Mirando debajo de mí, vi que mi sueño se había inventado un complejo de edificios preciosos que se erigían alrededor del majestuoso templo. Vi movimiento en un corral junto a un precioso edificio que debía de ser un establo. El establo estaba adosado a uno de los muros del templo, y era lógico, porque era el templo de la diosa de los caballos y, por supuesto, el esquema de mi sueño debía concederles a los caballos privilegios extra. Además, a mí me encantan los caballos. He soñado muchas veces con montar y volar sobre Pegaso. De nuevo, el movimiento captó mi atención, y mi cuerpo flotó hacia abajo, hacia el corral, hasta que quedé suspendida sobre el cercado de piedra. Una suave ráfaga de viento apartó las nubes y le abrió paso a la luz de la luna, y de repente, la repentina brillantez iluminó el interior del corral. Sonreí y me puse a arrullar, con reverencia, a una yegua blanca, plateada, perfecta. Al oír el sonido, la yegua dejó de pastar y elevó la cabeza delicada hacia mí, relinchando con suavidad.
– Hola, preciosa -dije.
La yegua arqueó el cuello al oír mi voz. Encantada, vi que en vez de asustarse de mi cuerpo flotante, el animal me reconoció y trotó hacia mí. Yo alcé las manos hacia ella, y ella estiró el hocico en mi dirección.
Era una yegua maravillosa. Desde lejos, parecía que su pelaje era todo del mismo color plateado y brillante, pero a medida que se acercó, comprobé que tenía el hocico y la piel que rodeaba sus ojos de color negro, como de terciopelo. Nunca había visto un caballo como ella, y sonreí ante la imaginación de mi sueño. La yegua continuó pastando con satisfacción, y yo la miré por última vez mientras ascendía por el aire para seguir flotando. Quizá volviera antes de que terminara mi sueño, y pudiéramos ir a dar un paseo por el cielo.
Parecía que el cielo se había despejado por completo, y desde mi situación aérea, podía girar lentamente mi cuerpo y ver kilómetros y kilómetros hacia todas las direcciones. Los edificios del templo estaban rodeados por una muralla de mármol blanco. En las tierras circundantes había colinas suaves, verdes, que me recordaban a la región italiana de Umbría, porque parecía que estaban cubiertas de viñas. También aquello era lógico, porque mi sueño debía de tocar, de un modo u otro, el vino.
Seguir explorando mi nuevo Paraíso de los Sueños me parecía una idea divertida, así que continué flotando y mirando. A distancia, seguramente al norte del templo, distinguí una cadena montañosa. Mientras comenzaba a flotar hacia allí, percibí de nuevo el olor de la brisa, y me pareció que tenía sal… ¿un mar? Mi cambio de atención también cambió la dirección de mi cuerpo, y me dejé llevar por el viento. Entornando los ojos divisé unas luces parpadeantes y quizá, el reflejo de la luna en el agua. Sonriendo con impaciencia por las posibilidades de aquel sueño, decidí dirigirme hacia allí, y me quedé asombrada ante la rapidez con la que respondió mi sueño.
La tierra pasaba velozmente por debajo de mí. Durante el trayecto vi pequeños pueblos dormidos, situados entre colinas de viñedos. Había un río que los conectaba y vi varios barcos pequeños y planos amarrados junto a los pueblos. El olor a sal era cada vez más intenso, y a lo lejos distinguí una gran masa de agua, a medida que me acercaba rápidamente a un acantilado parecido a los de las costas de Irlanda. La costa se extendía en la distancia tanto como alcanzaba mi vista a la luz de la luna, y el líquido oscuro se encontraba con el cielo de la noche en el horizonte. Entonces, vi al oeste la silueta escarpada de la cadena montañosa que había divisado antes.
Mi cuerpo avanzaba a toda velocidad hacia delante, y vi que me dirigía a un gran edificio que se alzaba al borde del acantilado. Era un castillo magnífico, enorme, antiguo, y yo estaba flotando justo por encima de la entrada contraria al mar. Al contrario de la mayoría de los castillos que había visitado en mis viajes por Europa, aquél estaba en perfectas condiciones. Tenía cuatro torres muy grandes, sobre las que ondeaban banderas con una yegua plateada, alzada sobre los cuartos traseros. Mm. Parecía la preciosa yegua del templo.
La parte trasera del castillo estaba situada muy cerca del acantilado; los habitantes de aquella zona debían de tener unas vistas increíbles. La fachada delantera del castillo, sobre la cual estaba flotando, daba a una llanura arbolada, que podo a poco descendía hacia un valle. En aquel valle había un pueblecito, comunicado con el castillo por una carretera a través de la llanura, y eso daba idea de las buenas relaciones existentes entre el castillo y el pueblo. Las típicas murallas que rodeaban al castillo se unían en una enorme entrada, pero en vez de tener un aspecto amenazante y frío, el castillo estaba bien iluminado y su entrada estaba abierta de par en par. Un castillo solía ser una fortaleza militar que estaba cerrada y bien protegida. Aquel castillo no era un castillo de guerra, claramente.
Seguí flotando sobre él, con un sentimiento de frustración. Aquél no era un mal sueño, sino sólo un sueño desconcertante. Quería que se detuviera ya y…
Entonces hubo un cambio brusco. El miedo se apoderó de mí. Era un miedo como no había conocido nunca, era terror. El miedo puro que se siente cuando uno tiene conciencia de estar en presencia del mal.
Intenté no ceder ante el pánico y respiré varias veces, profundamente, y me recordé que aquello sólo era un sueño… sólo un sueño… Sin embargo, el sentimiento persistió. Observé atentamente el castillo, intentando encontrar alguna pista que pudiera explicarme aquel terror. El castillo tenía un aspecto somnoliento, inocente. En una habitación de la muralla, cerca de las puertas abiertas, vi a dos hombres uniformados, que podían ser guardias o vigilantes nocturnos. Estaban sentados a una mesa de madera, jugando a los dados. Allí no había maldad; quizá fueran unos empleados vagos, pero no unos villanos. Había otras estancias todavía iluminadas, y de vez en cuando, veía figuras que se movían por delante de las ventanas. No parecía que nadie estuviera cometiendo un asesinato, ni nada parecido. En el ala del castillo que daba al mar, vi a un hombre en una cornisa, observando. Sólo estaba mirando; no tenía nada de malo.
Sin embargo, estaba allí. Yo lo sentía. Casi podía tocarlo, y olerlo. Giré suavemente el cuerpo para continuar la búsqueda y vi el bosque…
Allí estaba. No había duda, el mal estaba allí, acercándose desde el bosque. Emanaba del límite norte, de la parte que, al final, se encontraba con las montañas distantes. Era tan fuerte que me resultaba difícil mantener la vista fija en aquella zona. Y mientras intentaba concentrarme, enfocar la mirada, lo vi. Era una ondulación de los árboles en la oscuridad, como si estuviera brotando tinta de una página desnuda, sombras que se arrastraban, espesas y aceitosas. Una masa de algo se movía entre los árboles, extraña en su intención y comportamiento. La línea delantera era rápida y silenciosa.
Jadeé al darme cuenta de todo. Su destino era evidente: se dirigía al castillo durmiente.
Capítulo 5
No podía hacer nada por ayudar. Intenté avisar a gritos a los guardias, que seguían jugando a los dados, pero el viento se llevó mi voz fantasmal. Mi cuerpo no podía descender, y tampoco podía despertarme. Miré hacia el bosque y me quedé espantada al comprobar lo rápidamente que había avanzado la masa oscura. A medida que se acercaba, la maldad que irradiaba de ella se hacía más gruesa, más espesa. ¿Cómo era posible que nadie lo sintiera, en el castillo?