Después del trabajo se pasó por el Volkspark Friedrichshain y recogió la respuesta a su mensaje secreto. La nota era breve. Un agente británico de Inteligencia disfrazado de delegado de British Steel, con el nombre en clave de Rudolph, se encontraría con él en el lugar de costumbre, una Mietkasern abandonada de la Knaackestrasse, en el barrio de Prenzlauer Berg, a las 10:00 p.m.
Schneider cumplió con sus compromisos familiares y después salió a la fría noche para coger un autobús a la Alexanderplatz y luego el U-bahn hasta Dimitroffstrasse. Desde allí le quedaba un corto paseo hasta la Mietskasern. Pasó bajo los arcos y cruzó los patios del descomunal complejo cegado con tablas y subió por la escalera del Dreiterbof hasta el cuarto piso. Entró en la habitación de encima del arco y esperó. Había llegado media hora antes. Siempre llegaba antes.
Sacó el pasamontañas del bolsillo y se lo puso en la cabeza. No lo bajó porque la lana le picaba sobre la carne llena de cicatrices. Transcurrieron veinticinco minutos de silencio refrigerado y vio que llegaba el agente del SIS británico. Se caló el pasamontañas. Los pasos llegaron al piso de arriba y se acercaron. Los detuvo con su presentación y recibió como respuesta la contraseña adecuada. Encendió una linterna para el hombre del SIS, al que siempre había molestado su nombre en clave, el del reno de Santa Claus, sobre todo en esa época del año. Se acercaron a una mesa, se quedaron de pie junto a ella y Schneider sacó cigarrillos; los encendieron. Rudolph parecía muy joven para ese tipo de trabajo: no llegaba a los treinta. Tenía cierto aire de estudiante universitario -disoluto, despreocupado, libertino-, una combinación nefasta para un espía, a ojos de Schneider.
– ¿Qué problema hay? -preguntó Rudolph, con la vista fija en el pasamontañas.
– ¿Aparte de los que perfilé en mi nota, quiere decir?
– Preguntaba por Cleopatra. ¿Qué importancia tiene eso?
– Es lo que quiero saber -respondió Schneider-. Alguien que me está pisando el cuello. Le dije que encontraría a Cleopatra por él.
– ¿Qué hay detrás?
– Mi financiación procede del trabajo extracurricular que realizo para el general Stiller…
– El jefe de seguridad personal de Ulbricht… Al que dispararon ayer junto a una chica.
– Olga Shumilov… KGB. No sabía cómo salir del paso. Sigo sin saberlo. Tuve que llamar al general Rieff.
– ¿Quién es?
– La última vez que me lo encontré fue hace años y dirigía el Departamento X de la HVA, que es Desinformación y Medidas Activas. No sé adonde fue a parar después -dijo Schneider-, pero ahora trabaja bajo el paraguas del Noveno Directorio Principal, que es el brazo investigador de la Stasi.
– Parece un departamento muy kafkiano.
– El general Rieff me está apretando las clavijas. Hasta ahora sólo me ha pillado los dedos. Un poco de dolor para ver si hay algo más. No quiero que me machaque del todo…
Rudolph soltó una risilla.
– Lo siento… -dijo-. Me ha venido la imagen…, eso es todo. -Tendría que probarlo. Doce horitas en el Submarino de Hohenschònhausen ampliarían su educación. -Siga… Lo siento.
– Me mencionó a Cleopatra, me preguntó quién era. Le dije que le conseguiría alguna información si me daba un poco de aire.
– Bueno, bueno… Cleopatra -dijo Rudolph, preparándose-, esto quizá le parezca surrealista.
– Todo es surrealista -dijo Schneider.
– Esto, más aún. Cleopatra es una idea americana. Recluta a oficiales superiores de la KGB. Les paga a cambio de información. Esa información circula después por el SIS, la CÍA y el BND. Entre las agencias de espionaje británica, estadounidense y alemana tratamos de trabajar a partir de la desinformación que nos suministran esos oficiales de la KGB y la información auténtica que nos proporcionan nuestros agentes fiables…, hacernos una idea de conjunto.
– Dios mío.
– A eso hemos llegado. Nadie sabe ya lo que es real, de modo que examinamos y calificamos la falsedad para acercarnos más a la verdad.
– No sé si lograré que Rieff se lo crea. Es de la vieja escuela, ya sabe.
– A este lado del telón todos son de la vieja escuela. Por eso todo sigue igual. Los de su bando aún creen que la Tierra es plana.
– Gracias por la parte que me toca, Rudolph -dijo Schneider-. ¿Qué tenía que ver Stiller con Cleopatra?
– El general Yakubovski propuso su nombre para el reclutamiento. Stiller era el único alemán de la lista.
– Y el único al que mataron -añadió Schneider, y se sumieron en el silencio.
– ¿Quiere oír la teoría de Londres? -preguntó Rudolph. -Por qué no, ya que estamos aquí.
– Yakubovski quería librarse de Stiller.
– No tiene sentido. Yakubovski está sacando dinero de los contactos de Stiller en el Oeste.
– ¿Qué pasa si eran órdenes de Moscú deshacerse de Stiller? Todas sus preocupaciones económicas saltan por la ventana. El trabajo de Oleg pende de un hilo.
– ¿Por qué iba a querer Moscú librarse de Stiller?
– Usted mismo ha dicho que era el encargado de la seguridad personal del secretario general Walter Ulbricht.
– Lo ha dicho usted.
– ¿No indicaría eso que están tratando de debilitar a Ulbricht? -sugirió Rudolph-. Quitan a Stiller de en medio. Es un corrupto y merece desaparecer. Si Ulbricht protesta, Moscú le demuestra que estaba pringado y no sólo por dinero, sino que también vendía información. Ulbricht tiene que tragarse el sapo.
– ¿Qué tiene Ulbricht de malo?
– Brezhnev piensa que está demasiado pagado de sí mismo. Tanto que cree que ya no tiene que prestar atención a Moscú. Se está convirtiendo en un bala perdida… y además está todo el asunto de Willi Brandt.
– ¿Qué asunto?
– Ulbricht lo odia. Se acordará de Erfurt, en marzo del año pasado. A Willi le organizaron una gran recepción. Una multitud lo vitoreó en la ventana de su hotel. La multitud más grande que haya congregado jamás un político en Alemania del Este. Y si usted no conoce a Ulbricht, nosotros sí. Un tipo de la CÍA me dijo el otro día: «El amigo Walt tiene un culto a la personalidad… de una persona».
– A todos nos gusta que nos quieran…, incluso a los comunistas.
– Pero eso ha convertido a Ulbricht en alguien difícil de manejar. Brezhnev no quiere que el Oeste se irrite, sobre todo con los chinos y su bomba H en el Este. Y si quiere conservar todo el edificio comunista de una pieza tiene que dar la impresión de que se mueve, aunque en realidad siga en la misma noria de siempre. Por tanto, distensión. Dada la antipatía que Ulbricht le tiene a Brandt, Moscú no cree que su contribución a las negociaciones vaya a ser positiva. Ergo, quieren darle la patada a Walter y encontrar a alguien que acate la disciplina y vaya menos a su aire.
– Eso tiene sentido, Rudolph -dijo Schneider, sorprendido de que el chico lo tuviera.
– Presenta el mismo potencial de veracidad que cualquier otra cosa, supongo.
– Una cosa más… -dijo Schneider-. El dinero. Necesito dinero.
– Como todos -replicó Rudolph, que seguía maravillado por lo brillante de su análisis.
– Para sacar a Varlamov, Rudolph.
– Ah, sí. Me había olvidado de él.
– También necesitaré ayuda. El tipo de ayuda que no me ponga en peligro.
– Vale. Primero, el dinero. Londres me ha asegurado que van a entregarle dinero con un cien por ciento de garantías de anonimato. También han dado el visto bueno para que largue lo de Cleopatra. Es una operación cerrada. Parece que eso mejorará su situación respecto al general Rieff, por lo que dice.
– O tal vez no haga sino agravar su suspicacia, ya de por sí acentuada -dijo Schneider-. Hoy me ha acusado de ser un agente doble.
– El modo en que le llegará el dinero, me han asegurado, le hará invulnerable ante Rieff, Mielke, Yakubovski y el mismísimo Lord Leónidas Brezhnev.