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—Lo que tenemos ahí fuera, en esa caja allí arriba es un condensador de carga que almacena un par de miles de voltios. Conduce hacia un filamento de bombilla incandescente sin la cubierta. Eso que está allí es un ojo eléctrico extraído del control de una puerta. Cuando lo tocamos con este láser óptico, cierra el contacto…

—¿Y la electricidad activa el explosivo?

—No exactamente. El alto voltaje que sale del filamento hace explotar literalmente el cable y es la onda expansiva del cable que explota lo que activa el TNM y la gasolina. Lo cual hace estallar la masa de titanio hasta que toca la matriz de hielo y le transfiere su cantidad de movimiento, entonces el titanio se detiene y el hielo absorbe esa cantidad de movimiento. Es algo bastante espectacular. Es por eso que estamos detrás de este módulo… —se giró para controlar la posición del grupo de cuadrúmanos—. ¿Estáis listos?

—Si puedes asomar la cabeza y mirar, ¿por qué no podemos, hacerlo nosotros? —protestó Pramod.

—Yo necesito tener una línea de visión para el láser —dijo Leo.

Apuntó el láser óptico con sumo cuidado y se detuvo un instante, ante un arrebato de ansiedad. Tantas cosas podían salir mal… Había verificado y vuelto a verificar… pero siempre hay un momento en el que hay que dejar que las dudas se vayan y entregarse a la acción. Se puso en las manos de Dios y apretó el botón.

Un destello brillante e insonoro, una nube de va por hirviente y la explosión de la matriz de hielo. Volaban fragmentos por todas partes. El efecto era completamente fascinante. Con toda dificultad, Leo desvió la mirada y se refugió rápidamente detrás del módulo. La última imagen seguía danzando en su retina. Verde y magenta. La mano que tenía apoyada sobre la cubierta del módulo transmitía vibraciones intensas, mientras que unos cuantos cubos de hielo se estrellaban a toda velocidad contra el otro lado y rebotaban en el espacio.

Leo permaneció agachado durante un instante, con la vista más bien perdida en Rodeo.

Ahora tengo miedo de mirar.

Pramod se abalanzó por el módulo.

—Está todo en una pieza. Se está tambaleando. Cuesta ver cuál es la forma exacta.

Leo tomó aire.

—Vayamos a atraparlo, chicos. Y veamos qué es lo que tenemos.

Tardaron varios minutos en capturar la pieza. Leo se negaba a llamarla «el espejo vórtice» todavía… Todavía podía resultar ser un pedazo de metal. Los cuadrúmanos recorrieron con sus visores la superficie gris.

—No encuentro ninguna fisura, Leo —dijo Pramod, sin aliento—. En algunos lugares tiene unos milímetros de espesor de más, pero en ningún lado es más delgado.

—Nos podemos encargar del exceso de espesor durante el último retoque con el láser. Si era demasiado delgado, no podíamos solucionarlo. Prefiero que esté demasiado espeso —dijo Leo.

Bobbi sacudía su láser óptico de un lado a otro de la superficie curvada. Varios números aparecían en el lector digital.

—¡Son los números correctos, Leo! ¡Lo logramos!.

Leo parecía derretirse por dentro. Respiró profundamente y exhaló un cansado suspiro de felicidad.

—Muy bien, chicos, llevémoslo al interior. De vuelta al… ¡Maldición! No podemos seguir llamándola «Remodelación de la D-620 y el Hábitat».

—Claro que no —acordó Tony.

—Así que, ¿cómo vamos a llamarla? —Una serie de posibilidades revolotearon por la mente de Leo. El arca. Estrella de Libertad. La Locura de Graf…

—Hogar —dijo Tony, con toda sencillez, después de un momento—. Vayamos a nuestro hogar, Leo.

—Hogar… —Leo saboreó el nombre en la boca. Sabía bien. Sabía muy bien.

Pramod asintió y una de las manos superiores de Bobbi tocó su casco en señal de aprobación de la elección.

Leo pestañeó. Algún vapor irritante en el aire de su traje le estaba haciendo llorar los ojos, sin ninguna duda, y le comprimía el pecho.

—Sí. Llevemos nuestro espejo vórtice a casa, compañeros.

Bruce van Atta se detuvo en el corredor, fuera de la oficina de Chalopin en la Estación de Lanzaderas número Tres, para recuperar el aliento y controlar su temblor. También sentía una punzada en un costado. No estaría en absoluto sorprendido si terminaba con una úlcera después de todo esto. El fracaso en el lecho seco del lago había sido exasperante. Preparar el terreno para que después unos torpes subordinados le fueran completamente desleales era algo verdaderamente exasperante.

Había sido pura casualidad que, después de regresar a casa para tomar una ansiada ducha y dormir un poco, se hubiera despertado para orinar y hubiera llamado a la Estación número Tres para averiguar si había alguna novedad. De otra manera, ni siquiera le habrían informado sobre el aterrizaje de la nave. Anticipándose a la próxima maniobra de Graf, se vistió con toda rapidez y salió para el hospital. Si hubiera llegado unos segundos antes, habría atrapado a Minchenko en el interior.

Ya había hecho despedir al piloto del helicóptero por su cobardía al no conseguir hacer descender la nave y por no haber llegado al lecho del lago mucho antes. El piloto de tez colorada había apretado la mandíbula y los puños y sin decir nada. Sin ninguna duda, avergonzado de sí mismo. Pero el verdadero fracaso estaba mucho más arriba, al otro lado de esas puertas de oficina. Operó el control y las puertas se abrieron.

Chalopin, su capitán de seguridad Bannerji y la doctora Yei estaban congregados alrededor de la pantalla del ordenador de Chalopin. El capitán Bannerji tenía un dedo apoyado en la pantalla y le estaba diciendo a Yei:

—Podemos entrar aquí. Pero, ¿cuánta resistencia cree usted que encontraremos?

—Seguramente los asustará mucho —dijo Yei.

—Hum. No estoy tan loco como para pedirle a mis hombres que vayan allí arriba con armas de perdigones, a luchar contra gente desesperada con armas mucho más mortales. ¿Cual es la situación real de esas personas llamadas rehenes?

—Gracias a usted —irrumpió Van Atta—, la proporción de rehenes es de cinco a cero. Se llevaron a Tony, maldita sea. ¿Por qué no puso una guardia de veintisiete horas que vigilara a ese cuadrúmano como le dije? También tendríamos que haber puesto una guardia que vigilara a la señora Minchenko.

Chalopin levantó la cabeza. Su mirada era completamente inexpresiva.

—Señor Van Atta, usted parece estar trabajando sobre algunos cálculos erróneos respecto del tamaño de mis fuerzas de seguridad. Sólo tengo diez hombres para cubrir tres turnos, los siete días de la semana.

—Además de diez de cada una de las otros dos Estaciones de Lanzadera. Eso suma treinta. Adecuadamente armados, serían una fuerza de ataque sustancial.

—Ya solicité prestados seis hombres de las otras dos estaciones para cubrir nuestra propia rutina, mientras que toda mi fuerza está dedicada a esta emergencia.

—¿Por qué no los solicitó a todos?

—Señor Van Atta, Operaciones en Rodeo es una compañía grande, pero un ciudad muy pequeña. En total, los empleados no llegan a sumar diez mil, además de un número igual de dependientes no empleados por Galac-Tech. Mi seguridad es una fuerza policial, no una fuerza militar. Tienen que desempeñar sus propias funciones, duplicar sus esfuerzos en caso de búsqueda y rescate y estar listos para ayudar a Control de Incendios.

—¡Maldita sea! Les di una solución cuando les propuse lo de Tony. ¿Por qué no siguieron mi consejo de inmediato y atacaron el Hábitat?

—Yo tenía una fuerza de ochenta hombre listos para subir en órbita —dijo Chalopin ásperamente—, bajo palabra de que sus cuadrúmanos iban a cooperar. Sin embargo, no pudimos conseguir ninguna confirmación de esa cooperación por parte del Hábitat. Lo primero que hicieron fue mantener un silencio absoluto en las comunicaciones. Luego percibimos que nuestra lanzadera de carga regresaba, así que desviamos las fuerzas para capturarla. En primer lugar, un vehículo terrestre, y luego, cuando usted mismo apareció aquí, hace dos horas exigiéndolo a gritos, un helicóptero de propulsión a chorro.