—Es una locura total. Somos demasiado viejos para ser refugiados. He tenido que dejar el clavicémbalo.
El doctor Minchenko le dio unas palmaditas en el .hombro.
—No importa, en caída libre no sonaría. Los plectros funcionan gracias a la gravedad. —Su voz se resquebrajó por la urgencia—. ¡Pero ellos están tratando de matar a mis cuadrúmanos, Ivy!
—Sí, sí, entiendo… —La señora Minchenko sonrió a Silver, pero su sonrisa era tensa y hasta ausente—. Tú debes de ser Silver, ¿no es así?
—Sí, señora Minchenko —dijo Silver, casi sin aliento, con su voz más cortés. La mujer era, sin duda, la planetícola de más edad que Silver había visto, a excepción del doctor Minchenko y del mismo señor Cay. —Ahora debemos ir a recoger a Tony —dijo el doctor—. Volveremos tan pronto como podamos. Silver te ayudará. Es muy buena. ¡Proteged la nave!
Los dos hombres salieron y en pocos minutos, el Land Rover desaparecía a toda velocidad en el paisaje inhóspito.
Silver y la señora Minchenko se quedaron solas, mirándose entre sí.
—Bueno —dijo la mujer.
—Lamento que haya tenido que dejar todas sus cosas —se disculpó Silver, con timidez.
—Bueno, no puedo decir que lamento irme de este lugar —exclamó, mientras con los ojos señalaba el compartimento de carga de la nave, aunque en realidad se estaba refiriendo a Rodeo.
Se dirigieron al compartimento del piloto y se sentaron. El monitor no hacía más que registrar el horizonte monótono. La señora Minchenko seguía aferrada a su cuchara gigante. Silver se dio media vuelta en su asiento e intentó imaginar cómo sería estar casada con alguien dos veces mayor que uno. ¿La señora Minchenko habría sido joven alguna vez? Seguramente, el doctor Minchenko siempre había sido viejo.
—¿Cómo es que se casó con el doctor Minchenko? —curioseó Silver.
—A veces me lo pregunto —murmuró fríamente la señora Minchenko, casi para sí.
—¿Usted era enfermera o técnica de laboratorio?
Levantó la mirada, con una leve sonrisa en los labios.
—No, mi querida, nunca fui una biocientífica. Gracias a Dios. —Su mano no cesaba de acariciar la caja negra—. Soy música. O algo parecido.
Silver se mostró interesada.
—¿Sintetizadores? ¿Sabe programar? Tenemos algunos sintetizadores en nuestra biblioteca, es decir, en la biblioteca de la compañía.
La señora Minchenko esbozó una tenue sonrisa.
—No hay nada sintético en lo que hago. Soy una historiadora e intérprete. Mantengo vivas las viejas tradiciones. Piensa que soy un museo viviente, que de alguna manera necesita el polvo y que tiene telarañas en el codo. — Desabrochó la caja y la abrió para que Silver la inspeccionara. Una madera rojiza barnizada reflejaba las luces coloreadas del compartimiento del piloto. La señora Minchenko levantó el instrumento y lo colocó debajo de su mantón —. Es un violín.
—He visto fotos de violines — dijo Silver —. ¿Es real?
La señora Minchenko sonrió y pasó el arco por las cuerdas en una rápida sucesión de notas. La música subía y bajaba como… como los pequeños cuadrúmanos en el gimnasio. Fue lo único que se le ocurrió a Silver. El volumen era impresionante.
—¿Dónde se ajustan esos cables que tiene arriba, a los altavoces? — preguntó Silver, que se irguió sobre sus manos inferiores y extendió el cuello.
—No hay altavoces. El sonido proviene de la madera.
—¡Pero ha invadido todo el compartimento!
La sonrisa de la señora Minchenko se volvió casi feroz.
—Este instrumento podría llenar todo un teatro.
—¿Usted… toca conciertos?
—Antes, cuando era joven… Tal vez cuando tenía tu edad. Iba a una escuela que enseñaba estas cosas. La única escuela de música de mi planeta. Un mundo colonial, no había mucho tiempo para las artes. Había una competición… El ganador viajaría a la Tierra y allí haría carrera con sus grabaciones. Y así fue. Pero la compañía grabadora que estaba debajo de todo ese asunto solamente estaba interesada en el mejor. Yo quedé segunda. Hay lugar para tan pocos… — su voz se desvaneció en un suspiro —. Lo único que conseguí fue un logro personal que me complacía, pero que nadie quería oír y menos cuando lo único que tenían que hacer era poner un disco y escuchar, no solamente lo mejor de mi mundo, sino lo mejor de la galaxia. Afortunadamente, conocí a Warren en esa época. Mi patrón y mi público al mismo tiempo. Probablemente fue que yo tampoco tenía en mente hacer una carrera de esto. En esa época nos trasladábamos mucho. Él estaba terminando su formación y comenzaba a trabajar con Galac-Tech. Enseñé aquí y allá, para anticuarios interesados…
—Inclinó la cabeza y miró a Silver —. ¿Te han enseñado música, entre todas esas cosas que os han estado enseñando en ese satélite?
—Aprendimos algunas canciones cuando éramos pequeños — dijo Silver, con timidez —. Y después vinieron los pitos. Pero no duraron mucho tiempo.
—¿Los pitos?
—Sí, tubos pequeños de plástico en los que se soplaba. Eran de verdad. Una de nuestras nodrizas los trajo cuando yo tenía unos… ocho años. Pero después invadieron todo el lugar y la gente comenzaba a protestar por los pitidos. Así que tuvieron que llevárselos.
Entiendo. Warren nunca me mencionó los pitos.
—La señora Minchenko arqueó las cejas —. Ah, tipo de canciones?
—Oh… —Silver tomó aire y cantó—: Roy G. Biv, Roy G. Biv, es el cuadrúmano de color que nos da el espectro. Rojo-naranja-amarillo, verde y azul, añil, violeta, todos para ti… —se detuvo, ruborizada. Su voz sonaba tan débil, comparada con el sorprendente sonido del violín.
—Entiendo —dijo la señora Minchenko, en un tono de voz entrecortado. Los ojos le brillaban, así que a Silver ni se le ocurrió que pudiera estar ofendida—. Oh, Warren —suspiró—, todas las cosas que me vas a tener que explicar…
—¿Podría… ? —comenzó a decir Silver, pero se detuvo. Seguramente no le permitirían tocar esa antigüedad. ¿Qué pasaría si olvidaba sostenerlo un minuto y la gravedad se lo sacaba de las manos?
—¿Intentarlo? —la señora Minchenko terminó su idea—. ¿Por qué no? Aparentemente tenemos que matar el tiempo.
—Tengo miedo…
—Tonterías. Antes solía protegerlo. Nadie lo tocó durante años, encerrado en lugares protegidos del clima… muerto. Últimamente comencé a preguntarme ; para qué lo estaba cuidando tanto. Vamos, mira. Levanta el mentón, así. Pon el violín así —la señora Minchenko dobló los dedos de Silver en el cuello del violín—. ¡Qué dedos tan largos tienes, querida! Y…? Cuántos! Me pregunto si…
—¿Qué? —preguntó Silver, cuando la señora Minchenko se alejó.
—¿Cómo? Oh, estaba imaginándome a un cuadrúmano en caída libre con una guitarra de doce cuerdas. Si no estuvieras acurrucada en una silla como lo estás en este momento, podrías levantar esa emano inferior…
Tal vez era el efecto de la luz del sol de Rodeo que se escondía en el horizonte y enviaba sus rayos rojos a través de las ventanas de la cabina, pero la señora Minchenko parecía brillar.
—Ahora arquea los dedos, así…
Fuego.
El primer problema había sido encontrar suficiente titanio puro en el Hábitat para agregar al espejo vórtice rajado y así recuperar las pérdidas inevitables durante la refabricación. Leo se habría sentido tranquilo con un margen de masa adicional del cuarenta por ciento.
Tendría que haber habido recipientes de titanio para los líquidos corrosivos. Un solo tanque —digamos de cien litros— le habría servido. Durante la primera media hora desesperada de búsqueda, Leo estaba convencido de que su plan finalizaría en el Paso Numero Uno. Luego, de entre todos los sitios posibles, lo encontró en Nutrición. Un refrigerador lleno de latas de titanio, que llegaría a medio kilo por pieza. Leo y otros cuadrúmanos colocaron su variado contenido en cualquier recipiente disponible.