—Tal vez. No estoy seguro de si es una buena estrategia militar —el precedente tuvo que ver con ovejas, creo—, pero no creo que pueda vivir con mi conciencia si no intentamos, por lo menos, traerlo de vuelta. El doctor Minchenko también me prometió ir con nosotros si podemos recoger a la señora Minchenko. También está abajo.
—¿El doctor Minchenko se ha quedado? —Silver juntó las manos, verdaderamente emocionada—. ¡Qué bien!
—Solamente si recuperamos a la señora Minchenko —Leo la previno—. De manera que existen dos razones para intentar una incursión. Tenemos una nave, tenemos un piloto…
—Oh, no —comenzó a decir Ti—, espere un minuto…
—…y necesitamos desesperadamente una pieza de recambio. Si podemos localizar un espejo vórtice en un almacén de Rodeo…
—No lo hará —interrumpió Ti—. Las reparaciones de las naves de Salto se llevan a cabo únicamente en los talleres orbitales del Distrito en Orient IV. Todos los depósitos se encuentran allí. Lo sé porque en una ocasión tuvimos un problema y tuvimos que esperar cuatro días para que una tripulación de reparaciones llegara desde allí. Rodeo no tiene nada que ver con las naves de Salto, nada. —Cruzó los brazos.
—Me lo temía —dijo Leo—. Bien, existe otra posibilidad. Podríamos intentar fabricar uno nuevo, aquí, en este momento.
Ti tenía la expresión de un hombre que estaba chupando un limón.
—Graf, no se pueden soldar esas cosas con un pedazo de hierro. Sé muy bien que las hacen de una sola pieza. Las juntas parecen impedir el flujo. Y ese succionador tiene tres metros de ancho en el extremo superior. Lo que utilizan para sellarlos pesa varias toneladas. Y la precisión requerida… Nos llevaría seis meses llevar a cabo un proyecto de esa naturaleza.
Leo tragó y juntó las manos, con los dedos abiertos. Si hubiera sido un cuadrúmano, se habría sentido tentado a duplicar el cálculo.
—Diez horas —dijo—. Es cierto, me gustaría tener seis meses. Abajo. En una fundición. Con una prensa de aleación de acero enorme. Y un mecanismo para enfriar el agua y un equipo de colaboradores y fondos ilimitados… Estaría preparado para hacer diez mil unidades. Pero no necesito diez mil unidades. Hay otro modo. Una acción rápida y precaria. Eso es todo lo que vamos a poder hacer con el tiempo que tenemos. Pero no puedo estar aquí arriba, fabricando un espejo vórtice, y al mismo tiempo allí abajo rescatando a Tony. Los cuadrúmanos no pueden ir. Te necesito, Ti. Te hubiera necesitado para pilotar la nave de todas maneras. Ahora te necesito para hacer algo más.
—Mira —comenzó a decir Ti—. La teoría era que yo iba a quedar fuera de todo esto, limpio, porque Galac-Tech pensaría que me habíais secuestrado y os habría hecho saltar porque me habríais apuntado con una pistola en la cabeza. Una situación simple, creíble. Esto se está complicando demasiado. Aun si pudiera realizar una acrobacia de esa envergadura, no van a creer que lo hice bajo presión. ¿Qué me impediría volar hacia abajo y entregarme? Ése es el tipo de preguntas que van a hacerme. Puedes apostar el pellejo. No, maldición. Ni por amor ni por dinero.
—Lo sé —murmuró Leo—. Ya te ofrecimos las dos cosas.
Ti le miró, pero escondió la cabeza para evitar la mirada de Silver.
Una voz aguda resonó en el corredor.
—¿Leo? ¡Leo!
—¡Aquí! —respondió. ¿Qué pasaría ahora?
Uno de los cuadrúmanos más jóvenes apareció y se abalanzó nadando hacia ellos.
—¡Leo! Le hemos buscado por todas partes. ¡Venga pronto!
—¿Qué sucede?
—Un mensaje urgente. Por el intercomunicador. Desde Rodeo.
—No respondemos a ningún mensaje. Incomunicación total, ¿recordáis? Cuanta menos información les demos, más tiempo les va a llevar imaginar de qué se trata todo esto.
—¡Pero es Tony!
A Leo se le contrajeron las entrañas y se lanzó tras el mensajero. Silver, pálida, lo siguió y detrás de ella, todos los demás.
La imagen del holovídeo se aclaró y mostró una cama de hospital. Tony estaba apoyado en el respaldo y miraba directamente a la pantalla. Llevaba camiseta y shorts. Tenía un vendaje blanco en el bíceps inferior izquierdo y la rigidez de torso indicaba que tenía vendajes debajo de la ropa. Tenía la frente arrugada y un leve rubor no llegaba a esconder su palidez. Movía los ojos azules de un lado a otro con cierto nerviosismo. A la derecha de la cama estaba de pie Bruce van Atta.
—Has tardado bastante tiempo en responder a nuestra llamada, Graf —dijo Van Atta. Sonreía con un deje de afectación.
Leo tragó.
—Hola, Tony. No nos hemos olvidado de ti aquí arriba. Claire y Andy están bien y juntos…
—Estás aquí para escuchar, Graf, no para hablar —interrumpió Van Atta. Operó un control—. Así está mejor, acabo de cortar tu audio, así que puedes ahorrarte la saliva. Muy bien, Tony —Van Atta apuntó al cuadrúmano con una varilla de color plateado. ¿Qué pretendería?, se preguntó Leo, con temor—. Explícale lo que tenías que decirle.
Tony volvió a mirar a la imagen silenciosa de la pantalla y dilató los ojos. Respiró profundamente y comenzó a hablar.
—No importa lo que estéis haciendo, Leo, seguid adelante. No os preocupéis por mí. Que Claire escape… que Andy escape…
La imagen se esfumó de repente, pero el canal de audio permaneció abierto durante un momento. Emitió un ruido extraño, un grito y la voz de Van Atta que decía:
—¡Quédate quieto, maldita mierda!.
Luego también desapareció el sonido.
Leo se descubrió aferrado a una de las manos de Silver.
—Claire venía hacia aquí —dijo Silver, en un tono grave—, para poder escuchar la llamada.
Leo la miró.
—Creo que es mejor que vayas a distraerla.
Silver asintió al comprender el mensaje.
—Muy bien.
Se alejó.
La imagen regresó. Tony estaba acurrucado silenciosamente en el extremo opuesto de la cama, con la cabeza gacha. Las manos le cubrían el rostro. Van Atta le estaba mirando y se balanceaba furioso, sobre sus talones.
—Evidentemente, el chico es un poco lento —le dijo Van Atta—. Yo lo haré breve y claro, Graf. Puedes retener a tus rehenes, pero si llegaras a tocarlos, podrías ser juzgado en cualquier corte de la galaxia. Yo tengo un rehén al que le puedo hacer lo que me plazca y bajo el amparo de la ley. Y si crees que no lo haré, intenta comprobarlo. Ahora bien, vamos a enviar una nave de Seguridad allí arriba en poco tiempo, para reestablecer el orden. Y tú vas a cooperar. —Levantó la varilla plateada y apretó algo. Leo vio salir una chispa eléctrica de la punta—. Este es un mecanismo simple, pero me puedo volver realmente creativo, si me obligas. No me fuerces a hacerlo, Leo.
—Nadie te está forzando a… —comenzó a decir Leo.
—Ah —Van Atta lo interrumpió—, espera un minuto… —tocó el control de su pantalla—, ahora habla, así puedo oírte. Y es mejor que sea algo que quiera oír.
—Nadie aquí puede forzarte a hacer nada —dijo Leo irritado—. Cualquier cosa que hagas, la haces por voluntad propia. Nosotros no tenemos ningún rehén. Lo que tenemos son tres voluntarios, que decidieron quedarse… supongo que por el bien de sus conciencias.
—Si Minchenko es uno de ellos, será mejor que te cubras la espalda, Leo. Al diablo con la conciencia. Lo que quiere es no desprenderse de su pequeño imperio. Eres un tonto, Graf. Acérquese —hizo un movimiento fuera de la pantalla—, venga a hablarle en su mismo idioma, Yei.
La doctora Yei apareció en la pantalla, se enfrentó a los ojos de Leo y se humedeció los labios.
—Señor Graf, por favor, no siga adelante con toda esa locura. Lo que intenta hacer es increíblemente peligroso, para todos los que están involucrados… —Van Atta acompañaba sus palabras mientras agitaba la varilla eléctrica sobre su cabeza, con una sonrisa. Ella lo miró con irritación, pero no dijo nada y siguió adelante con lo que estaba diciendo—. Ríndase ahora y el daño por lo menos resultará minimizado. Por favor. Por el bien de todos. Usted tiene el poder para detener todo esto.