Y estaba seguro de que le desatarían las manos, tarde o temprano. Había alcanzado a percibir el horror que Apmad le tenía a los cuadrúmanos. Cuando las noticias de estos acontecimientos le llegaran por fin a su escritorio, le harían saltar tres metros en el aire, con rehenes o sin rehenes. Van Atta cerró los ojos.
—¡Hey! —de repente tuvo una idea—. No estamos tan indefensos como creen. Este juego se puede jugar de a dos. Yo también tengo un rehén.
—¿Ah, sí? —dijo la doctora Yei, sorprendida. Se llevó una mano a la garganta.
—Sí. ¿Cómo no me he acordado antes? Ese maldito cuadrúmano de Tony está aquí abajo.
Era el alumno favorito de Graf y el pene preferido de la vagina de Claire. Y seguro que ella era una de las organizadoras. Van Atta giró sobre sus talones.
—¡Vamos, Yei! Esos malditos sí que van a responder ahora a nuestras llamadas.
Los pilotos de Salto podían jurar que sus naves eran hermosas, pero, en realidad, cuando Leo vio aparecer la D-620, pensó que una nave de Salto no era más que un calamar mutante mecánico. La parte delantera contenía una sala de control y la cabina de la tripulación. Estaba protegida de los peligros materiales que pudieran aparecer durante la aceleración por una pantalla laminada plana y de los peligros de la radiación por un cono magnético invisible. Hacia atrás se extendían cuatro brazos extremadamente largos, unidos entre sí. Dos de ellos sostenían los propulsores espaciales normales, los otros dos sostenían el corazón del objetivo de la nave: las varillas del generador de campo Necklin que trasladaba la nave por el espacio del agujero del gusano durante el Salto. Entre los cuatro brazos había un enorme espacio vacío, normalmente ocupado por los compartimentos de carga. La curiosa nave se vería mejor cuando ese espacio estuviera ocupado por los módulos del Hábitat, pensó Leo. En ese momento, incluso podría ser más compasivo y decir que era hermosa.
Con un movimiento de mentón, Leo pidió una visión de la energía y los niveles de suministro de su traje de trabajo, expuestos en la parte interna de su placa de recubrimiento. Tendría el tiempo suficiente para ver cómo se propulsaba el primer módulo en el espacio y luego hacer una pausa para recargar su traje. No porque no hubiera tenido tiempo de hacer una interrupción unas horas antes. Pestañeó. Le picaban los ojos. No veía la hora de poder frotárselos y tomar un trago de café caliente de su tubo de bebida. También quería café fresco. Lo que bebía en ese momento había estado afuera tanto tiempo como él y se estaba volviendo químicamente repugnante, opaco y verdoso.
La D-620 se colocó cerca del Hábitat. Hizo el cambio de velocidades con precisión y apagó los motores. Las luces de vuelo se apagaron y sólo siguieron brillando las luces de parada, como señal de que estaba a salvo. Las luces de los proyectores iluminaron la gran nave espacial, como si dijeran Bien venidos a bordo.
Leo dirigió su mirada a la sección de la tripulación, pequeña en comparación al tamaño de los brazos. Con el rabillo del ojo pudo ver un compartimento de personal que se separaba del lado de estribor de la nave de Salto y se dirigía hacia los módulos del Hábitat. Alguien volvía a casa. ¿Silver? ¿Ti? Tenía que hablar con Ti lo antes posible. De pronto, Leo descubrió que tenía un nudo en el estómago. Silver había regresado sana y salva. Luego se corrigió. Todos habían regresado, pero no estaban a salvo todavía. Activó los propulsores de su traje y alcanzó a la tripulación de cuadrúmanos.
Treinta minutos más tarde el corazón de Leo se tranquilizó cuando el primer módulo se situaba lentamente en el brazo de la D-620. Como una pesadilla que no desaparecía después de revisar y volver a verificar sus números, Leo siempre pensó que algo no encajaría y que habría demoras interminables para corregir algún posible error. El hecho de que todavía no hubieran tenido noticias de los de abajo, pese a los intentos repetidos de entablar comunicación, no lo hacía sentir mucho mejor. Los directivos de Gala-Tech en Rodeo tenían que responder a la larga y no había nada que él pudiera hacer para contrarrestar esa respuesta hasta que desapareciera. La parálisis aparente de Rodeo no podía durar mucho tiempo.
Mientras tanto, ya había transcurrido la mitad del descanso. Tal vez podría persuadir al doctor Minchenko para que le diera algo para la cabeza y así reemplazar las ocho horas de sueño que no iba a tener. Leo pulsó el canal de los jefes del grupo de trabajo del intercomunicador de su traje.
—Bobbi, hazte cargo como capataz. Me voy dentro. Pramod, trae a tu equipo tan pronto como ajustéis esa última sujeción. Bobbi, asegúrate que el segundo módulo esté atado en forma sólida antes de ajustar y cerrar todas las esclusas. ¿Correcto?
—Sí, Leo. Estoy trabajando en eso. —Bobbi hizo señales de que comprendía la orden desde el extremo opuesto del módulo moviendo un brazo inferior.
Cuando Leo se dio la vuelta, una de las naves remolcadoras que iba dirigida por un solo hombre, había llevado el módulo a su lugar, se separaba y giraba, mientras se preparaba para alejarse y traer la próxima carga que ya estaba alineándose al otro lado de la nave de Salto. Uno de los chorros de control de posición hizo una explosión y, cuando Leo miró, emitió una llama de color azul intenso. Su rotación tomaba velocidad.
¡Está fuera de control!, pensó Leo, con los ojos desorbitados. En el segundo que le llevó activar el canal adecuado en el intercomunicador de su traje, la rotación se convirtió en un giro vertiginoso. La nave remolcadora salió despedida y no se estrelló contra un cuadrúmano, por apenas un metro. Mientras Leo miraba horrorizado, la nave rebotaba en una barquilla sobre uno de los brazos Necklin de la gran nave de Salto y caía en el espacio posterior.
El canal de comunicación de la nave impulsora emitió un grito. Leo golpeó los canales.
—¡Vatel! —llamó al cuadrúmano que dirigía la nave remolcadora más cercana—. ¡Ve tras él!
La segunda nave giró y pasó a toda velocidad junto a él. Pudo ver cómo Vatel le hacía señales con una mano, dándole a entender que había comprendido la orden. Leo tuvo que contener la necesidad que sentía de salir tras ellos. Era tan poco lo que podía hacer en un traje de trabajo sin energía. Todo quedaba en manos de Vatel.