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Hubo una corta discusión en la puerta de acceso. Se escuchaban las voces del doctor Minchenko y su esposa. Posteriormente, el doctor Minchenko bajó rápidamente las escaleras y colocó una luz de bengala en el techo del Land Rover. Tenía un reflejo verde brillante. Bien, los guardias de Seguridad no tendrían problemas para ver esa baliza, decidió Silver con cierto alivio.

Silver se volvió a acomodar en el asiento del copiloto cuando Ti entró en la cabina, colocó a Tony en el asiento del ingeniero y se instaló en el asiento de mando. Se arrancó de un tirón la máscara de oxígeno de alrededor del cuello con una mano, mientras que con la otra encendía los controles.

—¡Hey! ¿Quién ha estado toqueteando mi lanzadera?

Silver se dio la vuelta y se levantó para mirar a Tony por encima del respaldo. Tony, que también se había quitado su propia máscara de oxígeno, estaba intentando ajustarse el cinturón de seguridad del asiento.

—¡Lo lograste!—le dijo Silver con una sonrisa.

Tony le devolvió la sonrisa.

—Venían justo detrás nuestro.

Silver percibió que sus ojos azules traslucían tanto dolor como excitación. Tenía los labios hinchados.

—¿Qué ha pasado? —Silver se dirigió a Ti—. ¿Qué le ha sucedido a Tony?

—Ese hijo de puta de Van Atta le quemó la boca con su maldita varilla, o cómo se llamara esa maldita cosa que tenía —dijo Ti, en un tono grave. No dejaba de mover las manos sobre los controles. Los motores se encendieron, las luces parpadearon y la lanzadera comenzó a deslizarse. Ti golpeó su intercomunicador—. ¿Doctor Minchenko? ¿Ya se han ajustado los cinturones de seguridad allí atrás?

—Espera un momento… —respondió el doctor Minchenko—. Ya está. Adelante.

—¿Habéis tenido algún problema? —le preguntó Silver, que volvió a acomodarse en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad mientras la lanzadera se desplazaba.

—Al principio, no. Llegamos al hospital perfectamente y entramos sin ningún problema. Estaba seguro de que las enfermeras iban a impedir que nos lleváramos a Tony, pero evidentemente todas allí piensan que Minchenko es un dios. Hicimos todo con rapidez y estábamos a punto de salir… Yo siempre haciendo el papel de burro, porque en definitiva eso es lo que soy. Siempre burro de carga… Estábamos saliendo cuando nos encontramos… ¿A que no sabes con quién? Con ese hijo de puta de Van Atta, que entraba justo en ese momento.

Silver estaba boquiabierta.

—Nos tropezamos con él. El doctor Minchenko quería detenerse y golpearle hasta matarlo, en nombre de la boca de Tony, pero tendría que haber dejado en mis manos gran parte de la pelea. Él es un hombre mayor, aunque no quiere admitirlo. Lo tuve que sacar arrastrando hasta el Land Rover. La última vez que oí a Van Atta corría y pedía a gritos un helicóptero de Seguridad. A esta altura ya debe haber encontrado alguno… —Ti verificó los monitores con nerviosismo—. Sí. Maldición. Ahí viene —señaló. Una luz brillaba sobre las montañas y señalaba la posición del helicóptero en el monitor—. Bueno, ya no pueden alcanzarnos.

La lanzadera se meció en un círculo amplio y luego se detuvo. El ruido de los motores comenzó siendo un ronroneo y luego se transformó en un lamento y finalmente en un rugido. Las luces blancas de aterrizaje iluminaban la oscuridad frente a ellos. Ti soltó los frenos y la lanzadera se abalanzó hacia adelante, siguiendo la luz, con un rugido aterrador que cesó abruptamente cuando giraron en el aire. La aceleración los echó hacia atrás en sus asientos.

—¿Qué diablos piensa que está haciendo ese idiota? —murmuró Ti entre dientes, cuando el helicóptero de propulsión a chorro apareció de repente en el monitor de rastreo—. ¿Piensa jugar a policías y ladrones conmigo?

Aparentemente ésa era exactamente la intención del helicóptero. Se desplazaba a toda velocidad hacia ellos. Se sumergía cuando ellos subían, evidentemente con la idea de obligarlos a bajar. La boca de Ti no era más que un línea blanca en su rostro. Los ojos le brillaban con intensidad. Aceleró aún más la lanzadera hacia arriba. Silver apretó los dientes, pero mantuvo los ojos abiertos.

Pasaron lo suficientemente cerca para ver, por las mirillas de observación, cómo el helicóptero pasaba como un latigazo frente a sus luces. En un abrir y cerrar de ojos, Silver pudo ver los rostros por la burbuja de la carlinga. Rostros blancos congelados con agujeros redondos —los ojos y la boca—, excepto un individuo, posiblemente el piloto, que se tapaba los ojos con las manos.

Después, nada se interpuso entre ellos y las estrellas plateadas.

Fuego y hielo.

Leo volvió a revisar cada una de las abrazaderas personalmente. Luego se retiró unos metros para inspeccionar por última vez el trabajo realizado. Estaban suspendidos en el espacio a una distancia segura, un kilómetro, de la remodelación del Hábitat D-620, que pendía, grande y completa sobre el arco del Rodeo. De todas maneras, parecía completa si se la miraba desde fuera, siempre y cuando uno no supiera demasiado sobre los arreglos histéricos de último momento que todavía se sucedían en el interior.

La matriz de hielo, una vez terminada, alcanzaba más de tres metros de ancho y casi dos metros de espesor. La superficie exterior era irregular. Podría haber sido una porción de desechos espaciales provenientes del anillo de hielo de algún gigante gaseoso. Su secreto lado interno duplicaba con precisión la curva suave del espejo vórtice que había moldeado.

La cámara interna evacuada estaba dividida por capas. En primer lugar, la capa de titanio. A continuación, una capa de gasolina pura para un separador. Leo había descubierto un segundo uso para esa capa: a diferencia de otros líquidos posibles, éste no se congelaría a la temperatura actual del hielo. Luego el círculo divisor de plástico delgado. Después su precioso explosivo de gasolina y tetranitrometano. Luego una capa metálica de la cubierta del Hábitat. Luego las abrazaderas… Con todas esas capas, parecía una verdadera tarta de cumpleaños. Era hora de encender la velita y pedir que los deseos se hicieran realidad, antes de que el hielo comenzara a derretirse por la luz del sol.

Se dio la vuelta para ordenar a sus asistentes cuadrúmanos que se colocaran detrás de la barrera protectora de uno de los módulos abandonados del Hábitat que flotaban muy cerca. Otro cuadrúmano, según lo que pudo ver, salía de la remodelación de la D-620 y del Hábitat. Leo esperó un momento, para darle tiempo a que se acercara y se colocara detrás de la protección. No era un mensajero, seguro. Tenía intercomunicador en el traje…

—Hola, Leo —dijo Tony, en un tono de voz más grave por efecto del intercomunicador—. Lamento llegar tarde para trabajar. ¿Me has dejado algo?

—¡Tony!

Intentar abrazar a alguien con un traje de trabajo no era tarea fácil, pero Leo hizo todo lo que pudo.

—¡Hey, hey! Llegas justo a tiempo para lo mejor muchacho —dijo Leo excitado—. Vi la lanzadera que entraba en el desembarcadero hace apenas unos instantes. —Sí, y qué asustado estuvo durante un momento, pensando que tal vez se trataba finalmente de la temible fuerza de Seguridad de Van Atta, hasta que terminó identificándola como una de las suyas—. No pensé que el doctor Minchenko te permitiera ir a otra parte que no fuera la enfermería. Y Silver, ¿está bien? ¿No deberías estar descansando?

—Ella está muy bien. El doctor Minchenko tenía muchas cosas por hacer y Claire y Andy están durmiendo. Miré al interior, pero no quise despertar al bebé.

—¿Estás seguro de que te sientes bien, hijo? Tu voz suena muy graciosa.

—Me lastimaron la boca. Ahora está bien.

—Ah. —En pocas palabras, Leo explicó la tarea en curso—. Has llegado a tiempo justo para la gran final.

Leo se desplazó con su traje de trabajo hasta que pudo ver por encima del módulo abandonado.