ClanFintan era la encarnación del poder. Grande y musculoso, aunque no exageradamente. Estaba muy concentrado en su conversación, así que pude estudiarlo a gusto.
Tenía el pelo de la cabeza espeso y negro, con algunas ondulaciones. Lo llevaba largo y sujeto con una cinta de cuero, y su rostro era masculino, curtido, de pómulos altos, con una nariz bien formada y una hendidura marcada en la barbilla, un poco parecida a la de Cary Grant, que Dios lo bendiga. Tenía el cuello fuerte y los hombros anchos, y un pecho magnífico con un poco de vello oscuro. Su piel era del color del bronce, y todo él parecía una estatua dorada perfecta. Llevaba un chaleco de cuero oscuro, abierto, lo cual me permitía admirar sus maravillosos y bien definidos pectorales y sus abdominales de tableta de chocolate. Y su estómago suave, delicioso. En resumen, su parte humana, que terminaba donde terminaban sus abdominales, en el lugar donde empezarían las caderas de un hombre, era muy parecida a la de un tipo muy guapo en la flor de la vida, de unos treinta y tantos años. Fuera lo que fuera eso en la edad de los caballos, claro.
La parte equina de su cuerpo era de color castaño rojizo, y se oscurecía desde las rodillas hasta los cascos. Varió de postura mientras seguía inmerso en la conversación, y su pelaje brilló bajo la luz de los apliques. Su forma era más la de un caballo cuarto de milla que la de un purasangre, de complexión fuerte y con gran potencia de arranque para las carreras de velocidad.
Al estudiarlo, me di cuenta de que no sentía repugnancia ni espanto por aquella mezcla de hombre y caballo. Yo, como la mayoría de las chicas de Oklahoma, crecí enamorada de los caballos, y tuve uno propio hasta que dejé mi casa para ir a la universidad (en realidad, a mi padre le gustaba decir que yo sabía montar a caballo antes que andar). Sí, podía decirse que aquel centauro era atractivo.
Parecía que la conversación había acabado. Su amigo le hizo el saludo y se encaminó hacia la puerta, deteniéndose lo estrictamente necesario para hacerme una reverencia. ClanFintan se acomodó en el diván que había junto a mí. Se movía con mucha gracilidad, para ser un tipo tan grande, caballo o lo que fuera.
En tono formal, estirado, me dijo:
– Por favor, disculpad la interrupción, tenía que hablar de asuntos muy importantes con mi teniente.
– No os preocupéis. Tomad conmigo una copa de este delicioso vino -susurré, y le lancé una sonrisa de «soy una chica muy simpática».
– Gracias.
Quizá si bebiera un poco, se relajaría y comenzaría a portarse más humanamente, o lo que fuera.
Entonces, comenzaron a salir sirvientes por una puerta al otro extremo de la habitación, portando bandejas, y comenzaron a ofrecerme comida a mí y después a ClanFintan. Había pescado con una salsa cremosa, pollo tierno y exquisito, o al menos algo que sabía a pollo, sazonado con algo que parecía pimienta de limón, granos que tenían olor a limón y verduras, una rica mezcla de guisantes, champiñones y cebollitas. Comí un poco de todo y bebí vino; sí, quizá estuviera bebiendo un poquitín de más, pero era medicinal. Al fin y al cabo, recientemente había estado muerta.
La comida fue lo que me hizo decidir: no podía estar en el Infierno. Aquellos bocados eran demasiado maravillosos. Me di cuenta de que mi compañero también estaba comiendo con entusiasmo, y no sólo las verduras. Parecía que los centauros eran omnívoros. Nota: «Tener cuidado, le gusta la carne y muerde».
Supongo que él se percató de que lo estaba mirando, porque esbozó una sonrisa sardónica y me dijo:
– Un buen apetito es señal de que la salud ha regresado.
– Vaya, gracias, doctor ClanFintan.
Él abrió mucho los ojos al oírme.
– Sabéis que no soy un doctor físico. Soy un Sumo Chamán, un médico espiritual.
– Sólo estaba bromeando.
– Oh. Yo… Oh.
Me miró con los ojos entornados, y creo que oí un resoplido de caballo antes de que volviera a comer.
Yo estaba empezando a creer que Rhiannon no tenía ningún sentido del humor.
– Mi señora, mi señor y sus distinguidos invitados. Para demostrar la aprobación de las musas hacia vuestro enlace, Terpsícore, la Encarnación de la Musa de la Danza, bailará.
Los centauros prestaron toda su atención a Alanna mientras hablaba. Después, ella dio una palmada, y la música comenzó. Yo no me había fijado en tres mujeres que estaban sentadas en el otro extremo de la sala, pero los sonidos sedosos del arpa y la flauta, y de una especie de tambor suave, eran encantadores. Entonces, la bailarina salió de una puerta arqueada que había junto a las instrumentistas, y se trasladó como flotando hasta el centro de la sala, justo delante de mi diván. Ser la Suma Sacerdotisa significaba, obviamente, tener el mejor sitio. Después, la bailarina me hizo una reverencia con la cabeza durante una pausa de la música. Cuando la música comenzó de nuevo, ella elevó la cabeza para comenzar a bailar, y yo, que estaba tragando un bocado en aquel momento, expulsé, delicadamente, vino por los agujeros de la nariz. Afortunadamente, todo el mundo la estaba mirando a ella y no a mí, así que tuve tiempo de limpiarme y recuperar la compostura.
¡La bailarina era Michelle, una amiga mía, y compañera de trabajo durante diez años! Y allí estaba, encarnando a la musa de la Danza. Era de esperar. A Michelle y a mí nos encantaba reírnos sobre la paradoja de dos de las tres pasiones de su vida. La pasión número uno es la danza, y la números dos es la ciencia. Así que combinó sus dos pasiones asistiendo a la Universidad del Noreste de Oklahoma para estudiar Química con una beca para Danza. En nuestro instituto, da clases de química y prepara la coreografía de los musicales del colegio. Una chica extraña.
Mientras la veía moverse lánguidamente al ritmo de aquella música sensual, tomé otro trago de vino y sonreí con agradecimiento al sirviente que vino como un rayo a rellenarme la copa. No había duda, aquélla era Michelle o, más bien, como me habría aclarado Alanna, el reflejo de Michelle. El mismo pelo oscuro y espeso, largo y brillante. Y cubriendo su cuerpo esbelto de bailarina, pedazos de gasa transparente. Mientras danzaba, la tela flotaba a su alrededor y permitía atisbar su cuerpo prieto. Siempre había sido elegante y maravillosa, aunque comiera como un gorrión, diez veces su peso al día.
El ritmo de la música se aceleró, y Michelle-Terpsícore aumentó sus movimientos seductores mientras avanzaba entre los asientos. Los centauros habían dejado de masticar, porque estaban muy ocupados mirándola con la boca abierta. Era una bailarina excelente, y estaba interpretando una danza increíble, sexual y grácil, moviendo las caderas de un modo que atraía toda la energía erótica de la habitación. Establecía contacto visual con todos los miembros masculinos del público, ¡y la muy desvergonzada se tocó!
Lo cual me recordó la tercera de las pasiones de su vida: los hombres. Adora a los hombres. Altos, bajos, peludos, delgados, musculosos, etcétera, etcétera. Le gustan todos, siempre y cuando una parte específica de su anatomía sea grande.
Su baile estaba llegando al clímax, y se abrió paso hacia el centro de la sala. No había duda; era una mujer muy sexy. Al mirar a mi nuevo marido, supe por la atención que le estaba prestando que estaba de acuerdo conmigo. Ella lo miró a los ojos a medida que cada pulsión de la música atraía sus caderas más y más hacia su diván.
Como yo no sentía nada romántico por él, me resultó fácil ver el hechizo que ella estaba tejiendo alrededor de las hormonas de ClanFintan. Así debió Salomé de conseguir que Herodes le cortara la cabeza al Bautista. En el último acorde, ella se dejó caer en actitud saciada ante nosotros, mientras el público prorrumpía en vítores. Se levantó con agilidad y comenzó a hacer reverencias. Yo estaba sonriendo, esperando a que nuestras miradas se cruzaran para transmitirle mi admiración, pero la sonrisa se me borró de la cara cuando ella me miró por fin. La hostilidad que me demostró fue enorme, hasta que rápidamente, la reemplazó con una compostura fría.