– Normalmente, vos caminaríais primero, por supuesto. Pero hoy yo os precederé -observó mi avance mientras salíamos de la habitación-. Bien, mi señora. Os estáis recuperando. Recordad, lady Rhiannon nunca se apresura, a menos que desee llegar rápidamente a algún sitio. Caminad lenta, lánguidamente, como si gobernarais todo lo que veis.
– ¿Y es así?
– Por supuesto.
¡Vaya! ¿De verdad? No era aquélla la respuesta que esperaba.
Gobierno todo lo que veo. Así pues, miré a mi alrededor con languidez, mientras me acercaba a un tipo a quien no conocía, pero con quien estaba comprometida. Recorrimos un pasillo en dirección contraria a la que habíamos recorrido antes, y al torcer una esquina, nos encontramos con un par de puertas enormes. Eran de madera y tenían tallas de intrincados dibujos que se entrelazaban como los diseños celtas. Parpadeé, porque podría haber jurado que los dibujos eran calaveras. Sin embargo, mi atención no se detuvo demasiado en aquellos diseños, porque a cada lado de la puerta había un hombre adorable, escasamente vestido.
Cuando me acerqué, ambos se cuadraron de un modo muy atractivo, sujetando unas espadas odiosas contra los pechos musculosos y firmes, que Dios los bendiga. Uno de ellos me abrió la puerta. Entonces, por desgracia, no pude seguir admirándolos, porque Alanna me empujó suavemente hacia una gran sala.
Los techos eran altísimos, y había pilares tallados con calaveras, y frescos exquisitos, con ninfas que retozaban y… ¡Oh, demonios, yo! También llevaba poca ropa, y montaba una maravillosa yegua blanca, y evidentemente, era la que dirigía el retozo.
En mitad de la sala había un estrado, y sobre él, un trono dorado. En los escalones que subían al estrado estaba el par de las ninfas de rigor, ambas tumbadas. Pero cuando entré, se incorporaron rápidamente, con los pies descalzos, e inclinaron sus monísimas cabecitas.
Yo subí al estrado voluptuosamente y me acerqué al trono. Dios, qué gusto poder sentarse.
Entonces, Alanna se dirigió a una de las ninfas y le dijo:
– Informa al Chamán ClanFintan de que lady Rhiannon lo recibirá ahora.
La muchacha salió por una enorme puerta arqueada, y yo me pregunté por un instante si los guardias serían proporcionales a la entrada.
Mis ojos se cruzaron brevemente con los de Alanna, y ella me lanzó una sonrisa tensa de ánimo. Yo le guiñé el ojo. En aquel momento, se abrieron las puertas, y la ninfa volvió en una nube de gasa transparente que hacía las veces de ropa.
– Aquí viene, mi señora -dijo.
Parecía que estaba aturullada y emocionada. Quizá él no fuera tan espantoso. La ninfa ocupó su lugar en los escalones del estrado.
Todo el mundo miró con expectación hacia el arco. Yo comencé a oír un ruido característico que se intensificó poco a poco. Me recordaba a… ¡Lo sé! ¡Caballos! ¿Acaso mi prometido estaba entrando a caballo en la sala del trono de mi palacio? Bueno, sé que Epona era una especie de diosa de los caballos, entre otras cosas, pero él y yo íbamos a tener una charla sobre los modales en palacio. Pronto.
El sonido de los cascos se acercaba. Debían de ser varios caballos. ¡Brutos!
Vi cómo mis guardias, que sí eran proporcionales a la puerta de la sala, hacían un enérgico saludo mientras los caballos llegaban hasta la entrada y…
Entonces, se me cortó la respiración. Pasaron bajo la puerta en formación de a dos, y rápidamente, conté diez.
– Centauros.
Mi voz, que ya estaba áspera de susurrar tanto, apenas pudo chirriar la palabra, pero por la expresión de Alanna supe que ella me había oído. Así que cerré la boca, que se me había quedado abierta, y me callé.
Los dos primeros centauros se acercaron al estrado y los ocho restantes flanquearon el camino. Mientras los líderes se aproximaban a los peldaños, uno se quedó un poco rezagado, y el otro se acercó e hizo una elegante reverencia.
– Bien hallada, lady Rhiannon -dijo.
Su voz era sorprendente, grave y profunda, suave como el chocolate oscuro, con el mismo acento musical que tenía Alanna.
Antes de que yo pudiera responder, Alanna hizo otra reverencia y comenzó a hablarle.
– Lord ClanFintan, lamentablemente, mi señora Rhiannon ha perdido temporalmente el uso de su voz -dijo. Él entornó los ojos al oírla, pero no la interrumpió-. Lady Rhiannon me ha pedido que os salude y os diga que está lista para finalizar el matrimonio.
– Qué momento más… -pausa- inoportuno para perder la voz, mi señora.
¿Era aquello sarcasmo? A mí me lo pareció. Supongo que no era el único que estaba desconcertado con todo aquello.
– Sí, mi señor, lady Rhiannon se siente consternada por ello -dijo Alanna, sin dejarse amedrentar.
– ¿Cómo ocurrió?
Él ni siquiera miraba a Alanna, sino que seguía mirándome a mí, como si las palabras estuvieran saliendo de mi boca. Pensé que sería mejor seguir mirándolo a los ojos. Si me permitía bajar la mirada, volvería a quedarme boquiabierta.
– Durante el Ritual de la Luna se puso enferma, pero la dedicación de mi señora a Epona es tan grande que no ha querido retirarse. Después de que la ceremonia terminara, se retiró a su habitación durante varios días, y únicamente hoy ha salido. Está recuperando la salud, pero todavía no ha recuperado la voz -explicó Alanna-. No os preocupéis, mi señor, sólo es algo temporal, y se curará en cuanto descanse y tenga tiempo para recuperarse.
– Entiendo vuestra situación, lady Rhiannon -dijo él. Sin embargo, su tono de voz no era comprensivo, sino de exasperación-. Pero espero que esta… -otra pausa- desafortunada enfermedad no retrase nuestro asunto de hoy.
¡Asunto! Qué manera más extraña de describir un matrimonio, aunque fuera un matrimonio temporal. Y no me gustaba su tono. No sé lo que hubiera hecho Rhiannon, pero sí sabía lo que iba a hacer Shannon Parker. Miré a los ojos al señor malhumorado y, lenta y claramente, negué con la cabeza, una sola vez.
– Muy bien. Me alegro. Vuestro padre envía sus bendiciones, y lamenta no haber podido acudir a la ceremonia.
Oh, bien.
– ¿Vendréis conmigo, o debo unirme a vos en vuestro… -otra pausa- pedestal, mi señora?
Apreté los dientes antes de contestar, y Alanna se me adelantó. Con gracilidad, se acercó a mí, me tomó de la mano y me ayudó a ponerme en pie.
– Lady Rhiannon os seguirá, como es costumbre.
Alanna y yo bajamos las escaleras del estrado, y ClanFintan se apartó un poco para cederme el paso. Sin embargo, quedó muy cerca de mí. Era muy alto, y parecía que llenaba todo el espacio. En aquel momento percibí su olor. Era un poco equino, pero no desagradable. Como una mezcla de hierba dulce y hombre cálido.
Él me tomó de la mano, y yo me sobresalté. Alanna cubrió mi gritito diciendo:
– Mi señora está lista para continuar.
Y un cuerno.
La mano de ClanFintan era caliente y dura. Casi ardía. Miré hacia abajo y comprobé que abarcaba por completo la mía. Tenía la piel bronceada. Al oír su voz, miré hacia arriba.
– Yo, El ClanFintan, os tomo a vos, Rhiannon MacCallan, en matrimonio en el día de hoy. Os protegeré del fuego aunque el Sol caiga a la Tierra, del agua aunque los mares bramen y de la tierra aunque tiemble. Y honraré vuestro nombre como si fuera el mío.
Su voz ya no tenía nada de sarcasmo. Era grave e hipnótica, como si sus palabras pintaran imágenes fantásticas de nuestra alianza en el aire, entre nosotros.
Entonces, Alanna intervino en mi lugar con su voz suave.
– Yo, Rhiannon MacCallan, Suma Sacerdotisa de Partholon y Amada de Epona, os tomo a vos, El ClanFintan, en matrimonio el día de hoy. Acepto que ninguna llama pueda alejarnos, ningún mar ni lago pueda ahogarnos, y ninguna montaña pueda separarnos. Y honraré vuestro nombre como si fuera el mío.