El techo plástico del coche se rajó y comenzó a hundirse. Si Leo había tenido razón cuando hizo la descripción del combustible de hidrocarburo que utilizaban aquí abajo para los vehículos, en no más de un segundo tenía que lograr que…
Una llamarada amarilla absorbió el vehículo, momentáneamente más intensa que el sol que se estaba poniendo. Pedazos de coche volaron en todas direcciones, arqueándose y rebotando por el efecto del campo de gravedad. Una mirada a los monitores permitió a Silver ver que todos los hombres de Seguridad corrían ahora en cualquier dirección, lejos del vehículo en llamas.
Silver desaceleró el motor, soltó los frenos y dejó que la lanzadera se desplazara a través del barro endurecido. Afortunadamente, el lecho del viejo lago era bastante uniforme, de manera que no tenía que preocuparse demasiado por los puntos más delicados del pilotaje de la nave, como, por ejemplo, las maniobras con el timón.
Uno de los hombres de Seguridad corrió tras ellas durante un minuto o dos, sacudiendo los brazos al aire, pero enseguida quedó atrás. Silver dejó que la nave siguiera desplazándose unos kilómetros más y entonces apagó los motores.
—Bueno —suspiró—, nos libramos de ellos.
—Seguro —dijo la señora Minchenko, que ajustaba la ampliación del monitor para poder echar un último vistazo hacia atrás. Una columna de humo negro y un resplandor anaranjado desaparecían en la penumbra distante, donde habían estado estacionadas un momento antes.
—Espero que tuvieran sus máscaras de oxígeno bien cargadas —agregó Silver.
—Oh, querida —dijo la señora Minchenko—. Tal vez tendríamos que volver y… hacer algo. Seguramente se les ocurrirá quedarse junto al coche y esperar ayuda. No creo que quieran intentar atravesar el desierto. Las películas de seguridad de la compañía siempre hacen hincapié en eso. «Quédense con su vehículo y esperen a que llegue Búsqueda y Rescate.
—¿No se supone que ellos pertenecen a Búsqueda y Rescate? —Silver estudiaba las pequeñas imágenes en el monitor—. No les queda mucho vehículo. Pero parece que los tres se han quedado allí. Bien… —sacudió la cabeza—. Es demasiado peligroso para nosotras intentar recogerlos. Pero cuando lleguen Ti y el doctor Minchenko con Tony, tal vez los guardias de Seguridad puedan usar su Land Rover para regresar. Si es que antes no llega nadie más.
—Oh —dijo la señora Minchenko—, es verdad. Buena idea. Me siento mucho mejor. —Observó con detenimiento el monitor—. Pobres.
Hielo.
Desde la cabina de control herméticamente cerrada que daba al compartimento de carga del Hábitat, Leo observaba a los cuatro cuadrúmanos con trajes de trabajo que liberaban el espejo vórtice intacto extraído de la segunda varilla Necklin de la D-620 por la escotilla hacia el exterior. El espejo era un objeto delicado para maniobrar, por ser, en efecto, un enorme embudo hueco de titanio, de tres metros de diámetro y un centímetro de espesor en su parte más ancha, curvado con precisión matemática y espesándose hasta alcanzar unos dos centímetros en la hendidura central. Una curva perfecta, pero decididamente no estándar, algo con lo que tenía que enfrentarse el plan de refabricación de Leo.
Montaron el espejo intacto en su lugar anidado en una masa de bobinas de refrigeración. Los cuadrúmanos con trajes espaciales salieron. Desde la cabina de control, Leo cerró la escotilla al exterior y se propuso regresar al compartimento de carga. Como resultado de su ansiedad, salió literalmente despedido de la cabina de control, con un zumbido del aire fruto del diferencial de presión remanente y tuvo que mover la mandíbula para destaparse los oídos.
Bobbi, en un momento de inspiración, encontró las únicas bobinas refrigeradoras lo suficientemente grandes como para adaptarse a la tarea, de nuevo en Nutrición. La muchacha cuadrúmana a cargo de ese departamento protestó cuando vio que Leo y su grupo de trabajo se acercaban una vez más. Habían desarmado sin piedad el compartimento refrigerador más grande y se habían llevado todo a su lugar de trabajo, en el módulo disponible más grande ya instalado como parte de la D-620. Aún quedaba menos de un cuarto de toda la reestructuración del Hábitat, según las estimaciones de Leo, a pesar de haber incluido una docena de sus mejores trabajadores en el proyecto.
En pocos minutos, tres de los cuadrúmanos se unieron a él en la bahía de carga. Leo les observó detenidamente. Llevaban puestas camisetas, shorts y unos uniformes de manga larga que habían dejado los terrestres. Llevaban las perneras bien sujetas a sus brazos inferiores y aseguradas con bandas elásticas. Habían recogido todos los guantes que habían encontrado. Bien, Leo había temido problemas de congelación, con todos esos dedos expuestos. Su aliento parecía humo en el aire congelado.
—Muy bien, Pramod, listos para deslizado. Traed las mangueras de agua.
Pramod desenrolló varios metros de manguera y se las entregó a los cuadrúmanos. Otro cuadrúmano hizo una verificación final de las conexiones al grifo de agua más cercano. Leo encendió las bobinas de refrigeración y cogió una manguera.
—Muy bien, muchachos. Miradme y os enseñaré un truco. Debéis hacer salir el agua lentamente sobre las superficies frías, evitando salpicar en el aire. Al mismo tiempo, debéis hacer que salga constantemente de manera que las mangueras no se congelen. Si sentís que se os entumecen los dedos, haced una breve pausa en la cámara contigua. No queremos que haya ningún herido en esta operación.
Leo se dirigió hacia la parte trasera del espejo vórtice y se situó entre las bobinas de refrigeración, sin llegar a tocarlas. El espejo había estado a la sombra en el exterior durante las últimas horas y ahora estaba bien frío. Leo tocó la válvula y dejó salir una burbuja plateada de agua, que golpeó contra la superficie del espejo y se desparramó en pequeñas gotitas de escarcha. Intentó arrojar unas gotas sobre las bobinas. Se congelaban con mayor rapidez.
—Muy bien, así está bien. Comenzad a hacer el molde de hielo alrededor del espejo. Hacedlo tan sólido como podáis, sin espacios de aire. No olvidéis colocar el tubo pequeño para permitir que más tarde salga el aire de la cámara matriz.
—¿Qué espesor debe tener? —preguntó Pramod, mientras miraba la manguera y observaba con fascinación cómo se iba formando el hielo.
—Por lo menos un metro. Como mínimo, la masa de hielo debe ser igual a la masa de metal. Como solamente tenemos una oportunidad, haremos lo posible para que sea, por lo menos, dos veces más espesa que la masa de metal. Desgraciadamente no podremos recuperar el agua. Quiero verificar las reservas de agua, porque, si contamos con el agua necesaria, dos metros de espesor sería mucho mejor.
—¿Cómo se te ocurrió esto? —preguntó Pramod, en un tono de admiración.
Leo rió entre dientes, cuando se dio cuenta de que Pramod tenía la impresión de que estaba elaborando todo este proceso de ingeniería sobre la marcha, según lo exigieran los acontecimientos.
—Yo no lo he inventado. Lo estudié. Es un antiguo método que utilizaban en los diseños de comprobación preliminares, antes de que se perfeccionara la teoría fractal y se mejoraran las simulaciones por ordenador en los niveles de hoy en día —Oh. —Pramod parecía bastante desilusionado.
Leo sonrió.
—Si alguna vez tienes que optar entre lo que aprendiste y la inspiración, muchacho, elige lo que aprendiste. Funciona la mayoría de las veces.
Eso «espero». Con un espíritu crítico, Leo se retiró hacia atrás y observó cómo trabajaban los chicos. Pramod tenía dos mangueras, una en cada par de manos, y las alternaba rápidamente entre ellas. Un chorro de agua tras otro caía sobre las bobinas y sobre el espejo. Ya se podía ver cómo el hielo comenzaba a espesarse. Hasta el momento, no se había desperdiciado una gota. Leo suspiró con alivio. Aparentemente, podía delegar con seguridad su parte de la tarea. Hizo una seña a Pramod y dejó el dique para continuar con esa parte del trabajo que no se atrevía a delegar.