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Y no se rindió.

Pero no pudo más. Mi alma se hizo añicos con su cuerpo, y yo grité de agonía…

Me desperté bruscamente.

– ¡No! ¡Papá, no!

Estaba temblando, y tenía las mejillas húmedas de lágrimas.

Alanna y ClanFintan entraron por diferentes puertas a la habitación, casi al mismo tiempo.

– ¡Mi señora! Oh, mi señora, ¿qué ha ocurrido?

Alanna se acercó corriendo a mí. No me importó que no fuera Suzanna, en realidad. Me abracé a ella entre sollozos.

– Ha sido horrible -conseguí decir-. Han matado a mi padre. No he podido hacer nada.

Alanna emitía sonidos tranquilizadores mientras me acariciaba la espalda.

– ¿Hay algún peligro? ¿Debo llamar a los guardias? -preguntó ClanFintan, con voz de guerrero, y de repente supe que él sería valiente en una batalla, y que la pesadilla había sido una especia de sueño premonitorio.

– No -dije, con el rostro cubierto de lágrimas-. Ocurrió en mi sueño, no aquí.

De repente, Alanna se quedó inmóvil. Suavemente se apartó de mí para poder mirarme a los ojos.

– Debéis decirnos lo que visteis, mi señora -dijo en tono calmado. Sin embargo, yo percibí su miedo.

– Ha sido un sueño.

Por encima de su hombro, vi que ClanFintan se movía con inquietud, con los ojos oscurecidos por alguna emoción que no podía identificar.

– ¿Qué os ha revelado Epona, lady Rhiannon? -me preguntó, y yo cerré los ojos, desconcertada.

– No ha sido un sueño -me susurró Alanna al oído, y yo me estremecí.

Oh, Dios santo, ¿qué había ocurrido?

Me forcé a erguir los hombros, y aunque seguía temblando, miré a ClanFintan a los ojos.

– Necesito unos momentos para calmarme, por favor. Después os contaré todo lo que he visto en mi sueño.

La compasión que se reflejó en sus ojos me dio la medida de su bondad. No era de extrañar que aquél fuera el líder espiritual de su gente.

– Por supuesto. Que vuestra sirvienta me avise cuando estéis lista.

Sin preocuparme de las consecuencias, dije:

– No es mi sirvienta. Es mi mejor amiga.

Noté que Alanna inhalaba bruscamente.

– Perdón, lady Rhiannon. Que vuestra amiga me mande llamar.

Su sonrisa parecía sincera, e inesperadamente, me reconfortó.

Cuando la puerta se cerró suavemente, mi temblor cesó.

– Mi señora, yo no soy vuestra amiga. No puedo serlo -me dijo Alanna, asustada.

– No, Alanna. Tú no eres amiga de Rhiannon. Eras su esclava, su sirvienta. Pero yo no soy ella.

Me enjugué los ojos y le di las gracias cuando me tendió un paño para que pudiera sonarme la nariz.

– Sé que no eres Suzanna, pero no puedo evitar verla en ti, y ella es mi mejor amiga. Espero que me sigas la corriente, y quizá, finalmente, puedas sentir esa amistad por mí. En este momento necesito de verdad una amiga.

De repente, empecé a llorar otra vez.

– Lo que decís es cierto, mi señora, y verdaderamente, no sois Rhiannon.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dio un abrazo dulce, inesperado.

– Además, parece que os habéis recuperado.

– Sí, ¿verdad?

– ¿Queréis que os traiga una bebida calmante para que no recaigáis?

– Quizá un poco de té caliente. No quisiera beber vino por ahora.

Alanna dio dos palmadas, y al instante, apareció una ninfa somnolienta para servirme. Oh, Dios, ¿era aquélla otra de mis esclavas? Sentí desesperación, y comenzaron a caérseme las lágrimas de nuevo.

– Alanna, ayúdame a entender lo que ha pasado -dije yo, enjugándome de nuevo los ojos, intentando controlarme-. ¿Has dicho que lo que he visto era real? ¿Cómo es posible?

– Habéis experimentado el Sueño Mágico. Es uno de los dones que os convierten en Suma Sacerdotisa y Amada de Epona. Incluso cuando erais niña, podíais enviar el alma durmiente lejos de vuestro cuerpo, y observar sucesos, y algunas veces, incluso comunicaros con gente. ¿No podíais hacer eso en vuestro viejo mundo?

– No, no exactamente, aunque siempre pude controlar mis sueños, lo cual sí es extraño en mi mundo. Visitaba lugares inventados, y me ocurrían cosas divertidas.

– Entonces, así debía de manifestarse vuestro don en un mundo en el que no existe Epona.

– Pero ¿por qué esta noche? Yo no he enviado mi alma a ningún sitio. Recuerda, Alanna, que no soy Rhiannon. ¿Por qué iba a ocurrirme sin saber, siquiera, lo que estaba ocurriendo? -pregunté, y las lágrimas se me derramaron de nuevo-. Fue horrible. ¿Por qué me he visto obligada a presenciarlo?

– Quizá Epona os haya llamado esta noche porque os necesitaba como testigo.

– ¿Es vuestra diosa tan cruel?

– No, mi señora. Una gran maldad sólo puede combatirse con un gran bien.

La ninfa volvió con un exquisito juego de té. Yo sonreí para agradecérselo, y ella me devolvió tímidamente la sonrisa. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para marcharse, me percaté de que sólo había llevado una taza.

– Discúlpame -dije, y la ninfa se quedó paralizada-. Por favor, trae otra taza para Alanna.

– Sí, sí, mi señora.

– Gracias.

Aunque parecía confusa, se apresuró a obedecerme. Alanna me estaba observando con aquella cara de desaprobación que ya me resultaba familiar.

– No empieces. Tengo demasiado estrés como para acordarme de eso de la esclavitud. Tendrás que acostumbrarte a que te trate como a una amiga.

En aquel preciso instante, la ninfa volvió con otra taza, que le entregó a Alanna. Todavía estaba confusa, pero me devolvió la sonrisa con entusiasmo mientras se retiraba hacia la puerta. Tímidamente, Alanna se sirvió un poco de té. Entonces, yo la miré a los ojos.

– Quiero que me expliques lo que me has dicho antes… ¿Lo que observé no era una visión, ni un sueño? ¿Era algo real, que ocurrió mientras mi alma lo presenciaba?

– Sí, mi señora -dijo ella con tristeza.

– Entonces… -pregunté, después de tomar aire-, ¿mi padre está muerto?

– Lo lamento muchísimo, mi señora.

Mi taza de té chocó contra la porcelana cuando la dejé, con la mano temblorosa, en su platillo.

De repente, pensé en algo que me cortó la respiración.

– Mi madre. ¿Qué pasa con mi madre? No la vi, pero ella debía de estar allí, con él…

– Mi señora, vuestra madre murió poco después de vuestro nacimiento -respondió ella con suavidad.

– Oh… Oh, me alegro.

Alanna abrió mucho los ojos.

– ¿Mi señora?

– No, no quiero decir que me alegre de que muriera. Me alegro de que no la hayan matado esas criaturas. En mi mundo, mis padres se divorciaron cuando yo era pequeña.

Alanna se quedó horrorizada, y yo la tranquilicé.

– Fue algo positivo, de verdad. Volvieron a casarse, y ahora son muy felices.

– Si vos lo decís, mi señora… -dijo ella, dubitativamente.

– ¿Aquí no tenéis divorcio?

– Sí, pero no se considera honorable.

– Bueno, sean cuales sean vuestras costumbres, me alegro de que mi madre no haya tenido que soportar lo que ha ocurrido esta noche.

Sin dejar de temblar, hice una pregunta que, de repente, era muy importante para mí.

– ¿Rhiannon tenía buena relación con su padre?

– Creo que él era el único hombre al que quería mi señora. Él no volvió a casarse, y crió a la niña solo. No la alejó de sí, como habrían hecho otros muchos caudillos. El MacCallan estaba muy orgulloso de ella. La adoraba. Creo que veía una faceta de lady Rhiannon que ella no le permitía ver a nadie más. Lady Rhiannon siempre se portaba muy bien cuando él estaba presente.